Bárbara jacobs
Peritas en Lunas
De no haber sido porque me enteré -seguramente debido al principio según el cual todo llega a saberse- de que el proyecto con el que mi viejo profesor Lunas aspiraba a ingresar a la Academia le había sido rechazado, habrían prevalecido mis prevenciones de volver a visitar a su viuda.
Lo cierto es que volví, en esta ocasión decidida a no dar por terminada la entrevista mientras no obtuviera una copia del trabajo no aceptado de Lunas, así como la autorización de la viuda para denunciar a los académicos por su ignorancia. Aun antes de conocer el proyecto en cuestión, no me cabía duda de que la ignorancia era el motivo del rechazo, pues lo que oí, que fue lo que desencadenó mi nuevo interés en Lunas, fue, en la voz del director de la Academia, la pregunta o declaración de principios siguiente:
''ƑQuién es este Lunas para que de buenas a primeras pretenda enseñarle nada a nadie?''
Dudar de la capacidad de un candidato no prefigurado a un reconocimiento determinado es el primer recurso del que echa mano un comité para empezar a fundamentar el juicio de selección del que carece. Si no, Ƒpor qué se preguntó el director, "ƑQuién es este Lunas?" Si lo que propone éste o cualquier otro Lunas es bueno, Ƒel director debe saber quién es Lunas para darle la oportunidad de llevar a cabo un proyecto que es bueno? Dicho de otra forma, Ƒpor qué lo que oí no fue, "šQué mal proyecto el de Lunas!"?
Previendo la tormenta que encontré en la carretera en mi visita anterior a la viuda de Lunas, ahora me equipé con botas largas de hule, una potente linterna extra y un chaleco antibalas. Aunque no que no me detuve a razonar el porqué de esta prenda, el hecho de que mi chamarra no la hiciera aparente me hizo caminar del jeep prestado hacia la casa y, sobre todo, de la casa al jeep y de éste a mi propia casa horas después, confiada.
La viuda de Lunas no presentó la menor resistencia para facilitarme el trabajo que mi atribulado profesor sometió a juicio con la esperanza de que le mereciera convertirse en académico. Pero al extendérmelo desde su silla de ruedas, tosió y exclamó. "Ah, desgraciados", con lo que me dio a entender que quienes habían rechazado la candidatura de Lunas habían precipitado su extraño final. El tacto neutralizó mi arrojo para envalentonarme ante mi anfitriona y asegurarle que me encargaría de denunciar a esos "desgraciados" y, al hacerlo, vengar a mi profesor. Aparte, me interesaba más leer el proyecto que levantar ninguna protesta, pues, mientras que de la lectura aprendería algo valioso, de la denuncia no lograría sino confirmar que, contra el ignorante, toda condenación que le hagas te acercará a ti al vacío.
No me animé a aceptar el ofrecimiento de la viuda de Lunas a hospedarme en su casa en tanto que leía el planteamiento de mi profesor; pero le aseguré que se lo regresaría apenas lo hubiera leído. Como imaginé, el plan era tan bueno que, de hecho, estuve tentada de no regresárselo a quien tenía el derecho de propiedad, sino de apropiármelo y hacer que su desarrollo constituyera mi vida.
En síntesis, se trataba de un "Curso escrito de literatura concebido y elaborado para orientar el juicio y el gusto del lector occidental común". En él, explicaba Lunas, "quedarán claramente establecidos, por sus mejores exponentes, todos los géneros estrictamente literarios en que se expresa la literatura, de manera que el lector aprenderá a diferenciar cada género antes de juzgarlo y apreciarlo". Quedaban más que bien establecidas y justificadas las diversas delimitaciones de tan amplio programa y, entre las intenciones que albergaba Lunas, la de que el lector creara con los títulos una biblioteca compacta y panorámica de la literatura que marcó el siglo XX, no era la menos acertada.
Se había esmerada en que todo autor en la bibliografía fuera creador en sí, incluso en géneros tales como diario, traducción, crítica, ensayo amplio, lo que fundamentaba al declarar: "Prefiero la expresión que nace de las emociones a la que se produce a partir solamente del razonamiento, por más inteligente, culto, lúcido y hasta brillante que éste pueda ser", pues, sostenía, "Concedo valor a la incertidumbre y al riesgo de la equivocación".
En fin, este Panorama de literaturas, según lo llamó su autor, fue rechazado por un mejor juicio, al que es probable que Lunas le concediera razón. Pues algo lo llevó a anotar en su carta póstuma, "Si uno es lo que hace, y si nadie quiere lo que uno hace, nadie lo quiere a uno", que es, por decir lo menos, un pensamiento lógico, sea silogístico o no.