Guillermo Almeyra
Vías para la reconstrucción argentina II
Como dijimos en el artículo del domingo anterior
han fracasado tres modelos de economía y de país. El primero
es el agroexportador basado en el poder de la oligarquía terrateniente,
con el monopolio de las divisas obtenidas de las exportaciones de productos
primarios, porque ese modelo impide el desarrollo del mercado interno y,
por consiguiente, del ingreso y de las fuentes de trabajo en la industria
liviana y en la agroindustria y, al mismo tiempo, limita al Estado al controlar
la fuente principal de sus ingresos y del respaldo a la moneda local con
divisas fuertes (que esa oligarquía puede no ingresar al país
o derivar hacia paraísos fiscales).
Sin romper con el dominio de la oligarquía y sus
lazos con el capital financiero internacional, sin una amplia reforma agraria,
sin el control de las riquezas generadas por la agroganadería y
la agrindustria no habrá fuentes de trabajo para los desocupados,
desarrollo para el interior del país y para los pequeños
y medios agricultores, capacidad financiera para el Estado y respaldo para
el peso. Además, continuará el terrible deterioro ecológico
de las mejores tierras del mundo debido al carácter "minero", extractivo
depredador, de los cultivos de bienes primarios que tienen bajo costo en
el mercado y de la concentración de la tierra con la destrucción
de los pueblos campesinos.
La reorganización de la sociedad argentina necesita
hacer lo que no hizo Perón o el desarrollismo: expropiar a la oligarquía,
que es el instrumento de poder del capital financiero mundial sobre la
Argentina y poblar el interior, acabando con la trágica paradoja
del hambre en un país de 37 millones de habitantes que puede alimentar
a 800 millones de personas, según los organismos internacionales
especializados.
El segundo modelo, el de la gran Argentina "socialmente
justa, económicamente libre y políticamente soberana", el
del peronismo desde 1946 hasta 1952, fracasó porque no tocó
el poder de la oligarquía y pretendió industrializar al país
disputándole, con el monopolio estatal del comercio exterior, sólo
la distribución de la renta agraria. Y fracasó también
porque, apostando al alto precio de las materias primas agrícolas
después de la Segunda Guerra y hasta el fin de la guerra de Corea
y a un capitalismo mundial que abriese brechas y diese tiempo para el desarrollo
de los países dependientes más favorecidos, como la Argentina,
después no tuvo los medios para desarrollar la investigación
necesaria para la independencia tecnológica o para crear una industria
pesada que respaldase la sustitución de importaciones mediante la
industria liviana nacional. La reconstrucción del mercado y del
poder mundial del imperialismo y la transformación de Europa, que
hasta entonces era importadora neta de alimentos, en gran exportadora de
granos y de carne acabó con los sueños peronistas. El golpe
militar oligárquico de 1955 se encargó por su parte de tratar
de reducir el mercado interno al achicar mediante la dictadura la parte
de los trabajadores en el mercado interno bruto para favorecer las exportaciones
y abrió el camino, con el general Onganía, a finales de 1969
y, sobre todo, con la dictadura de 1976 y su ministro Martínez de
Hoz, al tercer modelo, basado en la transformación de la deuda privada
de los capitalistas en deuda externa estatal y en la fusión entre
los grupos oligárquicos, convertidos en exportadores-importadores-financieros,
con el capital financiero internacional. Ese modelo privilegió el
pago de la deuda y la exportación de capitales: fue un modelo succionador
de recursos y de destrucción del mercado interno y de la capacidad
del Estado, al cual corrompió por completo con el estímulo
y el apoyo activo de las grandes empresas trasnacionales (que así
hacían negocios fabulosos) y del Fondo Monetario Internacional,
que así controlaba al país y erosionaba su soberanía.
El resultado principal de este modelo sometido al capital financiero y
que, por supuesto, siguió apoyado en la oligarquía terrateniente,
fue la desindustrialización, la extranjerización de la poca
industria que queda, la entrega de las palancas del desarrollo al capital
financiero mundial y, sobre todo, la destrucción del sistema financiero
nacional, al extremo de que todos los bancos son extranjeros y comerciales,
se limitan a succionar los fondos del país para exportarlos, y sólo
le queda al Estado un impotente y amenazado Banco Central y el Banco de
la Provincia de Buenos Aires. Sin la nacionalización sin pago alguno
de estas máquinas de robar al país y a sus habitantes y la
creación de un aparato financiero al servicio del desarrollo y que
se apoye en los fondos también expropiados a la oligarquía
y en los recursos ahorrados no pagando la deuda externa, que es insostenible,
impuesta por las dictaduras e inmoral, no habrán fondos para asegurar
planes de trabajo y para mantener el nivel de vida mediante el sostén
financiero a los desocupados. Sin el control de cambios ningún Estado
dependiente podrá defender su moneda, dar prioridad a las importaciones
necesarias, evitar la fuga de capitales.