EL ISSSTE, EN CRISIS TERMINAL
La
mundialización dirigida por el capital financiero tiene dos efectos
principales. Por un lado subordina la defensa del poder adquisitivo nacional
y del mercado interno al mantenimiento y al pago de la deuda y el lucro
de los inversionistas trasnacionales. Por otro, la crisis se debe a que
el capital desde hace años ha puesto en primer plano la especulación
y no la producción, que es la que crea bienes y valores. Por eso
las macropolíticas defendidas por el Fondo Monetario Internacional
causan el estancamiento productivo y una gran fragilidad de los bancos,
que en todos los países están en graves dificultades y, en
el nuestro, incluso en quiebra técnica. De modo que los contribuyentes
se ven sometidos a una insostenible sangría para mantener a bancos
que carecen de utilidad pública, pues no cumplen ninguna función,
salvo la de bombas aspirantes de los recursos del país donde actúen.
Si en el origen de la acumulación primitiva del capital estuvieron
el pirata Morgan y sus congéneres al servicio de la reina, ahora
aparecen otros rapaces ligados al Estado español de José
María Aznar o a los cómplices de Enron en Washington, que
acumulan capital diciéndose "después de mí, el diluvio".
Porque otra característica de la actual mundialización
es el desprecio por la gente, que no cuenta para los hacedores de la macropolítica
económica, que no se detienen a pensar ni en los costos humanos
de sus decisiones ni en la ética. A ellos les parece políticamente
correcto jugar en la bolsa los fondos de Afores, jubilaciones y pensiones
y expropiar los aportes de toda una vida de trabajo para servir al capital
financiero. Por ejemplo, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales
de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) dentro de dos meses no podrá
comprar medicamentos y a fin de año no podrá ni pagar el
aguinaldo debido a los cortes en su presupuesto, al tiempo que el gobierno,
que condena así a millones de trabajadores, financia ilegalmente
con el Fobaproa-IPAB a los banqueros, casi todos extranjeros que tienen
ganancias sin precedente a costa del resto de la sociedad. El resultado,
sin embargo, es claro pues la crisis, incluida la de los bancos, arrastra
uno tras otro a países "emergentes" como Argentina, Brasil o Turquía
y hasta a países altamente industrializados como Japón. La
caída en los consumos y la falta de confianza de los consumidores
en la economía-casino, alarga la recesión estadunidense y
mundial, lleva a emprender el viaje de vuelta hacia Europa de los capitales
europeos vitales para cubrir el déficit de inversiones en Estados
Unidos y, por lo tanto, al derrumbe del dólar, el fortalecimiento
récord del oro y del euro y a la incertidumbre en la economía
mundial.
Por consiguiente, los gobiernos que apuestan al dólar,
que ligan su suerte a una ilusoria rápida recuperación de
la economía estadunidense, que creen en un neoliberalismo que todos
los analistas serios dicen que es insostenible y que siguen alegremente
quitándoles fondos a los pobres para dárselos a los ricos
(que, además, son extranjeros) liquidando así las bases mismas
del mercado interno y de la independencia nacional, marchan al abismo viendo
sólo la curva de las ganancias de las trasnacionales. Los campanazos
de alerta, empero, ya son reiterados y muy serios. El derrumbe del ISSSTE
sería un grave golpe no sólo a los trabajadores públicos
y sus familias, sino también a la estabilidad social y política,
que sufre por el aumento incesante de la pobreza y de la inseguridad. Obstinarse
en una política que hunde uno tras otro los mecanismos de relativa
redistribución del ingreso y concentra aún más la
riqueza pone en peligro a la democracia, a menos de que se cambie urgentemente
de rumbo y se piense, antes que nada, en los seres humanos.