La revolución de las lesbianas
Hermann Bellinghausen
San Francisco, California. Bajo la mirada adusta del cura Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria (la nuestra) en lo alto de su bronce, se reúne la mayor concentración de lesbianas del mundo. Es la tarde del último sábado de junio. Acto radical y subversivo, si los hay. Decenas de miles de mujeres, procedentes de todo Estados Unidos, vinieron hasta Dolores Park para celebrarse, y para decir no a los poderes que son. Acto dedicado a las mujeres de Palestina, Puerto Rico y Colombia, así como a sus propios cuerpos (esos campos de batalla), y contra la dictadura militar ultramachista que gobierna en Washington, la Dyke March (Marcha de las lesbianas) carga un filo político que no tuvo ninguna de las movilizaciones de orgullo homosexual celebradas ese mismo fin de semana en muchas ciudades del mundo.
''Que se jodan los genes'', reza el listón rojo atado al brazo de una muchacha deliberadamente masculina, rapada a la mohicano, overol negro y cachucha beisbolera echada para atrás. En el mundo autosuficiente que estas mujeres han creado a pesar de la discriminación y hostilidad que sufren en su sociedad, hasta los "hombres" se los proporcionan ellas mismas.
Otro apartheid que cae (o empieza a caer). Y los lugares comunes, los mitos y fantasías que pueda tenen el lector acerca de "lo que son las lesbianas", aquí existen o se parodian, y aún hay más. Cada sexualidad es un mundo. Pero una cosa es clara: la cultura que estas mujeres han creado no llamará nunca más "consolador" al vibrador.
No Pussy Control
"Más gorda que Barbie, más cabrona que Ken", se proclama otra, una auténtica guerrera del norte. Miles de las concurrentes han hecho de sí mismas un cartel, una proclamación, un escenario, un recordatorio de que en la vida que han elegido su cuerpo es un campo de batalla, donde ellas llevan las de ganar. Desde las grandes matronas de piel azabache hasta las increíblemente pálidas güeritas, tal vez recién salidas del clóset, todas muestran un acusado sentido de comunidad y valentía.
En el país de las actitudes, la Dyke March las subvierte a todas, al abrir un abanico tan variado de posibilidades de ser mujer que baila, cachondea y se manifiesta, teniendo como fondo una réplica exacta de la campana de Dolores (Guanajuato), y a sus pies la bahía de San Francisco, los rascacielos del downtown y las costas de Oakland. Con las últimas horas de sol a cielo abierto da comienzo la fiesta.
Muchas, ciertamente, asumen un deliberado aspecto masculino (Ƒpor nostalgia o antojo de la testosterona? Ƒpor derribar tabúes?), pero muchas más no. Lo mismo acudieron señoritas en flor y viejas damas dignas, académicas, artistas, empresarias alternativas, modelos, meseras y obreras, la mayoría con su pareja, aunque muchas llevan un sticker que dice: ''lesbiana soltera''. Por si acaso. Centenares bailan al pie del escenario, donde se suceden bandas de rock pesado, blues y salsa, jazz y parodias de Vaselina, con nombres como Chi Chi Palace, Orquesta d'Soul o Shwana Virago y la Mortal Familia de las Sombras Nocturnas. También tocan Las Codornices, Las Sagradas Marías, Kaia Wilson, Bleu, Nedra Johnson, Chico Maravilla y otras intérpretes.
La Marcha Lesbiana, Bisexual y Transgenérica recibe el homenaje de las drag queens de la troupe Los Chicos Desechables y los Reyes de la Conciencia; del Proyecto Fuego Líquido y la cooperativa de mujeres Buenas Vibraciones. Luego, presididas por centenares de dyke bykers en tremendas motos, más de 30 mil mujeres marchan por el distrito latino de La Misión hasta el barrio de Castro, capital de los homosexuales liberados. Allí, en el Escenario del Néctar instalado en la calle principal, bailan hasta avanzada la noche.
Estamos en San Francisco, tradicional santuario de refugiados políticos de Centroamérica y el Medio Oriente, territorio reivindicado para la liberación homosexual. Aquí, la Marcha del Orgullo Gay, que se celebrará al día siguiente, resulta comercial e institucional.
En esta ciudad, la bandera del arcoiris se ha oficializado. En el lujoso desfile del domingo, como informaron los cables de todas las agencias internacionales, participaron orquestas enteras, estrellas de Hollywood, políticos locales, caballos, carros alegóricos y funcionarios del ayuntamiento. La comunidad gay representa aquí un importante poder político, comercial y cultural. La marcha oficial cuenta con grandes patrocinadores; el croquis de su recorrido se publica en la primera plana de todos los diarios; se transmite en vivo por televisión.
En cambio la Marcha de las Lesbianas, que rechaza la institucionalidad de lo que, como sea, ya es un derecho civil conquistado por los gays de San Francisco, no fue reseñada por ningún diario ni televisora locales. En un descuido La Jornada hasta tiene la exclusiva.
Sin la tensión que genera la presencia masculina, donde las mujeres en las sociedades patriarcales (prácticamente todas las existentes) deben ''conquistar" o defenderse, en Dolores Park se proclama la importancia metafísica de clítoris. Las camisetas informativas que portan algunos asistentes, hombres y mujeres, ilustran una vulva en sus distintas partes, y aconsejan: ''1) conoce el clítoris; 2) úsalo".
Caleidoscopio de la liberación
Sobre la pendiente de prados de Dolores Park, las mujeres se fajan y besan a placer. Las que así lo desean van desnudas, al menos del torso. La sola variedad de tatuajes daría para una enciclopedia. Son cuerpos habitados, adornados, perforados. Cuánta ''mujer ilustrada" en la escala de Ray Bradbury. Una entre miles de ejemplos: la vasta mujer que lleva en pecho y espalda dos escenas de Alicia a través del espejo según los grabados clásicos de John Tenniel, y las figuras se mueven con los músculos y la ondulación de sus senos y omóplatos.
Eso de la fea y la bonita aquí no rifa. Contra los modelos de ''feminidad" que impone la sociedad de consumo, aquí se reivindica el derecho a tener los sobacos peludos, las piernas sin rasurar y hasta barba y bigote si se da el caso. Pero también se respeta la dignidad de las que, rasuradas de pies a cabeza, brillan como panes acabados de hornear.
Hay grupos de migrantes mexicanas, filipinas, brasileñas, argentinas. También de punks, de negras y chinoamericanas. No faltan las que, en medio de la muchedumbre clamorosa, practican yoga y levitan sin que nadie se sorprenda. Como si fuera de lo más normal ver a alguien alzarse 20 centímetros del suelo.
Las que vienen de minifalda, tacón o plataforma, y las que de botas de robocop o de alpinista. Las que visten como guapísimas novias del hombre Marlboro, y las que llevan traje a rayas, corbata y cabello a la brosh. Muchas le tiran al look de K. d. Lang, pero en un extremo transgresor, no faltan las que se identifican con Divine, el famoso rey del transgénero kitch de los años setenta, pues hay lesbianas que quieren parecer drag queens (y que hasta para eso se jodan los genes).
Como en la vida real, aquí hay flacas y gordas, altas y chaparras, de a tiro planas o con tetas al aire más grandes que la fruta más grande. Estamos en una zona temporalmente autónoma (TAP, por sus siglas en inglés) de mujeres que se rifaron el amor en el azar de la Amazonia ideal y se lo ganó la resistencia, el espíritu de lucha en tiempos de guerra.
Ya ven que en este país son muy organizados: las que se asumen bisexuales lo hacen saber con stickers que alguien anduvo repartiendo. Desfilan huipiles de San Antonino (Oaxaca), lencería vaporosa, ligueros, harapos liberados, pants de cuero, o brasier y pantaletas tipo cincuentas, alas de Campanita o chales de plumas fosforescentes que caen de cuerpos altivos y visten o desnudan otra clase de ojos que da pánico soñar.
El paletero de La Michoacana, nuestro omnipresente Hombre de las Nieves, pasea su carrito entre la inusual multitud de lesbianas. Prácticamente no hay varones (por decir algo, Ƒun dos por ciento del total?), salvo en varias decenas de parejas heterosexuales que vinieron, con todo y niños, a expresar solidaridad a la Dyke March, y unos 200 gays que acompañan la movilización desde lo alto del parque.
-ƑCómo ve? -le pregunto a este hombre moreno, compacto, procedente de Chimalhuacán, estado de México.
Imperturbable, atiende a dos muchachas que se soltaron de la mano para recibir sendos sándwiches de galleta de chocolate y helado de vainilla (ambas topless, unas delicadas argollas les atraviesan los pezones). Sin mirarme, el paisano contesta, en el tono de quien ya vio mundo:
-Mire, aquí hacen así sus fiestas, y yo veo que se divierten.
''Lesbianas por la paz. Paz para las lesbianas" es el lema del día de campo, marcha y baile que lucha por abrir horizontes a la tolerancia, el respeto a la diferencia y los derechos humanos de las mujeres. Exigen derecho al matrimonio, a la adopción de hijos; a todo, incluso a parecer mujer.
''Las feministas cogemos mejor" se jacta una mujer de edad media y de no mal ver, quizá hija de jipis históricos, en su sticker respectivo. Otra, embarazada como de ocho meses, lleva un cartelito pegado a la altura del protuberante ombligo: ''Aquí va el feto de otro antifascista".
Desde el escenario la activista Meliza Bañales llama a las mujeres explotadas, golpeadas, torturadas, violadas de Palestina, Puerto Rico, Colombia y Ciudad Juárez: Arise, sisters, arise! Mujeres del mundo, alzáos. Miles de mujeres proclaman en el Parque de Dolores que no se volverán a dejar. De nadie. Y parecen decirlo en serio.