Immanuel Wallerstein
Prerrequisitos, poder y paz
La política se refiere a las luchas entre estrategias públicas alternativas. Tales luchas son interminables. En el mundo contemporáneo se considera deseable que se decidan mediante algún tipo de votación en la que la mayoría decida. Todos sabemos que los individuos y los grupos tienen puntos de vista de distinto peso sobre dichas estrategias, y que la determinación con la que dichos individuos o grupos persigan sus objetivos (lo cual incluye cuánto dinero, prestigio y favores inviertan en ello) afecta enormemente los resultados. Lo que llamamos un Estado relativamente democrático y estable es aquél en que estos debates y disputas se llevan a cabo sin violencia abierta.
También sabemos que muchos de tales debates y disputas despiertan un grado mayor de pasión porque parecen referirse a las reglas fundamentales del juego: a quién se incluye en la toma de decisiones, cuáles son los límites dentro de los cuales se trazan las políticas, quién es dueño de la tierra y la riqueza de determinada zona. Llamemos constitucionales a estas luchas, las cuales ocurren en contextos muy diferentes. Pueden referirse a una colonia que busca independizarse de la potencia colonizadora, o a una "minoría" (que a veces es la mayoría de la población) que busca dejar de ser excluida de los derechos políticos (pero también económicos y sociales) dentro del Estado. Pueden también relacionarse con una prolongada disputa de tierra o de límites entre estados.
Hagamos una pequeña lista de algunas de estas disputas que han recibido considerable difusión mundial en décadas recientes: India/Pakistán sobre Cachemira, Sudáfrica bajo el régimen de apartheid, Irlanda del Norte, Chechenia, Israel/Palestina, comunidades chiapanecas/gobierno de México, el sur de Sudán, los kurdos de Turquía, los vascos en España, Indonesia/Timor Oriental, Kosovo/Serbia. Los conflictos de esta lista, muy diversos entre sí, tienen dos características en común: (1) en cierto momento ha habido violencia; (2) en cada caso, uno de los dos bandos defiende esencialmente el status quo, en tanto el otro demanda un cambio considerable de la situación.
Por supuesto, las situaciones son muy diferentes, y he escogido esta lista para dejar claro que, en términos de ideología y apoyo externo, los lados "débiles" y "fuertes" de estas disputas no atraen solidaridades internacionales consistentes. Las personas que apoyan a Kosovo probablemente no respaldan a los vascos; los partidarios de los sudaneses del sur quizá no lo sean de los palestinos. De hecho, esas personas no se consideran inconsistentes; alegarán las condiciones específicas de cada situación y dirán que no son moralmente equivalentes.
Me gustaría, sin embargo, definir algunos puntos en común observando tanto la historia como la retórica de tales situaciones. Los agravios que subyacen en estas disputas tienen su raíz con frecuencia en hechos ocurridos en un pasado remoto. Un grupo fue conquistado, o desplazado, o se le despojó de su tierra. Esto ocurrió porque este grupo era más débil que el que lo conquistó, lo desplazó o le quitó sus propiedades. Más aún, los agravios a menudo involucran el hecho de que estos hechos pasados llevaron a la creación de estructuras políticas que tuvieron el efecto de desmembrar o abolir culturalmente al grupo débil (por ejemplo mediante la conversión religiosa o la imposición lingüística).
La historia de la retórica por lo general va como sigue. Primera etapa: el grupo fuerte valida la estructura con argumentos sobre sus propios méritos y las limitaciones culturales del grupo débil. Segunda etapa: el grupo débil se organiza políticamente, responde a la retórica y exige una estructura más "igualitaria". Tercera etapa: el grupo fuerte desdeña al débil, y éste no logra nada en términos de cambio constitucional. Cuarta etapa: algunos elementos del grupo débil comienzan a cometer actos violentos y el mundo pone atención.
Cuando llegamos a la cuarta etapa, parte de la política se refiere a obtener o retener el apoyo de grupos externos poderosos. El grupo fuerte alega que la violencia del débil es ilegítima y que hacer concesiones a la violencia sienta un precedente inaceptable. Exige el fin de la violencia como "prerrequisito" para el diálogo que podría conducir a la "paz". El grupo débil responde que sin violencia no se le haría caso, y que sólo el diálogo que conduzca a una solución "política" permitirá que la violencia termine. šImpasse!
Todos reconocemos la cuarta etapa. Es el gobierno de India exigiendo que Pakistán retire a los infiltrados. Es el régimen del apartheid negándose a liberar a Nelson Mandela de la prisión hasta que la CNA renuncie a la violencia. Son los protestantes de Irlanda del Norte demandando que el ERI se desarme antes que puedan realizarse negociaciones. Es el gobierno ruso insistiendo en que los rebeldes chechenos son criminales. Es Ariel Sharon diciendo que no habrá discusiones con la Autoridad Nacional Palestina hasta que cese todo terrorismo. Es el gobierno mexicano insistiendo en que sus tropas deben ocupar Chiapas para restaurar el orden como condición para reanudar el diálogo. Es el gobierno de Jartum diciendo que los sudaneses del sur deben deponer las armas, y el gobierno turco afirmando lo mismo de los kurdos. Es el gobierno español acusando a los terroristas de ETA. Es el gobierno indonesio respondiendo a los timoreses occidentales con feroz represión. Son los serbios enviando sus tropas a aniquilar a los rebeldes kosovares.
Una vez más elijo estos casos porque creo que sólo en ciertos casos los lectores estarán de acuerdo con el grupo fuerte, en tanto que en otros estarán totalmente en desacuerdo con él. Yo mismo pienso así. Con todo, los paralelismos estructurales en todos los casos son patentes. También es claro que el debate en cada campo parece ser el mismo. Cada bando tiene "moderados" que desean encontrar una solución política, que contenga cierto elemento de "transacción". Y cada bando tiene intransigentes que quieren todo o nada, y que emplean la mayor parte de su energía combatiendo a los moderados de su propio bando, o tratando de socavar las negociaciones mediante el uso oportuno de la provocación violenta.
Estos once casos son de hecho diferentes, y las soluciones, si las hay, deben ser variadas. Pero todos se refieren al poder y a los derechos. Y todos tienen un elemento de violencia, la violencia de los que desean mantener el status quo contra la de aquellos que quieren transformarlo. Y todos terminarán sólo cuando se logre un acuerdo político. Si la "guerra contra el terrorismo" es una guerra para impedir que los grupos débiles recurran a la violencia, es como Don Quijote combatiendo molinos de viento. Por supuesto, si se pone suficiente fuerza en la defensa del status quo se tendrá por un tiempo éxito en reprimir, pero siempre será por un tiempo. Y claro está que es posible destruir a las organizaciones que llevan a cabo determinada rebelión, pero si es así llegarán otras que las sustituyan, más moderadas si se realizan concesiones políticas, más feroces si no.
Lo que todos necesitamos percibir es que el fin de tales disputas -la quinta etapa, que es en su mayor parte una anécdota histórica (por ejemplo la disputa de Alsacia-Lorena entre Alemania y Francia)- siempre ha llegado por la vía política, no militar. Por supuesto ha habido una lección política para ambas partes. Pero la solución política ha implicado siempre el recurso a la violencia por ambos bandos. En cualquier asunto importante, es virtualmente inevitable.
Un análisis político más agudo y menos moralizante puede resultar provechoso. Las concesiones siempre son dolorosas. Lo importante es que cuando se hagan concesiones, sean de tal naturaleza que sólo las generaciones actuales sufran, y que las generaciones que aún no nacen encuentren incomprensible tal dolor. Ese tipo de soluciones políticas son las únicas duraderas.
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Jorge Anaya