LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Juana la Loca
''UN GUION TREMEBUNDO y altisonante, realzado por
una puesta en escena adecuadamente ampulosa para una historia cuyo mayor
encanto reside en su nada encubierta necrofilia." Así describe el
escritor español Carlos Aguilar (Guía del video-cine,
Cátedra, 1986) la versión fílmica más célebre
de la historia de Juana I de Castilla, conocida como Juana la Loca. La
cinta, de 1948, es Locura de amor, de Juan de Orduña (realizador
también de El último cuplé), y la protagonizan
Aurora Bautista (Juana), Fernando Rey (Felipe el Hermoso) y Sarita Montiel
como la seductora hechicera que precipita la demencia de la reina.
LO DICHO POR el comentarista a propósito
de aquel melodrama puede aplicarse hoy, medio siglo después,
palabra por palabra, a la adaptación que hace Vicente Aranda (Amantes,
La pasión turca) del texto teatral decimonónico de
don Manuel Tamayo y Baus, texto que el realizador califica de ''lamentable".
¿QUE INTERESA ENTONCES al cineasta? La novedad
que detecta Aranda en el texto farragoso es su manera de interpretar, desde
mediados del siglo XIX, la pasión amorosa como una exaltación
de los sentidos, como una prefiguración del ''amor loco" surrealista.
Fascinado con esa idea, privilegia entonces el drama intimista (el asedio
de una reina celosa a su monarca infiel) sobre la crónica de los
sucesos de la época (la rivalidad política, a principios
del siglo XVI, entre Flandes y Castilla).
ARANDA CONSIGUE UNA meticulosa y muy pulcra ambientación
histórica, algo más que el ''cine de cartón-piedra
y peluca" que fue Locura de amor en su época, pero no logra
por ello apartarse de los clichés más socorridos del tema
que le interesa: la tiranía amorosa. Consigue con la actriz Pilar
López de Ayala un atractivo retrato femenino, pero el modelo de
heroína romántica no disimula su desgaste si se le compara
con varios antecedentes fílmicos; uno de ellos, el que encarna una
Isabelle Adjani devorada por la pasión en La historia de Adela
H., de François Truffaut. Y lo que hace casi 30 años
parecía ya reiterativo y complaciente, hoy se revela totalmente
anticuado. Si el tema de la enajenación amorosa varía muy
poco de la Medea de Eurípides a la Fedra de Racine,
incluso al drama histórico que propone Aranda, lo que sí
ha evolucionado, y mucho, es la manera de abordarlo, los recursos narrativos,
y el estilo de las actuaciones.
JUANA LA LOCA: una reina anciana recuerda
los días primeros de su naufragio amoroso, mientras sobre una mesa
reposa el óleo de su amado desaparecido. Sigue un flashback,
sigue una didáctica narración en off (para las cuestiones
históricas), luego la tumultuosa historia de amor y finalmente el
regreso a la anciana añorante que contempla todavía el cuadro.
Fin.
¿PARA QUE COMPLICAR la narración
si el género ha funcionado muy bien así en las series televisivas?
¿Para qué una búsqueda artística, como la del
portugués Manoel de Oliveira al abordar el tema de la pasión
en La carta, versión novedosa de La princesa de Cleves,
novela del siglo XVII francés? Aranda se desentiende de modernidades
estorbosas. Prefiere maquillar un texto mediocre, deslumbrar con fastos
ornamentales, conmover con desbordamientos dramáticos.
CUANDO FILMA UNA disputa entre la reina y su rival
amorosa, el lenguaje es, irremediablemente, el de una telenovela, y la
justificación, su apego al hecho histórico o a la convicción
de que si las cosas no sucedieron así, de esa manera pudieron haber
sucedido. Dice Aranda: ''La historia del reino de Castilla podría
dar para una revista Hola! de la época". Después de
ver Juana la loca, ¿quién podría dudarlo?