Angeles González Gamio
Justo reconocimiento
Se rinde en estos días al pintor José Gómez Rosas, conocido como El Hotentote, con una excelente exposición en el Museo Mural Diego Rivera, ese pequeño pero cálido espacio que se construyó junto a la Alameda, especialmente para albergar el mural de Diego Rivera Una tarde de domingo en la Alameda Central, que se encontraba en el hotel del Prado, demolido a raíz del terremoto de 1985.
Su actual director, Américo Sánchez, le ha impreso gran vida organizando magníficas muestras como la que ahora se presenta, que nos permite conocer la obra de un personaje que dejó huella en el mundo de la primera mitad del siglo XX en la ciudad de México.
El Hotentote es un apelativo que se refiere a los individuos de escasa estatura de una raza africana; dejando volar la imaginación, sus compañeros de la Academia lo utilizaron para llamar afectuosamente a este enorme hombre, cuyas dotes artísticas se expresaron, entre otras, en la decoración para los célebres bailes de máscaras de la Academia de San Carlos, donde fue alumno y maestro.
José Gómez Rosas vivió en una vecindad del castizo barrio de La Merced; esto se reflejó en buena medida en su obra, que incluye los enormes telones con que cubría la Academia, que bien pueden considerarse murales, pintados sobre metros y metros de papel manila reforzado con manta de cielo. En ellos plasmó su cotedaneidad, la de su ciudad y barrio; aparecen con frecuencia los alumnos y maestros de la Academia genialmente caricaturizados, al igual que artistas, intelectuales y políticos. Su trabajo tiene un marcado sabor popular, netamente capitalino; se dice que es el Chava Flores de las artes plásticas. Sin embargo, detrás de su alegría, humor y exhuberante colorido, hay un profundo conocimiento de la teoría y la técnica. Fue un ferviente estudioso de los grandes artistas finiseculares y de principios del siglo XX; los fauvistas, con su desorbitado colorido, no le fueron extraños.
La erudita historiadora de arte Elisa García Barragán nos dice que algunos de sus personajes se inspiran en Van Dongen y comenta su predilección por el arte francés. Todo ello sin dejar de expresar en su obra admiración y constante homenaje a José Clemente Orozco, Diego Rivera y Siqueiros. También alimentaron su espíritu las artesanías, de las que adquirió amplios conocimientos por su amistad con el Doctor Atl.
Habla la historiadora de la excelencia de su dibujo, que se advierte en los telones, a pesar de la dificultad que le deben haber significado, conservando sin embargo su trazo seguro y neto. Esto se aprecia en plenitud en su obra de caballete, principalmente al óleo.
Pero su fantasía no se detuvo allí, se mostró asimismo en los fabulosos disfraces para los bailes mencionados, que lo hicieron ganar el primer premio durante ocho años consecutivos, hasta que se decidió que fuera parte del jurado, para que otros tuviesen oportunidad, pues era imposible competir con él.
Otra faceta fascinante de El Hotentote fue la cartonería, que lo llevó a entablar gran amistad con la familia Linares, autora de los famosos judas y habitantes del mismo rumbo, a quienes sugirió la idea de los alebrijes, por las figuras fantásticas que diseñaba para las máscaras de sus disfraces.
Esta exposición es muy importante, ya que la obra de este talentoso artista con alma de niño, pues era proverbial su bondad y buen carácter, con pocas excepciones, había estado olvidada. En los ochenta del siglo pasado la Universidad Nacional hizo una exposición de telones y un hermoso catálogo, y la Academia de San Carlos exhibió algunos trajes y máscaras.
Desde hace un lustro una hermosa fonda situada en la calle de Las Cruces 40, en su amado barrio de La Merced, que lleva el nombre de El Hotentote, le rinde homenaje, mostrando un espléndido telón y varios cuadros, además de ofrecer auténtica comida mexicana, de la que era fanático.
Los antojitos son de excepción; para abrir boca unos tlacoyos y quesadillas de tlales; indispensable la suculenta sopa Tlaxcala, especialidad de la casa. De plato fuerte: huauzontles finamente capeados, cecina morelense con su tamalito de elote y crema fresca, tamal de huauchinango o pulpos en chipotle. Los postres son otro agasajo: capirotada, arroz con leche, flan casero, requesón con miel y el inefable pelo de diablo, esas exquisitas fibras plateadas que nos brinda el mexicanísimo chilacayote, suavemente endulzadas con piloncillo.