Presentó en la capital chiapaneca su
más reciente novela, finalista del Premio Planeta 2001
Marcela Serrano se apropia de San Cristóbal
en Lo que está en mi corazón
JAVIER MOLINA
Tuxtla Gutierrez, Chis., 15 de junio. Habla la
escritora Marcela Serrano: ''la literatura nos salva la vida, ¡de
verdad!; nos hace entender la naturaleza humana. La gente que no lee no
entiende nada de la emocionalidad del otro, ¡nada!''. Ella visitó
esta ciudad para presentar su más reciente novela, Lo que está
en mi corazón, finalista del Premio Planeta 2001.
"La literatura -continúa- nos permite vivir tantas
vidas, robarlas, tomarlas prestadas, ampliar nuestro conocimiento del mundo
mediante ellas, sentirnos distintos, ser otros. Cuando escribimos burlamos
la realidad, porque no es resistible, hay que burlarla, como el único
refugio posible para la cotidianidad del mundo actual; esa es mi sensación".
Lo que está en mi corazón sucede
en Chiapas, en tiempo y lugar de la lucha indígena. ''No creo en
la literatura aséptica, separada de la vida. La vida individual
está siempre supeditada a la vida colectiva. Sólo si se es
ermitaño o vagabundo podrías contar una historia donde el
acontecimiento social no influyera. Mi interés al escribir esta
novela no eran sólo las vidas de las protagonistas, sino también
Chiapas.
"Pienso, y esto lo confirmo mientras más viajo
por lugares lejanos a nuestro continente, que lo que nos diferencia a los
escritores latinoamericanos de los europeos o de los estadunidenses es
esencialmente esto de hacernos cargo de las historias de nuestros países.
Esa es la diferencia clara con la otra literatura. Es probable que eso
nos suceda porque tenemos historias no resueltas, y porque en realidad
se nos vienen a la cara, no hay que buscarlas. Cuando quiero contar historias
individuales, éstas, irremediablemente, van ligadas a lo social".
La mujer, tema central
-Respecto de lo social, destaca en su novela la situación
de la mujer indígena.
-En todas mis novelas el tema de la mujer ha sido central.
Mi utopía personal es llegar a la igualdad, lograr un mundo donde
la diversidad exista, donde haya espacio para hombres y mujeres. Dado que
esa es mi obsesión, quería tomar la realidad de las mujeres
indígenas: quería denunciarla, quería contarle al
mundo que aquí, al ladito nuestro, hay mujeres que aún viven
así. Por eso Paulina es uno de los personajes más queridos
por mí y el que me requirió más investigación.
-Y
su utopía personal está situada en un mundo de derrotas,
donde se habla, precisamente, del fin de las utopías, del fin de
la historia.
-Soy de una generación que se crió pensando
que podríamos cambiar el mundo. Con esos preceptos crecí,
estudié y enfrenté el mundo. Y de repente, de la noche a
la mañana, me dicen se acabó. Ahora yo quiero ser muy específica
en un punto: cuando cayó el muro de Berlín, no es que yo
pensara que detrás pasaban cosas muy buenas; ya todos sabíamos
la cantidad de debilidades que el sistema tenía. Pero jamás
pensé que iba a haber una especie de sentido común globalizado
que dijera: este sistema es válido y este se murió. Entonces
creo que a partir de ahí la frustración para esa generación
fue bastante. La política pasó a adquirir otras caracteríticas,
otra manera de hacerse, otra manera de pensarse, y las causas por las que
peleábamos tuvieron que modificarse, porque si nos hubiésemos
quedado en las causas anteriores ahora no podríamos intervenir en
la sociedad, porque estaríamos anquilosados en un cuento que ya
no es posible.
-Por eso en su novela se habla de las huérfanas
del apocalipsis.
-Huérfanas del apocalipsis, de las utopías.
Huérfanas de las ganas de un mundo mejor. Ahora el EZLN revivió
en mucha gente esta posibilidad, fue para muchos como decir: ''ah, la revolución
todavía es posible''. Ahora, no para mí, porque yo entendía
la revolución como un todo, no como un problema específico,
como es esta rebelión indígena. Me parece que el EZLN ha
hecho un aporte enorme a este país, y no sólo en México,
también hacia fuera, pero no creo que eso resuelva los cambios sociales
que queremos hacer en todo el continente.
-En su novela también son recurrentes los títulos,
las letras de las canciones mexicanas.
-Siento que las canciones, especialmente las mexicanas,
recogen toda una fantasía popular a la cual yo me acerco muchísimo.
Por eso acudo permanentemente a ellas, porque me parecen tan precisas y
tanto mejor pensadas de lo que yo pensaría, y porque además
apelan a una sensibilidad.
-¿Tiene un plan, un proyecto antes de escribir
una novela?
-Siempre hay un previo, chiquito, pero hay un previo.
Lo maravilloso es que hay la posibilidad de que justamente éste
cambie, de que yo misma me vaya sorprendiendo en el camino y mis personajes
se dejen llevar por ellos, no por mí. Entonces hay varias cosas
que suceden en esta novela que no estaban en mi cabeza cuando hice el esquema
previo, porque fueron pasando. Además, cuando yo venía a
San Cristóbal oía cosas, me pasaban ciertas cosas, y eso
también cambiaba el plan de la novela.
-Aunque resulta claro que a usted le llamó mucho
la atención San Cristóbal.
-Ah, sí, me enamoré por completo de la ciudad,
y espero que eso se trasluzca. También esta novela es un gran homenaje
a esta ciudad; así lo entiendo.
-¿Por qué?
-Porque en la literatura internacional San Cristóbal
siempre está ausente. Está presente en México mediante
Sabines, Rosario Castellanos, pero no afuera. Tuve una experiencia muy
linda en la ciudad de Antigua Guatemala, cuando la descubrí y hace
muchos años no estaba en los circuitos turísticos ni mucho
menos, y escribí una novela ahí, y a raíz de eso las
mujeres empezaron a ir a Antigua. Esto terminó en que el alcalde
de la ciudad me llamó y me nombró, en una ceremonia maravillosa,
hija de la ciudad, me dio las llaves y toda la cosa. Por eso me dieron
ganas de hacer lo mismo en San Cristóbal: que los lectores sientan
la belleza de esa ciudad, sientan la fuerza de esa ciudad y les den ganas
de venir, de apropiársela. Creo que los escritos tienen esa cosa
fantástica de poder consagrar lugares.
-Y aparte funciona muy bien literalmente, en cuanto atmósfera,
escenario de la narración.
-Absolutamente, de hecho siento que es una ciudad literaria
en sí misma.
-Y desde luego encontró la magia que hay en las
comunidades indígenas.
-Creo que en la cultura indígena hay un enorme
valor, una enorme riqueza que nosotros solemos ignorar. Y hay respuestas
bellísimas que los indígenas dan sobre la vida y que yo creo
que si nos apropiáramos de ellas nuestra propia vida sería
más cálida, más hermosa.
Chiapas, marca fuerte
-Me sigue llamando la atención cómo una
ciudad, digamos la Dublín de Joyce, tiene un papel tan importante
en una novela.
-Absolutamente, pensando en Dublín. Hay autores
que se han apropiado de tal manera de una ciudad y cada quien se apropia
de la ciudad que quiere. La posibilidad de apropiarse de un lugar depende
de cuánto uno ame a ese lugar, no de que nació o sea de ahí.
Yo me apropié de Antigua sin ser guatemalteca, ni siquiera centroamericana,
porque soy del sur (de Santiago de Chile), y Antigua es mía, ahora
es mía. Y al escribir de San Cristóbal de alguna forma también
es mía. Creo que la literatura le da una vida a las ciudades y que
las trascienden en el tiempo, o sea, a mí me parece una gran cosa
que las ciudades puedan tener un impulso literario, porque efectivamente
es un impulso.
"Siempre tengo el impulso de contar acerca de nosotros,
de las cosas que nos pasan, y me imagino que el impulso de contar sobre
Chiapas tiene que ver con que sea una marca fuerte en el continente.