Hermann Bellinghausen
Jack London nada de nuevo
Al filo del viento, la proa enfiló bravuconamente al norte oeste, oceano adentro. Jack, que había visto la maniobra decenas de veces en su juventud, sintió como si fuera la primera vez. Bien es cierto que hacía un siglo que no embarcaba. Desde cuando ya se dedicaba de lleno a las batalla del alcohol y el éxito, y escribía lo más parecido a obras maestras que podían esperarse de un artesano autodidacta como él. Dejó de ser marinero; y a partir de 1916 dejó de estar vivo. Así que esta nueva navegación en el salmonero Corrina bien valía, sí, bien bien.
Se informó que el capitán se llamaba Tim. Avanzando sobre la cubierta del moderno velero se aproximó a la cámara de mando para echar un vistazo y quizás hablar con él, pero lo cohibió el timbre insistente y mecánico que daba las notas de una marcha de John Phillip Souza. El celular del capitán Tim, que no dejó de sonar hasta que se retiraron completamente de la costa.
Un hombre de familia, este Tim. En una de las numerosas llamadas que recibió volvió a despedirse de sus hijas y su mujer. Llamaban constantemente los capitanes de las demás embarcaciones pesqueras que a todo lo largo del litoral pastaban con sus redes, anzuelos y ganchos tendidos a la caza del salmón, musculoso y terco. A juzgar por las respuestas de Tim a sus colegas, entre la flota cundía un cierto nerviosismo sobre las intenciones de navegación del Corrina.
A Jack le divirtió la envidia nerviosa de las otras naves, si bien este capitán le pareció demasiado correcto, casi banal; un técnico de la aventura. Aunque en su sorpresivo retorno al mundo de los vivos no le había dado tiempo de meterse a un cine moderno, Jack empezaba a sospechar que, en los cien años de su ausencia, las aventuras se han industrializado, mientras que la rutina del trabajador del mar es prácticamente la misma.
La intención del Corrina era atravesar como flecha hasta el mar de Japón; sin recalar en Yokohama subir a las costas de Kamchatka, y de ahí descender de nueva cuenta a los astilleros de Oakland. El Triángulo de Bering. Pero. Tenía su "pero" el recorrido. Y todo por una apuesta.
Una tarde, como tantas veces a lo largo del siglo pasado, Jack había sacado a pasear su fantasma por el puerto de donde salió chamaco a enrolarse en la Fish Patrol, para luego tirar a los otros extremos del Pacífico y mundos intermedios. Hoy, muchas cosas han cambiado. Y bueno, él no es anónimo para nada, sino un personaje popular. Existen bustos, estatuas, bibliotecas y calles en su nombre, un museo de sitio, Obras completas en pasta dura y versiones ilustradas para niños en todos los idiomas. En fin, aquella tarde oyó a unos marineros decir a un capitán, que resultaría ser este Tim:
-Mil dólares a que no completas el Triángulo antes de la veda. Sin escalas, pero anclando un día entero en la línea internacional del tiempo.
Jack sabía que eso queda en medio de la nada, el espacio blanco que ni en los mapas se atreve. Cuando escuchó a Tim aceptar el reto, decidió embarcarse en el Corrina esa misma noche, indocumentado. Por los viejos tiempos, viejo.
Salieron al alba con viento a favor, atravesaron el estrecho de Karquines, cruzaron la bahía de Suisun, pasaron el faro de la isla y dejaron atrás a toda la flota en su faena. Pronto navegaban lejos ya de todo, a la espera del impredecible momento neutro del día en su reverso. Había lugar para la duda. Alcanzarlo dependía de la inspiración y la perspicacia del capitán Tim, que no parecía un hombre inspirado ni perspicaz, sólo correcto. Metido en la cámara de mando, al lado del timonel, ante la computadora, el sextante y el radio satelital, sólo asomaba a cubierta para impartir alguna orden a la tripulación que, al tanto de los riesgos, obedecía ciegamente.
Una noche, la más meridional del trayecto, todos velaban. "šA la banda, timonel! -gritó el capitán. Después se dirigió a los marineros-. Fachear el foque y la vela trinquete. Descargar el petifoque. Meter la cofa de trinquete. Los de popa, meter la escota mayor."
El Corrina perdió velocidad rápidamente, y se puso a ondular sobre las olas que largaba el oeste. Un momento casi zen. El tipo de situaciones que Jack, hombre de acción, nunca entendió. Pero el placer del altamar infinito le produjo ese viejo cosquilleo de las palmas en estado de emoción. Detenida la nave, se desvistió y saltó al agua sin que nadie lo advirtiera.
Cien años después, una noche del verano de 2002, Jack volvía al espacio sin luna donde desvanece el tiempo y no se distingue si es mañana o ayer. "Fue una buena excursión a la luz de las estrellas. El aire tenía la misma temperatura que el agua, y el agua la misma que la leche tibia. En la boca sentía el agradable gusto salado del agua, que lavaba sus extremidades, y el ritmo constante del corazón, fuerte y firme, le hacía alegrarse de estar vivo."