José Cueli
Sólo futbol
A los cabales aficionados a los toros, burlones, deprimidos y despechados por haber sido expulsados de la vida social, no nos queda más que contemplar el espectáculos futbolero dancístico que llevaron a cabo los brasileiros y que tuvo como número fuerte el chistorete de Ronaldo que impuso sobre el césped japonés su voluptuosidad y vaivén de caderas a contrarritmo de bossanova y fue promotor del alboroto, ya que desde hace tiempo nos dieron de baja de la fiesta brava.
A quién le importan las corridas de novillos, frente al espectáculo de los brasileiros, recorriendo la cancha al compás de sus estridentes bailoteos, retorciéndose epilépticamente y semejando en su juego las contorsiones de las sambas en las favelas con sus colorines, inquietas máscaras vistosas, generadoras de la algarabía, la alegría y la luz sobre la lluvia nipona.
Qué importan los novilleros ancianos, esclerosados, rígidos, sin oficio ni ganas de ser, acompañados de una guapa torera española asustada y novillos descastados, de juego desigual, de San Juan Pan de Arriba, frente a lo emotivo de la improvisación, lo sorpresivo de un Ronaldo inspirado sobre la fuerza, la casta de la Alemania que dejó la zalea en el estadio japonés.
El balón como invencible titán se enseñorea por el globalizado mundo. El balón bailó a fuego lento en las botas de los jugadores cariocas y fue sexualidad vertical que les permitió modular el instante de la patada a su capricho, alargarla, suspenderla o condensarla en un rayo de eternidad. Los millones de marginales en el mundo pudieron por instantes cubrir el hambre y la depresión. Representados por estos baletistas que les permitieron creer vivir la vida que no han vivido, al ritmo de la inquieta gelatina y la cabeza temblorosa de negro terciopelo.
En este escenario futbolístico mundial, sólo los locos cabales nos interesamos por las novilladas.