Jaime Martínez Veloz
El zapatismo y la civilización
Dentro de las corrientes que conforman la Revolución
Mexicana el zapatismo tiene un lugar especial, diferente, según
observa Guillermo Bonfil en su México profundo. Este movimiento
postuló la defensa de los pueblos, su no renuncia a las formas reales
de vida forjadas a través de los siglos.
John Womack nos describe en un estudio sobre Emiliano
Zapata cuál era esta persistencia de diferenciación comunitaria,
la personalidad de los pueblos con sus fiestas y celebraciones, donde El
Caudillo del Sur y sus correligionarios eran felices departiendo en las
mesas, en comunión de diversidad de pueblos, cada cual con su nombre,
su santo, su celebración ritual ligada a nacimientos, bodas y funerales.
El zapatismo es una de las revoluciones más antiguas
de nuestro país; sin embargo el actual como el de ayer se identifican
en el reclamo de una civilización originaria que vive en profundidad
y, simultáneamente, en el México imaginario, aquél
del que escribiera Bonfil y que ha acentuado su delirio esquizofrénico
no sólo imponiendo los valores de la cultura y la sociedad mestiza
dominante, sino los del poder del gobierno mundial, encabezado por los
militares estadunidenses que pretenden mostrar un rostro democrático
y civilizado mediante un patrioterismo belicoso y ajeno a nosotros.
El trabajo parlamentario que se ligó al zapatismo
desde 1994 tiene un mérito que en el Congreso hace presente la realidad
profunda del México rechazado, excluido y materia del etnocidio
que comete ?dice Bonfil Batalla? el proyecto histórico en los que
no hay cabida para la civilización mesoamericana.
Es en términos de civilización que el antropólogo
plantea su reflexión, donde el indio vivo, lo indio vivo, queda
relegado a segundo plano, cuando no es ignorado o negado.
La ciudad de México ?señala? es la localidad
con mayor número de hablantes de lenguas aborígenes en todo
el hemisferio. Sí, es una ciudad india desindianizada que Marcos
y los comandantes revelaron durante su gira como una población que
si bien es sometida al fuego de la alineación y la explotación,
supo leer a la perfección el mensaje de los zapatistas, que es una
voz profunda que sale de la tierra y la memoria histórica, donde
laten las imágenes que no son el discurso oficial, donde el mundo
indígena es singular, extraordinario en muchos de sus logros, pero
muerto.
Es el pasado glorioso del que debemos sentirnos orgullosos,
el que nos asegura un alto destino histórico como nación,
aunque nunca queden claras la lógica y la razón de tal certeza.
La revolución indígena no está soterrada
ni escondida en la selva, late en un estrato sensible de la conciencia
de los ciudadanos, y esta realidad profunda no la quieren reconocer los
que imaginan que México se va a conducir con folios marcados y archivados
de leyes que no respetan a la mayoría del pueblo, pues las demandas
indígenas las sostienen millones de personas que demostraron su
capacidad de movilización para detener el conflicto bélico
en su inicio.
A los que imaginan que México ignora en su esquizofrenia
la guerra al gobierno federal declarada por los indígenas de Chiapas,
toda vez que no se disparan tiros y se vive "en santa paz", la iniciativa
parlamentaria de la ley Cocopa les ofrece una constancia de que
no está resuelto un conflicto social, político e histórico,
y que el movimiento cíclico del concepto temporal indígena
es un compás mayor al de sus expectativas inmediatistas de la venta
de la tierra y la postración ante el imperio caciquil y global,
donde todo se parte, se reparte y donde el individuo, si bien le va, es
fuerza de trabajo en la trituradora de la maquila y la desertificación
de sus lugares de origen.