Rolando Cordera Campos
¿Hacienda contra el mundo?
El Programa Nacional para el Financiamiento del Desarrollo
(Pronafide) nos enfrenta a enormes necesidades no resueltas. Quizás
se trate del nudo gordiano de nuestro desarrollo esquivo y ausente por
ya casi dos décadas. No se trata, entonces, de un asunto menor y
es por eso que el programa debería concitar la más cuidadosa
de las discusiones. No ha sido así, lo que apunta a otra falla fundamental
del mecanismo político-económico que debería sustentar
la conducción del desarrollo: la casi absoluta falta de discusión
político-institucional en materia económica.
El documento de más de cien cuartillas ha quedado
atrapado en el boletín o la reseña apresurada, pero le dio
oportunidad al Presidente para volver a abrir el fuego verbal sobre el
Congreso, mismo que diputados y senadores regresaron de inmediato. El financiamiento
del desarrollo se volvió otra pelota de ping-pong.
En algunas notas de prensa se dijo que el programa exploraba
rutas alternas para el crecimiento, pero de primera intención resulta
difícil coincidir con ese optimismo. El discurso reafirma las verdades
convencionales sobre la estabilidad y su primacía sobre el crecimiento,
y da muestras de una notable insensibilidad política en materia
fiscal. Insistir en "homologar" el IVA no sólo es una necedad retórica
sino una manifestación de que la "vicepresidencia" económica
es concebida como una "subdictadura", que no busca "mandar obedeciendo",
como el otro sub de la región, sino que requiere para funcionar
de unos poderes plenos que nadie le puede otorgar.
Cifras más o menos, el programa ofrece una perspectiva
insatisfactoria para el desarrollo nacional. Menos de 4 por ciento de crecimiento
en promedio sin reformas y alrededor de 5 con ellas en el sexenio, no en
el trienio, no es un panorama que entusiasme a nadie. Además, con
esas proyecciones parece quererse poner a la sociedad contra la pared:
o se hacen las reformas que quiere el Ejecutivo o no hay crecimiento alto
al final del sexenio. Nuestros mandatarios se llevan las canicas a su casa.
Cómo es que estas reformas se darán la mano
para producir a tiempo un crecimiento mayor que el esperado, es asunto
arcano. Si el consumo popular se ve afectado por el IVA, ya vendrá
algo para aliviarlo y volverlo demanda. Si la inversión creciente
para la electricidad liberada se vuelve compras externas y no demanda interna
o empleo, ya vendrán otros a crearlos. Si la reforma educativa produce
mano de obra calificada en gran escala que no encuentra ocupación
al dejar el aula, ya se encargará la providencia de empatar la oferta
con la demanda. Lo que importa, parece implorar el Pronafide, es que los
de fuera nos crean y jalen parejo, se olviden de la feroz competencia por
mercados y capitales, hagan a un lado el temor y el desconcierto y se unan
al equipo. Lo demás se dará en cascada, una vez que la casa
parezca flamante.
Mala política, peor política económica
y equívoca conducción financiera, porque es de esta última
de donde emanan las primeras "señales" para los que deciden los
movimientos sin alma del capital financiero. Si lo que se ofrece a "los
mercados" es sólo estabilidad y mucho más conflicto político
en materia económica que antes, se trata de un mal negocio de la
secretaría que todavía recorre Limantour por las noches,
salvo que se haya decidido que no hay política que sirva y que lo
que se requiere es un toque de alto voltaje como los que a ciertas horas
se antojaban como indispensables en Garibaldi.
Se dijo por ahí que el Pronafide admitía
la ineficacia del sector externo como locomotora del crecimiento y volteaba
la vista al mercado interno. No parece ser el caso, si nos atenemos al
credo del superávit que alimenta el alma hacendaria, pero lo que
importa advertir es que el sector externo nunca ha sido locomotora de nada,
salvo de las ilusiones de quienes soñaron que la mejor política
industrial era la que no había. El sueño es ya pesadilla.
Para lo que deben servir las exportaciones es para aumentar
nuestra capacidad de comprar bienes y conocimiento en el exterior, que
no producimos internamente. También deberían servir para
aumentar sensatamente nuestra capacidad de endeudamiento externo, hoy sostenida
en gran medida por la capacidad de producir y exportar crudo, lograda,
por cierto, en buena parte gracias al endeudamiento del pasado.
Aquella deuda, vale la pena recordarlo, la sirve la factura
petrolera, a pesar del lloriqueo interminable de quienes quieren vender
Pemex para "no dejar endeudadas a las generaciones que vienen". Mientras
el mercado interno se mantuvo inerte no hubo crecimiento. Fue sólo
cuando el consumo privado interno se despertó, y luego lo hizo un
tanto la inversión bruta, que la economía despegó,
hasta llegar al crecimiento espectacular del presidente Zedillo... que
empezó a clavar el pico antes de que su mandato concluyera en gloria
y crucifijos.
Proponer como meta nacional un superávit fiscal
es punto menos que absurdo y una tomada de pelo al respetable. Más
cuando el argumento que se ofrece es el de dejar libre el campo del crédito
al sector privado, al que no tiene acceso hoy por la "indebida" interferencia
estatal en la puja por fondos prestables.
De libro de texto y peor lectura, el razonamiento no se
sostiene en la experiencia reciente de México, ni tiene nada que
ver con la búsqueda de un crecimiento alto y sostenido que postula
el Presidente y reclama la mayoría de la sociedad mexicana. Tampoco
guarda relación seria con lo que se hace hoy en otras partes del
mundo, para empezar con nuestro socio mayor. Mala jugada ésta, de
una vicepresidencia tan costosamente adquirida.