Jenaro Villamil
El caracazo desinformador
El 27 de febrero de 1989 una revuelta popular sacudió a la capital venezolana. Las cifras de la represión reportaron más de mil muertos. Los medios televisivos privados venezolanos, en especial, Globovisión, transmitieron imágenes de las protestas destacando siempre que se estaba generando "anarquía" en el país y tomando distancia frente al origen de las protestas que derivaron en la declaratoria del estado de emergencia. Carlos Andrés Pérez no cayó por esta sangrienta jornada. Los medios lo criticaron por ineficaz para controlar el brote de protesta, pero nunca convocaron a salir a las calles a protestar ni lo calificaron de "asesino". Por el contrario, subrayaron que el estallido había generado "saqueos" y transmitieron imágenes de la quema y destrucción de unidades de transporte urbano editorializando que se trataba de acciones protagonizadas por "sujetos pertenecientes a estratos populares" (ver Globovisión.com).
Ahora, a 13 años de distancia, el "caracazo" contra el gobierno de Hugo Chávez fue encabezado por las mismas estaciones de televisión que, en esta ocasión, sí convocaron a las manifestaciones contra el presidente; sí se conmocionaron por los muertos y heridos -sin aclarar nunca que, en un buen número, eran simpatizantes chavistas-, adelantaron hechos sin confirmarlos, transmitieron imágenes y mensajes "verídicos" no confirmados y, por supuesto, dejaron de ser medios informativos para convertirse en protagonistas políticos de una jornada que derivó en un golpe de Estado contra un gobierno electo democráticamente. Curiosamente, la autocensura ha vuelto a surgir en los grandes medios venezolanos ahora que no está claro el verdadero mando político en las circunstancias actuales.
Por supuesto, ninguna gran cadena venezolana considera que se haya registrado un golpe de Estado y que ahora opere la autocensura. Mucho menos las cadenas televisivas internacionales que transmitieron ininterrumpidamente la jornada desde el 11 de abril. CNN en español, después de su claro sesgo antichavista en sus transmisiones del 11 de abril, mesuró su cobertura al día siguiente, reconoció que Chávez no había renunciado -como lo informó antes reproduciendo los reportes de Globovisión- y el 13 de abril consideró que existían "brotes de protesta" y manifestaciones "no tan ordenadas como las de hace dos días". CNN y las otras cadenas televisivas en español, en especial de TVEspañola y Televisa en México, le otorgaron al caracazo mediático una dimensión global: reprodujeron un guión previo a los acontecimientos y perdieron cualquier criterio de ponderación y ejercicio de veracidad. El golpe de Estado se volvió un acto anunciado, de-seado y promovido por los medios. La televisión hispana, por ejemplo, no hizo en su transmisión del 12 de abril mención alguna al desconocimiento del gobierno de facto por parte de los mandatarios del Grupo del Río. Sus conductores parecían festejar desde su tribuna mediática la caída de Chávez, aunque ésta no hubiera sido plenamente confirmada.
Parafraseando a Marshall MacLuhan, los grandes medias han creado en torno a la cobertura de Venezuela "un régimen fantasma poblado de falsas apariencias". El afán de "adelantarse a los hechos" en muchos casos los ha llevado a fabricarlos, y ante la confusión prevaleciente, a ignorar las protestas de los chavistas.
Este es, quizá, uno de los ingredientes más peligrosos de la nueva era de la comunicación globalizada que en Venezuela ha reproducido el mismo guión de intereses creados en contra de un régimen "no apto". En Venezuela ha alcanzado un nuevo clímax la desinformación provocada intencionalmente. Esta práctica mediática global se inició, según especialistas como Ignacio Ramonet, en la cobertura televisiva de los sucesos en Rumania en 1989, cuando las cadenas europeas dieron por buenas las versiones de las "fosas" comunes de Ceausescu y de las agresiones de la Securitate contra la televisión, historias que luego fueron desmentidas. Los muertos eran indigentes pobres en las calles rumanas y el edificio de la televisión no registraba un solo impacto de bala.
La estrategia desinformadora global prosiguió en la guerra del Golfo Pérsico de 1991, cuando se transmitió internacionalmente un reportaje de una joven enfermera de Kuwait que relató cómo los soldados de Saddam Hussein se robaron bebés de la incubadora para arrojarlos muertos al suelo. El reportaje fue falso, producto de la invención de Mike Deaver, un ex consejero de comunicación de Ronald Reagan, y la "enfermera" resultó ser hija del embajador kuwaití en Washington, alumna de una universidad privada estadunidense.
Esta misma práctica, en plena época de unilateralismo global, se ha agravado a raíz de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, con reportajes que potencian el odio étnico, religioso y político (la cobertura del conflicto en Palestina es un dramático ejemplo), que consideran como un valor legítimo de la libertad de expresión autocensurarse en aras del "patriotismo" o de la "lucha contra el terrorismo" y que ven natural esta especie de telenarcisismo neoliberal que fusiona los intereses económicos con los mediáticos y coloca a la televisión como protagonista y no como testigo periodístico de los hechos.
El actual caracazo mediático es un ejercicio extremo de desinformación globalizada. El especialista Phillipe Breton definió este fenómeno así: "desinformar es cubrir una mentira con el discurso de la verdad. En democracia, donde las empresas de manipulación son innumerables, la desinformación es la reina de las técnicas dirigidas a equivocar a la opinión pública" (Libération, 30 de enero de 1998).
Email: [email protected]