Temor y aprendizaje en Estados Unidos
Creciente rechazo ciudadano a la verdad oficial
sobre lo que ocurre en Medio Oriente
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Osama Bin Laden una vez me dijo que los estadunidenses
no entienden Medio Oriente. La semana pasada, a bordo de un pequeño
autobús foráneo que aguantaba los embates de cortinas de
lluvia mientras avanzaba por las praderas de Iowa, abrí mi ejemplar
del Des Moines Register y comprendí que el líder de
Al Qaeda podía estar en lo cierto: "Enormes manadas de cerdos podrían
ser una amenaza mayor que Bin Laden", anunciaba el titular del diario.
Los
15 millones de cerdos de Iowa, al parecer, producen tal cantidad de estiércol
que las vías fluviales del estado están contaminadas. "Los
porcicultores son una mayor amenaza a Estados Unidos y a la democracia
estadunidense que Osama Bin Laden y su red terrorista'', dice Robert F.
Kennedy junior, presidente de... un grupo ambientalista de Nueva York...
''Hemos visto a las comunidades y valores estadunidenses resquebrajarse
a causa de estos bravucones", indica Kennedy.
Saqué mi calculadora de bolsillo e hice cálculos
matemáticos. Cedar Rapids, supuse, estaba a 7 mil millas de Afganistán.
Era más como si fuera otro planeta.
He viajado por Estados Unidos durante años, dando
conferencias en Princeton, Harvard o la Universidad Brown, así como
en Rhode Island, San Francisco o Madison, Wisconsin. Dios sabe por qué,
pero rehúso recibir pagos y sólo acepto viajes redondos en
clase ejecutiva, ya que no puedo tolerar 14 horas de bebés gritando
desde todas direcciones.
Los estudiantes universitarios estadunidenses son duros
como clavos y aburridos como coles, y en algunas ciudades ?Washington encabeza
la lista? bien podría estar hablándoles en arameo.
Si uno no emplea frases como "proceso de paz", "volver
a encarrilar", "Israel bajo sitio", se percibe una especie de caída
del sistema de cómputo en los rostros de la concurrencia. Error
total en el disco duro. ¿Por qué habría de ser distinta
mi más reciente experiencia estadunidense?
Claro que me topé con los chiflados de siempre.
Como el tipo negro y entrado en años cuya primera "pregunta" sobre
Medio Oriente, después de mi conferencia en el auditorio de la Universidad
de Chicago, fue el anuncio prolongado y orgulloso de que no había
pagado impuestos a la Tesorería desde 1948. Su ostentación
me pareció tan maravillosa que no amenacé con cortarlo bruscamente,
como es mi costumbre.
Estaban también los de la teoría de la conspiración
en el World Trade Center, que insisten en que el gobierno plantó
explosivos en las Torres Gemelas. También estaba la señora
de cabello plateado que quería saber por qué Dios no me hacía
resolver el odio entre israelíes y palestinos. Y el indígena
con el que me topé en Los Angeles y que lanzó una perorata
sobre el plan judío de expulsar a su pueblo de sus tierras.
Un hombre de anteojos y cabello blanco y largo sujeto
en cola de caballo lo hizo callar antes de declarar que la guerra israelí-palestina
es idéntica a la guerra estadunidense-mexicana, que le robó,
bueno... Los Angeles a su pueblo. Empecé a calcular la distancia
entre Los Angeles y Jenin; una galaxia, tal vez.
Y hubo también estas pequeñas historias
y dichos que demuestran cuán sesgada y cobarde se ha vuelto la prensa
estadunidense a la luz de los grupos de cabildeo israelíes en Estados
Unidos. "Escribí un reporte para un ensayo que se publicaría
en un diario sobre el éxodo palestino de 1948", me dijo una mujer
judía mientras transitábamos entre el esmog del centro de
Los Angeles.
"Desde luego ?dice?, mencioné la masacre de palestinos
a manos de la brigada Stern y otros grupos israelíes que obligaron
a 750 mil árabes a huir de sus casas. Luego busqué mi ensayo
en el periódico y descubrí que la palabra 'presunta' ha sido
insertada antes de 'masacre'.
"Llamé a la suerte de ombudsman que tienen
en el diario y le dije que la masacre de Deir Yassin es un hecho histórico.
¿Qué crees que me respondió? Me dijo que el editor
había decidido escribir 'presunta' antes de 'masacre' porque pensó
que eso evitaría que le llegaran montones de cartas de crítica."
Por pura casualidad, este era el tema de mis pláticas
y conferencias: la forma cobarde, inútil y blandengue en que los
periodistas estadunidenses están lobotomizando sus reportes sobre
Medio Oriente, la manera en que los "territorios ocupados" se han convertido
en "tierra en disputa" desde sus despachos, al igual que los "asentamientos
judíos" se han transformado en "vecindarios"; la forma en que los
militantes árabes son "terroristas", mientras los israelíes
nada más son "fanáticos" o "extremistas", y la forma en que
Ariel Sharon ?el hombre a quien en 1982 una comisión investigadora
de su propio país consideró "personalmente responsable" de
la matanza de mil 700 palestinos en Sabra y Chatila?, en un artículo
del New York Times es descrito como un hombre "con instintos guerreros".
La manera en que a la ejecución de combatientes palestinos se le
llamó con frecuencia "el trapeado", y cómo los civiles muertos
por soldados israelíes siempre "quedaron atrapados en el fuego cruzado".
En mis conferencias siempre exigía saber de mi
público ?y siempre esperé como respuesta la usual indignación
estadunidense? que me explicara cómo es que los ciudadanos de Estados
Unidos aceptan de su presidente esas infantiles políticas del "vivo
o muerto", del "con nosotros o contra nosotros" y del eje del mal.
Y por primera vez, en más de una década
de dar conferencias en ese país, quedé estupefacto. No por
su pasividad ?con su patriótica y total convicción de que
el presidente todo lo sabe mejor?, ni por la peligrosa actitud egocéntrica
que ha predominado en Washington desde el 11 de septiembre, ni por el constante
e incontrolable temor de que Israel pueda criticar a Estados Unidos. Lo
que me dejó sorprendido fue una nueva y extraordinaria negativa
a aceptar la línea oficial, el creciente y furioso descubrimiento
entre los ciudadanos de que les han estado mintiendo y han sido engañados.
En algunas de mis pláticas, 60 por ciento del público
era mayor de 40 años. En algunos casos, 80 por ciento eran estadunidenses
sin nexos étnicos o religiosos con Medio Oriente ?estadunidense-estadunidense,
como los llamé cruelmente en una ocasión; o "estadunidenses
blancos", como los llamó, más truculentamente, un estudiante
palestino. Por primera vez sus objeciones no eran hacia mi conferencia,
sino a las que habían recibido de su presidente y que habían
leído en la prensa sobre la "guerra de Israel contra el terror",
y también rechazaban esa necesidad de siempre apoyar de manera acrítica
todo lo que dice y hace el pequeño aliado medioriental de Estados
Unidos.
Estaba, por ejemplo, el ex oficial de la Marina, de rostro
arrugado, quien se me acercó después de una plática
en la Iglesia Unida Metodista, en el suburbio de Encinitas, de San Diego.
"Señor, yo era un oficial del avión que transportaba a John
F. Kennedy durante la guerra de 1973 en Medio Oriente", comenzó.
(Observé más tarde a este hombre y coincidí con mis
anfitriones en que decía la verdad.) "Se nos emplazó en Gibraltar
y nuestro trabajo era recargar de combustible los jets de combate
que estábamos enviando a Israel, después de que su fuerza
área fue hecha añicos por disparos árabes. Nuestros
aviones aterrizaban con los emblemas de la Fuerza Aérea y de la
Marina parcialmente borrados, y ya tenían la estrella de David pintada
en un costado. ¿Sabe alguien por qué les dábamos todos
esos aviones, sin más, a los israelíes? Cuando veo en la
televisión que nuestras naves y tanques son usados para atacar a
los palestinos, entiendo por qué la gente odia a los estadunidenses".
Estoy acostumbrado a dar pláticas en Estados Unidos
ante auditorios semivacíos. Hace tres años logré que
sólo 32 personas se presentaran en una sala de conferencias con
600 butacas. Pero este mes, en Chicago, Iowa y Los Angeles, los oyentes
vinieron por cientos. Llegaron casi 900 a una plática en la Universidad
del Sur de California, y tuvieron que sentarse en pasillos y corredores,
y también afuera de las puertas del auditorio. Esto no se debió
a que Lord Fisk estaba en la ciudad. Tal vez se debió, en
parte, al título de mi conferencia: 11 de septiembre: pregunten
quién lo hizo, pero por amor de Dios, no pregunten por qué.
Pero en realidad la mayoría vino ?y esto me quedó claro inmediatamente
en la sección de preguntas y respuestas? porque están hartos
de que los noticiarios de las cadenas de televisión y los expertos
de derecha quieran embrutecerlos.
Nunca antes estadunidenses me habían preguntado:
"¿qué hacer para que nuestra prensa dé reportes equitativos
sobre Medio Oriente?", o bien ?una pregunta mucho más perturbadora?:
"¿qué podemos hacer para que nuestro gobierno refleje nuestras
posturas?" Estas preguntas son una trampa, por supuesto. Los británicos
hemos estado lanzando consejos a Estados Unidos desde que perdimos en la
guerra de independencia, y no iba yo a unirme a ese numerito. Pero el hecho
de que se pudieran plantear este tipo de preguntas ?hechas generalmente
por estadunidenses de mediana edad sin orígenes familiares en Medio
Oriente? sugiere un profundo cambio en una población que alguna
vez fue dócil.
Hacia el final de cada plática me disculpaba por
las afirmaciones que estaba a punto de hacer. Le dije al público
que el mundo no cambió el 11 de septiembre. Que los libaneses y
los palestinos han sufrido la muerte de 17 mil 500 personas desde la invasión
israelí de 1982, que es un saldo cinco veces mayor al que tuvieron
los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre, y que el
mundo no cambió por eso hace 20 años.
Nadie encendió velas ni hubo actos conmemorativos.
Y cada vez que dije esto vi cabezas que asentían en la sala; algunas
grises y de cabellos ralos, pero otras jóvenes. El mínimo
chiste irreverente sobre el presidente Bush con frecuencia causaba olas
de carcajadas. Le pregunté a uno de mis anfitriones por qué
ocurría esto, y por qué el público aceptaba ese comportamiento
de un británico. "Porque no creemos que Bush haya ganado la elección",
me respondió.
Desde luego, es fácil ser engañado. Los
primeros programas de la radio local ilustraban muy bien cómo se
está manejando en Estados Unidos el discurso sobre Medio Oriente.
Cuando Gayane Torosyan abrió las preguntas en un programa a micrófono
abierto de la emisora WSUI/KSUI, un escucha llamado "Michael" ?líder
de la comunidad judía, según me enteré después,
aunque no lo dijo cuando estaba al aire? insistía en que en las
conversaciones en Campo David de 2000, Yasser Arafat había optado
por el "terrorismo" pese a que se le había ofrecido un Estado palestino
con capital en Jerusalén, y 96 por ciento de los territorios de
Cisjordania y Gaza. Con deliberado detenimiento, procedí a destruir
esa tontería.
Jerusalén hubiera permanecido como "la capital
eterna y unificada de Israel", según los acuerdos de Campo David.
Arafat hubiera tenido que conformarse con lo que Madeleine Albright llamó
"una especie de soberanía" sobre el área de la mezquita de
Haram al Sharif y algunas calles árabes, además de que el
Parlamento palestino hubiera quedado al sur de las murallas, en el oriente
de la ciudad, en Abu Dis. Con las vastas e ilegales fronteras municipales
que hay en Jerusalén, y que se extienden hasta Cisjordania, los
asentamientos judíos como Maale Adumim no estaban sujetos a negociación,
al igual que muchas otras colonias.
Tampoco se pensaba negociar sobre la "zona de seguridad"
israelí de 10 millas que existe en torno a Cisjordania, ni los caminos
por los que circulan los colonos judíos, que atravesarían
el "Estado" palestino. A Arafat se le ofreció cerca de 46 del 22
por ciento de lo que queda de Palestina. Me podía yo imaginar al
público de WSUI/KSUI cayéndose de aburrimiento de sus asientos.
Sin embargo, en mi folclórico hotel de paredes
de madera, el dueño y su esposa ?ambos voluntarios de la Fuerza
P durante la era Kennedy? habían escuchado cada palabra del programa.
"Sabemos lo que está sucediendo", dijo él,
"fui oficial de la marina en el Golfo durante los 60, cuando apenas teníamos
unos cuantos barcos en la región. En esos días, el sha de
Irán era nuestro policía. Ahora tenemos todos esos barcos
ahí y nuestros soldados están en países árabes,
y parece que dominamos la región". Osama Bin Laden, me dije, no
podría describir mejor la situación.
Y qué extraño, reflexioné, que los
periódicos estadunidenses apenas han dicho algo de esto. El Daily
Iowan ?uno de los no menos de cuatro diarios de Iowa City, dado que
en ese país la libertad de prensa se refleja en el número
de rotativos que existe y no en la profundidad de sus coberturas? no era
en absoluto directo sobre el tema, como sí lo era el dueño
de mi hotel.
"La situación en Medio Oriente es algo que muchos
ciudadanos de Estados Unidos no comprenden adecuadamente", se lamentaban
miserablemente los periódicos locales, "tampoco pueden ser razonablemente
articulados sobre el tema." Esta idiotez de que los estadunidenses son
demasiado tontos para comprender el baño de sangre en Medio Oriente,
y por lo tanto deben quedarse con la boca cerrada, fue el tema que predominó
en los editoriales. En ese sentido, eran aún más instructivas
las notas sobre mis propias conferencias.
El encabezado: "Fisk: ¿quiénes son en realidad
los terroristas?", aparecido en el Daily Iowan la semana pasada,
al menos capturó la esencia de mi mensaje y reprodujo los ejemplos
que cité del sesgo de la prensa estadunidense sobre Medio Oriente,
pero fracasó en tratar de transmitir los hechos, al escribir erróneamente
que fue Naciones Unidas (y no la mucho más persuasiva Comisión
Israelí Kahan) la que concluyó que Sharon era "personalmetnte
responsable" de la masacre de Sabra y Chatila.
El reporte que hizo de una de mis pláticas el diario
Des Moines Register fue curioso. Se concentró en mis entrevistas
con Osama Bin Laden ?que en efecto fueron mencionadas en mi charla? y luego
se refería a mi relato de cómo una multitud afgana me golpeó
en diciembre pasado. Dije al público estadunidense que los afganos
que me habían golpeado estaban furiosos por la campaña de
bombardeos de Estados Unidos en la que habían muerto sus familiares,
cerca de Kandahar, y recalqué la importancia de este hecho en mi
descripción de la refriega para dar contexto y razón al ataque
afgano en mi contra.
El Register usó mi descripción del
ataque, pero no hizo mención alguna de las razones. Larga vida al
diario Iowa City Press Citizen, pensé, cuando ví que
su titular había captado mi punto de vista: "Reportero en Medio
Oriente fustiga a los medios".
No es que los nativos de Iowa tengan excusas para mantenerse
ajenos a lo que sucede en Medio Oriente. En la pequeña población
de Davenport se ha adiestrado a israelíes en los sistemas de los
helicópteros de ataque Apache AH-64, que se emplean para
asesinar a palestinos buscados por Israel. Según un periodista local,
varias compañías de Iowa, incluida la oficina regional de
Rockwell, han estado involucradas en contratos militares por varios millones
de dólares con Israel. La empresa CemenTech, de Indianola, provee
de equipo a las fuerzas aéreas israelíes.
El día que llegué a Iowa City, el procurador
general estadunidense, John Ashcroft, decía a los ciudadanos del
estado que un centenar de extranjeros "provenientes de ciudades conocidas
por albergar a terroristas" habían sido interrogados en la entidad.
Otro centenar más sería "entrevistado" pronto. No hubo comentarios
editoriales sobre esto.
Las clases en la Universidad de Iowa eran intensas. Una
joven empezó anunciando que sabía que los medios estadunidenses
eran parciales. Cuando le pregunté por qué lo decía,
respondió que "tiene que ver con el apoyo estadunidense a Israel...",
y luego, con la cara roja, dejó de hablar. No así un alumno
de la escuela Rex Honey, de estudios globales. Después de que expuse
la trampa militar hacia la cual se llevó a los estadunidenses en
Afganistán ?la supuesta "victoria", seguida de más enfrentamientos
con Al Qaeda, y luego, inevitablemente, batallas diarias con caciques afganos
y ataques arteros contra las tropas occidentales?, el estudiante levantó
la mano. "¿Entonces, cómo vamos a vencerlos?", preguntó.
Una suave carcajada recorrió el salón. "¿Para qué
quieres 'vencer' a los afganos?", le pregunté. "¿Por qué
no ayudarlos a construir una nueva tierra?"
El joven me buscó más tarde para darme la
mano. "Quiero agradecerle, señor, por todo lo que nos contó",
me dijo. Tuve la sospecha de que tenía tendencia hacia lo militar
y le pregunté si pensaba unirse al ejército. "No, señor",
me respondió. "Voy a unirme a los marines."
Le recomendé mantenerse fuera de Afganistán.
A su modo, la prensa nacional estadunidense estaba haciendo lo mismo. Dos
días más tarde el diario Los Angeles Times publicó
un despacho notable de su corresponsal David Zucchino, en el que se reportaba
la amargura y la furia de los afganos cuyas familias fueron muertas en
los bombardeos de aviones B-52 estadunidenses. La reciente batalla
estadunidense en Gardez, decía el reporte, había dejado "amargura
naciente".
Si tan sólo se empleara la misma brutalidad sincera
en la guerra entre palestinos e israelíes. Pero, Dios, no es así.
En la carretera, por Long Beach, el pasado viernes, abrí Los
Angeles Times sólo para que este diario me dijera que Israel
"trapea (sic) Cisjordania", mientras Mona Charen, columnista de
este y otros diarios del país, exponía a los lectores que
"98 por ciento de los palestinos no han estado viviendo bajo ocupación
desde que Israel aceptó los acuerdos de Oslo", y que posteriormente,
el anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, había ofrecido
a Arafat "97 por ciento de Cisjordania y Gaza". Este porcentaje era incluso
uno por ciento mayor que la estadística mencionada por "Michael"
en la radio WSUI/KSUI.
Arafat, "ese asesino con las muertes de miles de israelíes
y árabes en sus manos", tenía la culpa. Charen argumentaba
que el problema entre los israelíes y sus vecinos "no es la ocupación,
ni los asentamientos", y desde luego tampoco la brutalidad de Tel Aviv
y sus agresiones, sino "la incapacidad de los árabes de convivir
pacíficamente con otros".
Tal vez California es orgánicamente distinta del
resto del país, pero tanto sus periodistas como sus estudiantes
parecen un poquito más listos que los del centro-oeste de Estados
Unidos. El Orange County Register, periódico tradicionalmente
conservador en una zona que tiene una población latina de 50 por
ciento, ha estado tratando de decir la verdad sobre Medio Oriente y publicó
un duro reporte hecho por Holger Jensen, quien advertía que si el
presidente Bush no se decide a jalarle la rienda a Sharon, el primer ministro
israelí "triunfará donde Osama Bin Laden fracasó,
al obligarnos a ir a una cruzada contra mil 200 millones de musulmanes".
Cuando fui invitado a un almuerzo con la plana mayor de dicho diario, tres
miembros de la comunidad musulmana de Orange County también fueron
invitados.
Un coctel con amigos de la iglesia metodista también
me reveló un sano entendimiento de la situación en Medio
Oriente. Uno de los invitados estaba muy consternado debido a una reciente
afirmación del ministro de Seguridad Interna de Israel, Uzi Landau,
quien dijo que "no nos estamos enfrentando a seres humanos, sino a bestias".
Un invitado negro elogió las críticas que hizo contra Israel
el secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Pero cuando encendí la televisión para ver
el noticiero del canal Fox, ahí estaba Benjamin Netanyahu, comportándose
aún más sharonista que el mismo Sharon, declarando que los
atacantes suicidas palestinos pronto estarían rondando las calles
de Estados Unidos. El ex primer ministro derechista había estado
codeándose con congresistas estadunidenses, cabildeando su apoyo
para la guerra de Israel "contra el terror", en los mismos momentos en
que el secretario de Estado, Colin Powell, se encontraba en Israel.
"Por qué la misión israelí debe continuar",
vociferaba el viernes la página editorial del New York Times.
Se trataba de un largo y tedioso artículo sobre la cruzada israelí
contra el "terror" escrito por el coronel del ejército de Tel Aviv
Nitsan Alon, que incluía varias de las que considero mis frases
engañosas favoritas, incluyendo la referencia de rigor sobre "numerosos
civiles", que quedaron ?sí? "atrapados en el fuego cruzado".
Para cuando empecé a hablar ante un bohemio grupo
de miembros de un club de arte en Los Angeles, los reporteros de periódicos
que había yo atacado en mis pláticas comenzaron a aparecer.
Llegó Mark Kellner, del Washington Times. "Va a ponerse a
recortar y pegar todo lo que digas. El Washington Times está
a la derecha, incluso, del Partido Republicano", me comentó un amigo.
Ya veremos.
Si bien mi público se había conformado mayoritariamente
por estadunidenses sin raíces en Medio Oriente, no podía
decirse lo mismo de los cocteles dominicales en casa de Stanley Sheinbaum,
el filántropo, coleccionista de arte y libertario ?hay que
olvidar el periodo en que ayudó a dirigir el departamento de policía
de Los Angeles. En dichos cocteles, mi pequeño discurso estaba destinado
a hacer estallar algunas granadas verbales.
Fue Sheinbaum quien se encontró con el presidente
sirio Hafez Assad por encargo del presidente James Carter, para arreglar
la extraordinaria cumbre entre ambos mandatarios en Ginebra. "Dígame
algo bueno sobre usted", me dijo. "¿Ha escuchado algo bueno de cualuquier
otra persona?", le pregunté. "No", me respondió.
Pero me agrada Sheinbaum, un hombre de más de 80
años, curtido y lleno de sentido del humor, que alienta a todo judío
estadunidense liberal a que diga lo que opina sobre Medio Oriente.
Mientras el sopor posterior al almuerzo se extendía
por los jardines de rosas, casas de campo, piscinas y colinas de Brentwood,
se puso de pie el rabino Haim dov Beliak, quien explicó cómo
piensa cerrar los establecimientos de bingo y apuesta ilegal pertenecientes
a uno de los principales constructores de asentamientos judíos,
que reside en Estados Unidos. "Llámeme cuando esté de vuelta
en Beirut y, sobre todo, escriba sobre eso", dijo el rabino. Mientras devorábamos
las fresas de Stanley Sheinbaum y bebíamos su fino vino tinto californiano,
otro rabino se acercó. "Va usted a tener algunas personas hostiles
entre su público. Sólo hágalas que escuchen la verdad",
dijo.
Así lo hice. Hablé sobre la cobardía
del secretario Powell, quien se paseó por todo el Mediterráneo
para dar a Sharon tiempo de terminar de destruir el campo de refugiados
de Jenin. Hablé de los cuerpos en estado de descomposición
en ese lugar y de la creciente evidencia de que en 1982 las tropas de Sharon
entregaron a los sobrevivientes de la masacre de Sabra y Chatila a los
torturadores falangistas libaneses para ser asesinados. Dije que a Arafat
jamás se le ofreció 96 por ciento de Cisjordania en Campo
David. Aconsejé a las 100 personas, o más, que estaban en
la reunión leer los valientes reportes que la periodista Amira Haas
publica en el diario israelí Haaretz. Hablé sobre
la miseria en los campos de refugiados palestinos. Dije que los atentados
suicidas palestinos son "malvados", pero sugerí que Israel nunca
gozará de seguridad mientras no respete la resolución 252
del Consejo de Seguridad; que nunca tendrá paz mientras no abandone
Cisjordania, Gaza, Golán y el este de Jerusalén.
"Me es muy difícil hacerle una pregunta, porque
lo que usted dijo me enojó mucho", comenzó, posteriormente,
una mujer. ¿Porqué no podía yo darme cuenta de que
los palestinos querían destruir todo Israel? ¿Que el derecho
al retorno destruiría el Estado?
Durante una hora le expliqué la realidad que yo
percibo en Medio Oriente: un Israel todopoderoso librando una añeja
guerra colonial. Le hablé de la guerra de Argelia, de 1954 a 1962,
su brutalidad y su crueldad; de las torturas y los asesinatos del ejército
francés; de los argelinos matando a civiles franceses y de los aterradores
paralelismos de esto con el conflicto israelí-palestino. Le hablé
de los palestinos que quieren, por lo menos, que se admita que su pueblo
ha sufrido una injusticia desde 1948, y agregué que había
muchos que están conscientes de que una compensación monetaria
tendrá que bastar para la mayoría de los refugiados que fueron
expulsados de sus hogares, que estaban en lo que ahora es Israel.
Le hablé sobre Sharon y sus sangrientos antecedentes
en Líbano. Sobre las presiones del lobby israelí en
Estados Unidos, del temor de ser tachado de antisemita, y del mal reporteo
desde Medio Oriente.
Un rabino fue el primero en decirme, más tarde,
que los palestinos eran víctimas, que deberíamos darles un
Estado verdadero. Una señora mayor me pidió el título
del que me parecía el mejor libro sobre la guerra en Argelia. Se
lo di: Una salvaje guerra por la paz, de Alastair Horne. Alguien
me puso una tarjeta de presentación en la mano. "¡Qué
plática tan perspicaz!", había escrito en ella su dueño.
Y aunque detesto la palabra "perspicaz", no pude evitar darme cuenta de
que el nombre en la tarjeta era Yigal Arens, es decir, el hijo de uno de
los más despiadados ministros derechistas de Israel. El mismo que
alguna vez me informó ?estando ambos en Beirut, en 1982? que Israel
"combatiría por siempre" el terror palestino.
En la carretera, rumbo al aeropuerto internacional de
Los Angeles, estando ya visibles las terminales y la torre de control a
través de la bruma californiana, me puse a leer la edición
sabatina del diario Los Angeles Times. Una nota en la página
12 revelaba que un documental premiado de la BBC sobre el involucramiento
de Sharon en las masacres de Sabra y Chatila ya no sería presentado
en un festival de cine canadiense debido a protestas de grupos judíos.
Los organizadores del festival explicaron que la cinta El acusado
"podía atraer atención no deseada de grupos de interés",
lo que sea que eso signifique. Pero un párrafo al final de la nota
llamó mi atención: "Sharon, quien en ese entonces era ministro
de Defensa, presuntamente facilitó el asalto sobre los campamentos
de refugiados de Sabra y Chatila..." Ahí estaba otra vez. ¿"Presuntamente"?
¿Cuántas cartas de enojo pretendían evitarse con esa
pequeña mentira? Presuntamente, desde luego.
Pero ya reflexionando, no creo que ninguno de los estadunidenses
que conocí vaya a ser engañado por esto. No creo que el propietario
de mi hotel se trague ese "presuntamente". Tampoco el viejo oficial naval
de John F. Kennedy. Tampoco los radioescuchas de KSUI. Ni siquiera lo creerá
Stanley Sheinbaum. Sí, Osama Bin Laden me dijo que pensaba que los
estadunidenses no entienden Medio Oriente. Tal vez tenía razón
entonces, pero ya no es así.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca