Abraham Nuncio
La democracia de los pocos
El ejercicio del derecho al voto aún no nos hace pasar del todo
al edificio democrático por la puerta del frente, cuando ya el escamoteo
del derecho a ser votado nos saca a empellones por la puerta trasera.
Aún está fresca la memoria de algunos episodios en los
que la democracia y la moral republicana se vieron lesionadas: la campaña
ultramillonaria y el sospechoso resultado electoral que llevó a
Ro-berto Madrazo al gobierno de Tabasco; el pase de charola por
Salinas a los magnates más poderosos del país para financiar
-supuestamente- la de su sucesor, y la colecta que hicieron los Amigos
de Fox para costearle su precampaña que duró todo un sexenio.
En Nuevo León ha arrancado la precampaña de los aspirantes
del PRI y del PAN al gobierno del estado. En plena recesión económica
del país, unos y otros estiman, a más de un año de
la elección, que éste es un plazo razonable para empezar
a hacer proselitismo.
El panista Mauricio Fernández, que para el próximo año
cumplirá tres de estar realizando actividades prelectorales, presionó
los llamados tiempos políticos. Hasta donde se sabe, no ha requerido
de ayuda económica de nadie. Esto es comprensible: hijo de un próspero
industrial y miembro de la dinastía Garza Sada por vía materna,
es un hombre rico. Puede pagarse su precampaña y su campaña
sin tener que comprometer banqueros o funcionarios de paraestatales, hacer
colectas ni requerir de amigos que se las hagan.
Antecedente de Fernández, en ese sentido, fue Fernando Canales
Clariond, in-dustrial y banquero favorecido por el vo-to ciudadano en las
elecciones de 1997, que anunciaron el cambio de 2000 (un cambio hasta ahora
extrañamente nonato). Canales perdió 50 millones de pesos
en el quebranto del grupo Abaco-Confía: un quebranto con sellos
fraudulentos de los que el ahora gobernador se dijo sorprendido, a pesar
de haber sido miembro prominente del consejo de administración de
esa institución bancaria. La pérdida no fue impedimento para
que los gastos de la campaña que encabezó salieran de su
bolsillo.
Jorge Padilla, entonces miembro destacado del PAN, pero en pugna con
Canales y su grupo, lo dijo con claridad: no participaba en el proceso
de nominación a la gubernatura porque ello implicaba demasiado dinero
del que él no disponía.
Las inercias del pasado se convierten en actos significativos del presente:
Mauricio Fernández echó mano del acarreo, que antes
les producía vómito a los panistas, al momento de registrarse
para la competencia interna. El priísta Natividad González
Parás, que intentará por segunda vez postularse para disputarle
la gubernatura al candidato del PAN, celebró su aniversario con
un desayuno en formato papal para promover su candidatura: 2 mil comensales.
No forma parte de la dinastía regiomontana, pero sus re-cursos son
superiores a los de los demás precandidatos del PRI.
Ni Fernández ni González Parás se han comprometido
-tampoco ningún otro de los candidatos del PRI y del PAN- con alguna
de las muy numerosas causas que defiende la ciudadanía de Nuevo
León. Son expresión de la tendencia de los partidos en México:
el autismo electoral que los aleja de los problemas reales de la sociedad.
El bipartidismo norteño es en Nuevo León más enfático
y esto lo aproxima con mayor nitidez al modelo seudodemocrático
(excluyente) de Estados Unidos. Fernández y González Parás
son un ejemplo de ello: ambos, en diferente gra-do, están vinculados
al mundo de los grandes negocios. Nada nuevo, en todo caso, si recordamos
a los tribunos, defensores de la plebe, y a los patricios romanos: unos
y otros pertenecían a la nobleza o se hallaban en su periferia.
Pero sí contrario a la democracia participativa de la que tanto
necesitan países como el nuestro debido a las brutales asimetrías
socioeconómicas que padecemos y a la creciente dependencia económica,
política y cultural de Estados Unidos.
Si sólo son los ricos quienes pueden ejercer plenamente el derecho
a ser votados, la democracia a la que aspiramos será siempre un
espejismo y se acentuará, como ya se ve en el gobierno foxista,
la subordinación de México a las decisiones de Washington.
El lenguaje operativo común de los ricos de América Latina
es el inglés, su modelo espacial, económico y de vida el
que ha florecido en Estados Unidos, sus vínculos políticos
y hasta emotivos más estrechos los que logran hacer con los representantes
del capital estadunidense.
En concreto: la actual legislación electoral ahonda la desigualdad
entre los mexicanos. Y esto hay que remediarlo a la brevedad posible. Esta
sí es en verdad una asignatura pendiente de la reforma del Estado
y no otras cuya superficialidad resulta escalofriante.
De los fondos públicos, exclusivamente, debe salir el financiamiento
de las precampañas y campañas. Drásticas tendrán
que ser las limitaciones a los gastos de ambas y a la distribución
del financiamiento a los partidos. De otra manera seguirá ocurriendo
lo que hasta ahora: la labor de proselitismo partidario es sustituida por
la nuda publicidad en los medios (sobre todo en radio y televisión).
Quienes más dinero tienen para que les diseñen imagen
(lenguaje, gestos, disfraz, lemas, escenas y estampas glamorosas) son los
que tendrán mayores posibilidades de ganar.
Las elecciones son una inversión que se exige sea retribuida
con bancos, industrias nacionales, rescates bancarios o carreteros, entrega
de las riquezas del país al capital extranjero, concesiones obscenas.
México es un país empobrecido, terriblemente desigual y con
lacras del régimen priísta a las que hoy se suman las del
gobierno panista. Unas y otras conspiran para hacer de la democracia un
engendro en beneficio de una elite que no se hace cargo de las necesidades
de su país, de su historia y su cultura.