Horacio Labastida
El desastre argentino
La Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap) organizó el 14 y 15 de junio pasado en Toluca, México, un seminario latinoamericano sobre globalización, soberanía, regionalización y periodismo, al que concurrieron representantes de prácticamente todos los países del subcontinente, así como un grupo de invitados especiales. El seminario fue brillante y crítico sobre todo por la alta calidad de las ponencias presentadas y discutidas en las diversas mesas redondas y paneles celebrados ante un público sin duda ávido y entusiasta.
Bien perfilados quedaron dos grandes problemas que afectan a la región. El primero es la dependencia de nuestras naciones respecto al gobierno estadunidense, representante unipolar del poder económico trasnacional, militar y político de nuestros días.
ƑQué se entiende por dependencia? El concepto es complejo y, en ocasiones, lleno de resonancias anfibológicas; sin embargo, ofrecemos esta descripción sencilla y clara: hay dependencia cuando la economía interna y externa de un país está condicionada en términos estructurales por las determinaciones de los centros hegemónicos del mundo. Y con más o menos intensidad y en el marco de esfuerzos de liberación no despreciables, tal es la situación de los países latinoamericanos, con la excepción de Cuba y su régimen socialista.
El segundo gran problema de Latinoamérica se halla estrechamente vinculado al primero. Se trata de una formalización política de la dependencia económica, cuya connotación principal es una subordinación de los gobiernos locales a las decisiones de la Casa Blanca en su papel personero del superpoder económico.
Alguien ha dicho que la posición satelital de la vida material impone en América Latina un poder político ajeno a lo nacional y propicio a lo imperial. Pero en el huerto de la dependencia y la subordinación se advierte la ideología en que se alimenta la generalizada opresión, a saber: el neoliberalismo que busca legitimar la expansión del capital metropolitano por su intrínseca necesidad de aprovechar los mercados de materias primas, fuerza de trabajo y consumo, puesto que esta expansión planetaria se corresponde con la lógica fundamental del capitalismo: máximas ganancias y costos mínimos, sin cuyo cumplimiento el capitalismo moriría sin remedio. Obtener excedentes óptimos es la causa de las muchas pobrezas de los pueblos y de las crisis y quebrantos que irremediablemente los afligen.
En ese panorama latinoamericano, Juan Carlos Camaño, secretario general adjunto de la Unión de Trabajadores de la Prensa de Buenos Aires, así como miembro de la Mesa Nacional de la Central de Trabajadores Argentinos, expuso en el seminario toluqueño la situación que prevalece en la patria de Jorge Luis Borges (1899-1986).
La desesperación de los argentinos de ahora tiene dos antecedentes imperdonables. El brutal gorilato militar que presidieron Jorge Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri de 1976 a 1983, dedicado especialmente a perseguir la libertad política y de pensamiento, usando armas vergonzosas y condenables, en la llamada guerra sucia; fue entonces cuando desaparecieron decenas de miles de ciudadanos disidentes e inocentes. Los gorilas formaron parte de la genocida Operación Cóndor, y a pesar de las denuncias fundadas de las siempre respetadas y admiradas Madres de la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, los gobiernos civiles sucesores de los asesinos los han protegido con impunidades semejantes a las que hasta hoy rodean a Pinochet y asociados en Chile.
El segundo sello destructor de Argentina se imprimió en el decenio de la presidencia de Carlos Saúl Menem, convertido de peronista en defensor a ultranza de las órdenes que recibía del Tío Sam. Del brazo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, aparentando una prosperidad cercana al primer mundo, Menem lanzó a Argentina hacia el caos. Camaño muestra números no controvertibles. En la actualidad, dice, hay una tasa de desocupación cinco veces mayor a la de hace 26 años, un salario real disminuido en 60 por ciento y una pobreza en crecimiento de 600 por ciento. Y agrega para concluir: el número de pobres sobrepasa 50 por ciento de la población total y muy probablemente alcanzará 63 por ciento en el último trimestre del año actual. No es la corrupción la causa verdadera del desastre; la dependencia y la subordinación del país lo han hecho pedazos, junto con la ideología neoliberal.