LUIS ECHEVERRIA ANTE LA JUSTICIA
Por
primera vez en la historia nacional -o, al menos, en el tramo histórico
regido por la Constitución de 1917- un ex presidente ha sido llamado
a declarar, en calidad de indiciado, ante el Ministerio Público.
El hecho, ocurrido ayer, es a todas luces notable y meritorio, y debe ser
saludado, no porque se prejuzgue la culpabilidad de Luis Echeverría
Alvarez en los crímenes de Estado del 2 de octubre de 1968 y del
10 de junio de 1971, sino porque la comparecencia del ex mandatario ante
la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos
del Pasado representa una oportunidad para esclarecer aquellos sucesos
trágicos e indignantes, y porque sienta un precedente auspicioso
en el combate a la impunidad y en la necesaria desarticulación de
la espesa red de complicidades y encubrimientos que, pese a la salida del
PRI de Los Pinos, sigue viva y actuante en el país.
De alguna manera, las horas en las cuales Luis Echeverría
hubo de escuchar los cargos que pesan en su contra por la masacre de Tlatelolco,
y las que habrá de dedicar el martes próximo para enterarse
de las acusaciones en su contra por el halconazo del 10 de junio, constituyen
la demolición de un arraigado tabú de la política
mexicana: el carácter de "intocables" de los ex presidentes que,
llevado a la práctica legal, implicaba una inimputabilidad grotesca,
ilegítima y contraria a los principios básicos del derecho
penal, especialmente a uno: la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.
El mérito principal de este logro debe atribuirse,
en primer lugar, a las organizaciones y los ciudadanos que han decidido
mantener viva la memoria de los excesos represivos del Estado y han librado
una batalla legal larga, tediosa y a veces exasperante en el empeño
de obtener justicia. También debe admitirse que la alternancia política
que vive el país ha sido un contexto propicio para el esclarecimiento
de los crímenes del poder público en el pasado reciente.
Por otra parte, y sin afán de ignorar la importancia
del suceso, debe señalarse también que hasta el momento no
ha ido más allá del terreno de lo simbólico.
Cabe esperar que las investigaciones de las masacres de
Tlatelolco y de San Cosme lleguen al esclarecimiento pleno de los hechos
y a la consignación de los culpables -independientemente de que
el ex mandatario se encuentre o no entre ellos- conforme a derecho, y que
José López Portillo -el otro presidente del ciclo de la guerra
sucia- sea llamado también a declarar por las desapariciones forzosas,
las ejecuciones extrajudiciales y las torturas que se cometieron, desde
el poder público, durante su mandato. Estaríamos, así,
ante una señal validatoria por parte de la presente administración
sobre su declarada adhesión a la causa de los derechos humanos,
la cual, por cierto, no sólo requiere de esclarecimientos históricos,
sino también de acciones enérgicas en el presente.
Por último, si el gobierno que preside Vicente
Fox realmente desea dejar constancia de su decisión de deslindarse
del pasado, debe investigar y, en su caso, fincar responsabilidades legales
a sus tres últimos antecesores -Miguel de la Madrid, Carlos Salinas
y Ernesto Zedillo- por la enorme cantidad de bienes nacionales que se esfumaron
en una neblina de privatizaciones corruptas y "rescates" fraudulentos.