Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 19 de abril de 2002
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Política
Jaime Martínez Veloz

El zapatismo y la civilización

Dentro de las corrientes que conforman la Revolución Mexicana el zapatismo tiene un lugar especial, diferente, según observa Guillermo Bonfil en su México profundo. Este movimiento postuló la defensa de los pueblos, su no renuncia a las formas reales de vida forjadas a través de los siglos.

John Womack nos describe en un estudio sobre Emiliano Zapata cuál era esta persistencia de diferenciación comunitaria, la personalidad de los pueblos con sus fiestas y celebraciones, donde El Caudillo del Sur y sus correligionarios eran felices departiendo en las mesas, en comunión de diversidad de pueblos, cada cual con su nombre, su santo, su celebración ritual ligada a nacimientos, bodas y funerales.

El zapatismo es una de las revoluciones más antiguas de nuestro país; sin embargo el actual como el de ayer se identifican en el reclamo de una civilización originaria que vive en profundidad y, simultáneamente, en el México imaginario, aquél del que escribiera Bonfil y que ha acentuado su delirio esquizofrénico no sólo imponiendo los valores de la cultura y la sociedad mestiza dominante, sino los del poder del gobierno mundial, encabezado por los militares estadunidenses que pretenden mostrar un rostro democrático y civilizado mediante un patrioterismo belicoso y ajeno a nosotros.

El trabajo parlamentario que se ligó al zapatismo desde 1994 tiene un mérito que en el Congreso hace presente la realidad profunda del México rechazado, excluido y materia del etnocidio que comete ?dice Bonfil Batalla? el proyecto histórico en los que no hay cabida para la civilización mesoamericana.

Es en términos de civilización que el antropólogo plantea su reflexión, donde el indio vivo, lo indio vivo, queda relegado a segundo plano, cuando no es ignorado o negado.

La ciudad de México ?señala? es la localidad con mayor número de hablantes de lenguas aborígenes en todo el hemisferio. Sí, es una ciudad india desindianizada que Marcos y los comandantes revelaron durante su gira como una población que si bien es sometida al fuego de la alineación y la explotación, supo leer a la perfección el mensaje de los zapatistas, que es una voz profunda que sale de la tierra y la memoria histórica, donde laten las imágenes que no son el discurso oficial, donde el mundo indígena es singular, extraordinario en muchos de sus logros, pero muerto.

Es el pasado glorioso del que debemos sentirnos orgullosos, el que nos asegura un alto destino histórico como nación, aunque nunca queden claras la lógica y la razón de tal certeza.

La revolución indígena no está soterrada ni escondida en la selva, late en un estrato sensible de la conciencia de los ciudadanos, y esta realidad profunda no la quieren reconocer los que imaginan que México se va a conducir con folios marcados y archivados de leyes que no respetan a la mayoría del pueblo, pues las demandas indígenas las sostienen millones de personas que demostraron su capacidad de movilización para detener el conflicto bélico en su inicio.

A los que imaginan que México ignora en su esquizofrenia la guerra al gobierno federal declarada por los indígenas de Chiapas, toda vez que no se disparan tiros y se vive "en santa paz", la iniciativa parlamentaria de la ley Cocopa les ofrece una constancia de que no está resuelto un conflicto social, político e histórico, y que el movimiento cíclico del concepto temporal indígena es un compás mayor al de sus expectativas inmediatistas de la venta de la tierra y la postración ante el imperio caciquil y global, donde todo se parte, se reparte y donde el individuo, si bien le va, es fuerza de trabajo en la trituradora de la maquila y la desertificación de sus lugares de origen.

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