Silvia Gómez Tagle
Los saldos de una batalla
Durante las campañas que culminaron con la elección de una nueva dirección, se percibió una orientación general que permite identificar el perfil de un partido de izquierda, distinto del PRI y del PAN. Sin embargo, los vicios del PRD se multiplicaron en una elección nacional extremadamente complicada, según se evidenció el pasado 17 de marzo: en un solo acto fueron elegidas dirección nacional, direcciones de 32 entidades de la República, todos los consejeros nacionales y locales, representantes al congreso nacional, y hasta presidentes de los comités de base ƑCuántos dirigentes que no fueran candidatos "de algo" podían estar al margen de intereses inmediatos para formar parte de los equipos que organizaron las elecciones?
No obstante, los resultados también sacaron a la luz el trabajo serio y responsable de muchos militantes que forman parte de la gran estructura nacional del PRD, quienes trabajaron desde mediados del año pasado en el nuevo registro de militantes (nuevo padrón) y aun en el cómputo final de los votos. Según los datos disponibles más acabados, el resultado fue malo en algunas entidades, pero no echó por la borda todo ese esfuerzo. Se anularon las elecciones en Hidalgo y existen conflictos graves no resueltos en otras dos entidades. En el Distrito Federal, a pesar de que se abrieron los paquetes de varias de las casillas impugnadas por Agustín Guerrero (candidato de la CID que apoyó a Rosario Robles), se confirmó el triunfo de Víctor Hugo Círigo, candidato de Nueva Izquierda.
Más allá del debate sobre la legitimidad, sin duda fundamental, los datos revelan características interesantes sobre el PRD como partido y las fuerzas que lo componen.
En la elección para la presidencia y la secretaría general votaron 836 mil 413 militantes: 52.8 por ciento a favor Rosario Robles y 33.64 por ciento por Jesús Ortega, Camilo Valenzuela obtuvo 8 por ciento, y el 6 por ciento restante se repartió entre los otros tres candidatos. Pero la distribución regional, tanto de la militancia perredista como de los votos a favor de los candidatos, sin duda refleja la necesidad de restructuración.
El PRD concentra sus votos en el estado de México y el Distrito Federal, lo cual es natural dada la importancia demográfica de esas entidades, pero también están en Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Michoacán y Guerrero, lo cual muestra que su representación nacional está fuera de balance. Con los candidatos ocurre algo similar: Robles ganó principalmente con los votos del estado de México, Distrito Federal, Morelos, Michoacán, Tabasco y Guerrero, mientras las dos corrientes que apoyaron a Jesús Ortega tienen presencia nacional más consolidada, como lo demuestra el hecho de que Nueva Izquierda ganara 13 de las direcciones estatales y Foro Nuevo Sol (de Amalia García) seis, en tanto que los grupos que apoyaron a Robles ganaron ocho.
Posiblemente en el consejo nacional la mayoría la tendrán Nueva Izquierda y Foro Nuevo Sol, ya que con los presidentes de los comités estatales, los diputados, ex presidentes y gobernadores representan 31 por ciento, mientras los simpatizantes de Rosario tienen 27 por ciento.
El resultado evidencia que la dirección del PRD tendrá que entrar en una nueva etapa de organización, ya que tiene una conformación plural, y por ello mismo deberá rendir cuentas a un consejo nacional más exigente e incluso mostrar capacidad para rectificar decisiones. Esto puede ser muy sano, porque ahora que el PRD ya no es marginal, como lo fue durante el sexenio salinista, los conflictos por el poder interno adquieren importancia, porque existen oportunidades de triunfo.
En las elecciones que acaban de concluir se vio que hay muchos perredistas que militan por intereses personales, por lo que ahora es indispensable establecer filtros a quienes expresen su deseo de formar parte del partido, aparejados con compromisos, derechos y obligaciones.
Será responsabilidad de las corrientes que comparten la dirección sancionar a los 111 militantes que incurrieron en actos ilícitos el 17 de marzo pasado y elaborar una reforma estatutaria que tome en cuenta la nueva realidad del PRD: los recursos materiales y humanos de que dispone, la intensidad de la lucha por el poder, la falta de una cultura democrática, así como la competencia con otros partidos en el escenario nacional, que hoy obliga a la izquierda a participar en la consolidación de las instituciones democráticas de la manera más eficaz posible tanto en la confrontación con la derecha como en el diálogo, así como en lo referente a entablar acuerdos con otras fuerzas políticas en la medida en que existan coincidencias legítimas.
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