Clérigos chiítas prohibieron la venta de la Barbie
Guerra de las muñecas en Irán
Lanzan al mercado a los "hermanos" Sara y Dara
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Teheran, 26 de abril. Para los clérigos chiítas, guardianes de la moral y las tradiciones islámicas, el Gran Satán, como suelen denominar a Estados Unidos, recurre a todos los medios a su alcance para expandir su "influencia maligna" en el mundo.
Están convencidos de que uno de los ejemplos más perniciosos del modo de vida occidental viene en una cajita de color rosado, que contiene una curvilínea rubia de larga melena descubierta y, para mayor escarnio, suele acompañarse de un apuesto galán que hace las veces de novio, esposo o amante, según la degradación de cada cual.
En el colmo de la afrenta a las buenas costumbres, la mujer tiene un estuche completo de maquillaje y puede usar, igual que el hombre, varios juegos de ropa, lo cual presupone la posibilidad de ser desvestidas por sus dueños.
Hace seis años, los ayatolas detectaron que estaban causando furor entre las niñas iraníes la inmoral Barbie y su consorte, Ken. Prohibieron su venta, con lo cual sólo dispararon su precio en el mercado negro. Al darse cuenta de la ineficaz medida ordenaron diseñar una pareja de muñecos con todos los atributos de la decencia islámica, para frenar la agresión cultural foránea.
Así nacieron Sara y Dara, el análogo iraní de Barbie y Ken. Aunque no se dejan desnudar por el pegamento que une la vestimenta al plástico, vienen en distintas presentaciones con ropa tradicional de la mayoría de las regiones del país.
Además, de acuerdo con la campaña publicitaria que precedió su lanzamiento al mercado, Sara y Dara son "hermanos". La aclaración se consideró aquí pertinente, pues de ese modo es menos probable que a una niña iraní se le ocurra imaginar una relación incestuosa de sus muñecos.
Total, en ocasión del año nuevo local, hace poco más de un mes aparecieron en las tiendas de juguetes 80 mil versiones femeninas de Sara y 20 mil masculinas de Dara, que aspiran a convertirse, conforme al deseo de sus creadores, en "los mejores amigos de los niños iraníes".
En su momento considerado poco menos que un asunto de Estado, la tarea de diseñar a Sara y Dara recayó en el Centro para el Desarrollo Intelectual de los Niños y los Adultos Jóvenes de Teherán. Su director, Mohsen Chini Foroushan, está satisfecho con el resultado.
"Sara y Dara, con apariencia oriental, contrarrestan la invasión cultural de Occidente y también el modelo occidental de mujer y hombre que inculcan los juguetes hechos allí", sostiene.
Otro de los encargados del proyecto, Majid Qaderi, es más categórico: "Barbie es un símbolo de la cultura de Estados Unidos, que sólo estimula el consumismo. Tenemos que enseñar a nuestros niños los valores de su propia cultura y debemos propiciar que ellos mismos rechacen la parte mala de la cultura occidental y asimilen sólo la buena".
A juzgar por la cara de los vendedores de juguetes, cuando muestran los anaqueles repletos de Saras y Daras, los niños iraníes no han aprendido todavía a discernir lo bueno y lo malo.
"Hemos vendido muy pocos y las niñas siguen pidiendo Barbies y sus accesorios", expresó el dueño de una tienda de juguetes, una de las muchas existentes por el rumbo de la zona comercial de Tajrish en esta capital, y reveló que nunca ha dejado de vender la muñeca estadunidense.
Fabricados por ahora en China, Sara y Dara cuestan, cada uno, el equivalente a 15 dólares. Por el mismo precio, se consigue en Teherán la Barbie más barata y, ya con todos sus accesorios, ronda el equivalente de cien dólares.
Mientras las niñas iraníes quieran tener una Barbie, para los vendedores de juguetes, la guerra de las muñecas es sólo un magnífico pretexto para subir el precio.