LAS PROMESAS, DOS AÑOS DESPUES
Hoy
se cumplen dos años del triunfo electoral de Vicente Fox, hecho
que llevó a la Presidencia por primera vez a un candidato no priísta,
y que marcó el inicio de una alternancia largamente reclamada y
peleada por las izquierdas y por las derechas del espectro político.
Ayer, el gobierno emanado de esa elección histórica cumplió
19 meses de gestión. Ambos aniversarios hacen necesaria una somera
recapitulación de lo conseguido hasta ahora por quien llegó
a Los Pinos como abanderado de la Alianza por el Cambio, de sus asignaturas
pendientes y de sus perspectivas al frente del país.
Por principio de cuentas, debe admitirse que las formalidades
democráticas -alternancia, régimen de partidos, autonomía
de los poderes de la Unión, así como vigencia de las soberanías
federales- han dejado de ser meras aspiraciones. Ello no ha sido obra del
presente gobierno, sino de la sociedad y de las instituciones, pero debe
reconocerse que el Ejecutivo federal ha dejado de ser un obstáculo
a la consecución de tales logros. En el ámbito de la vida
democrática debe acreditarse al gobierno de Fox su iniciativa de
Ley de Acceso a la Información y su decisión de abrir al
público lo que queda de los archivos que documentan las actividades
represivas del Estado en sexenios anteriores.
Fuera de esos aspectos, la presente administración
casi no ha podido cumplir -por incapacidad, por falta de voluntad o por
factores que escapan de su control- con ninguna de las promesas de campaña
de la Alianza por el Cambio.
En materia de derechos humanos y de vigencia del estado
de derecho, se ha hablado mucho, pero los organismos humanitarios nacionales
e internacionales coinciden en señalar la persistencia de prácticas
inadmisibles y exasperantes (tortura y ejecuciones extrajudiciales, principalmente);
el conflicto de Chiapas y, en general, la relación del Estado con
los pueblos indígenas permanecen sin resolver.
Fuera de algunas excepciones, persiste la monumental corrupción
de la administración pública en el pasado inmediato, empezando
por las irregularidades en las privatizaciones de la administración
de Salinas y en los "rescates" de la de Zedillo; entre esos gobiernos y
el actual existe, además, una indignante continuidad en el trato
preferencial otorgado al sector financiero y especulador, en contraste
con la desatención y el abandono en que sigue manteniéndose
a los asalariados, los pensionados y la enorme mayoría de los campesinos.
Las promesas de generación de empleo, de "changarro y vocho", así
como de crecimiento económico de 7 por ciento suenan, ante las realidades
de hoy, a dos años del 2 de julio de 2000, como una burla.
En materia de soberanía, el desempeño del
actual gobierno no tiene más calificativo posible que el de desastroso:
la tradicional política exterior del país se ha liquidado
en aras de una injustificable sumisión a los lineamientos globales
de Washington, y da la impresión de que el Ejecutivo federal sigue
empeñado en buscar resquicios para la enajenación total o
parcial de Pemex y de la industria eléctrica, únicos remanentes
de la propiedad nacional que dejaron las administraciones delamadridista,
salinista y zedillista.
En el ámbito del ejercicio del poder, existe consenso
nacional acerca del pésimo desempeño de equipo de colaboradores
del Presidente. Desde antes de llegar a Los Pinos, los integrantes del
actual gabinete se han dedicado más a propinarse codazos que a resolver
el cúmulo de problemas al que debieran hacer frente, hasta el punto
en que el factor de ingobernabilidad más inquietante en el país
es el conjunto de discordancias y encontronazos entre los secretarios de
Estado.
Dicho lo anterior, debe señalarse, en descargo
del actual régimen, que las expectativas sociales acumuladas el
año 2000 eran tan altas que habría sido imposible para cualquier
equipo gubernamental satisfacerlas a plenitud, incluso si en el curso de
las campañas electorales no se hubieran formulado promesas tan infladas
como las que emitió Fox. Adicionalmente, en el ámbito económico,
el entorno internacional recesivo no ha sido en nada favorable a la reactivación
y el crecimiento ofrecidos. Debe reconocerse, también, que en el
año y medio que va del actual sexenio los grupos legislativos -el
del PAN y los opositores- con frecuencia han actuado más en función
de intereses facciosos de corto plazo que en aras de las necesidades nacionales,
y que con ello han incrementado la carga de dificultades del Ejecutivo.
Lo anterior se ha traducido en un severo desgaste político
para el gobierno de Vicente Fox y en una palpable desilusión ciudadana
ante las instituciones, ante el nuevo gobierno y -lo más peligroso-
ante la democracia. Pero al presente gobierno le faltan casi las tres cuartas
partes de su mandato y es de-seable y esperable que logre subsanar la inexperiencia
y los desajustes institucionales inherentes a la alternancia y a los escenarios
nuevos, que sea capaz de realizar las rectificaciones de rumbo que la sociedad
demanda y que consiga sobreponerse a sus extravíos iniciales. En
esta perspectiva, una acción fundamental sería la expresión
inequívoca de una voluntad política para deslindarse del
pasado reciente y emprender, de una vez por todas, las acciones legales
que correspondan contra sus antecesores en el poder.
A nadie le conviene, y nadie desea, que al presidente
Vicente Fox le vaya mal. Pese al desgaste, el mandatario tendrá,
en sus medidas correctivas, en el reconocimiento de sus errores y en las
rectificaciones necesarias, el respaldo mayoritario de la sociedad.