Con Echeverría, 300 desaparecidos: Rosario Ibarra
''¿Dónde están nuestros hijos?'',
clamaban a LEA
''Lo confronté 38 veces sin respuesta''
Durante el último año y medio de su sexenio,
de abril de 1975 a diciembre de 1976, al ex presidente Luis Echeverría
Alvarez le solía aparecer, ineludible, la voz de su mala conciencia.
Se colaba entre los fortachones del Estado Mayor. Irrumpía en medio
de cualquier ceremonia. Lo interceptaba entrando o saliendo de Los Pinos.
Aparecía sola o con un grupo de mujeres vestidas de negro, como
ella. Se le paraba enfrente y le hacía siempre la misma pregunta:
"¿Dónde están nuestros hijos?" Porque durante los
seis años que Echeverría detentó todo el poder en
el país, se registran, al menos, 300 desapariciones forzadas.
Rosario Ibarra de Piedra lleva la cuenta exacta de esos
encuentros. Fueron 38 las veces que lo confrontó. A veces el entonces
mandatario aparentaba compasión. Un día, desde su altura
presidencial (la dirigente del Comité Eureka es de baja estatura)
le puso la mano en la cabeza y fingiendo condescendencia le preguntó
a Pedro Ojeda Paullada, a la sazón titular de la Procuraduría
General de la República: "¿Qué vamos a hacer con esta
pobre madre, señor procurador?"
Sólo de recordar ese momento a Rosario Ibarra le
vuelven los escalofríos "de coraje, asco y de horror, sobre todo.
Si él era poderoso y tomaba esa actitud, ¿qué podía
yo interpretar de sus palabras? Nada bueno". Ibarra y sus compañeras,
las doñas del Comité Eureka, forman un coro de voces
que en los últimos 30 años han insistido en hablar de la
herida que no se cierra. No olvidar, no dejar pasar.
Eso sí, con disciplina espartana aprendieron a
no llorar "nunca jamás" frente a los poderosos. Para ello encontraron
una fórmula: el rímel. "De esos que se corren con el agua.
Sólo para no vernos todas chorreadas nos aguantábamos las
lágrimas".
"Dígale al presidente, él le resuelve"
Una tragedia en su familia lanzó a Rosario Ibarra
de Piedra, una ama de casa de clase acomodada de Monterrey, a una de las
luchas más largas, radicales y desgarradoras del México contemporáneo:
la presentación con vida de los desaparecidos políticos,
que entre mediados de los 70 y 80 sumaron cerca de 500.
Fue en abril de 1975. El día 30, El Norte
de Monterrey informó con grandes titulares: "Cae Piedra Ibarra".
Y venía la descripción de cómo fue capturado el día
18 el joven estudiante de medicina, militante de la Liga 23 de Septiembre.
La nota refería que Jesús Ibarra estaba parado en la esquina
de las calles Arteaga y Félix U. Gómez, en el centro de la
ciudad, cuando se formó un enorme operativo a su alrededor,
con cientos de judiciales y decenas de patrullas. Los testigos aseguran
que el muchacho se resistió con fuerza a la captura y que mordió
a uno de los agentes en la mano. Iba armado pero no pudo echar mano de
su revólver.
En casa del doctor Ibarra nada se supo en ese momento.
Pero a su esposa Rosario algo le latió mal. La vigilancia que se
mantenía día y noche frente a sus puertas
se retiró. Cierto día que pasó por la comandancia
de la Policía Judicial Federal, le llamó la atención
verla negrar de agentes fuertemente armados. Nunca imaginó
la razón de tal despliegue. Hasta que salió la noticia en
el diario.
"De inmediato -relata Ibarra de Piedra- me fui a ver al
director y él me lo confirmó. Me dijo: 'se lo llevaron al
Campo Militar, así que muévase para allá'. Entonces
vine al Distrito Federal y por primera vez hablé con Echeverría.
Fue exactamente el 18 de mayo. En la tercera sección del Bosque
de Chapultepec inauguraba la estatua de Alfonso Reyes. Ahí me le
acerqué y le di una carta. Y me dijo: 'vamos a investigar', como
acostumbraba.
"Iba yo sola esa primera vez. Cuando vi que se echaba
la carta al bolsillo me dio un gozo enorme. Me dije: 'si el presidente
se echó la carta en el bolso, va a investigar'. Y al día
siguiente fui a Los Pinos con mi hija Claudia y le dije a lo que iba a
un capitán de apellido Sarmiento. Me preguntó si el presidente
tenía la carta. Le dije 'sí, señor'. 'Ah, bueno',
me aseguró, 'entonces el presidente la va a atender'. Uy, pues estaba
yo emocionadísima porque creía que me iba a atender. Y así
sucedió una y otra y otra vez hasta completar las 38 veces que hablé
con ese señor y pues nunca hizo nada. Siempre me evadía,
o se hacía el sordo, o me decía que iba a investigar, o me
mandaba con un ayudante o con otro, con Ojeda Paullada. Y nunca pasó
nada.
"No era fe lo que yo tenía en él. Pero creía
en lo que todo mundo me decía, que él todo lo podía.
Me repetían: 'ahorita él se lo arregla, con una orden que
dé él'. Hasta recurrí a su hijo Alvaro, pensando que
a lo mejor llegándole por ahí le dolía. Pues parece
que se preocupó mucho de que hablara con Alvaro. Esa vez fue en
el Museo de Arte Moderno, había una exposición y me acerqué
y le dije. 'Señor presidente, dice su hijo Alvaro...' Y en eso le
hablaron. El se sorprendió. Por primera vez me dijo: 'no se vaya'.
Ya que regresó de hablar con alguna gente por ahí me preguntó:
'¿Qué dice Alvaro?' 'Pues que cuando usted se entera de alguna
injusticia siempre trata de arreglar las cosas'. Ordenó: 'Llévensela,
llévensela a Los Pinos'. Ya ahí se enteró que yo sólo
había hablado con Alvaro y nada más había sucedido,
y pues ya no me hizo caso.
"Yo no pedía que con la orden de un presidente
liberaran a mi hijo. Pedía y pido que se haga justicia, que lo presenten
ante una autoridad, que si mi hijo delinquió que lo juzguen."
Rosario Ibarra nunca más vio a su hijo. Muchos
años después recibió una llamada telefónica.
Una persona que pidió guardar el anonimato le aseguró que
por alguna razón fortuita había tenido acceso a los archivos
de la oficina del que era entonces subsecretario de Gobernación,
Fernando Gutiérrez Barrios. Ahí había visto un oficio
firmado por el entonces alto oficial de la DFS, capitán Luis de
la Barreda Moreno -padre del ex ombudsman capitalino-, en el que
rendía parte a sus superiores de la entrega del reo procedente de
Monterrey, Jesús Piedra Ibarra, a la autoridad en el Campo Militar
Número Uno.
Echeverría salió de la Presidencia y nadie
le dio razón a la señora Ibarra, ni a cientos como ella,
sobre el paradero de su hijo. Llegó José López Portillo
y las doñas de Eureka siguieron confrontándolo. Luego
llegó Miguel de la Madrid, después Carlos Salinas de Gortari.
Frente a todos ellos Rosario Ibarra y sus compañeras se plantaron
para demandar conocer el paradero de sus hijos. Ninguno rindió cuentas.
A Ernesto Zedillo ya no lo buscaron. Vicente Fox aún tiene que responder.
Encuentro en Managua
La figura de Luis Echeverría Alvarez es controvertida
y engañosa. En algunos sectores de izquierda latinoamericanos tuvo
en su momento cierto cartel. Fue así como en 1989, durante las celebraciones
del décimo aniversario del triunfo sandinista, se realizó
en Managua un simposio sobre democracia y revolución. El ex presidente
fue uno de los invitados de honor, con sitio en el presídium. Ibarra
asistió también, invitada por algunas organizaciones de masas
del Frente Sandinista. De inmediato se apuntó en la lista de oradores.
"Pero cada vez que se acercaba mi turno me echaban más
y más para atrás. Hasta que supe que era por presiones de
Echeverría, que quería evitar a toda costa que yo hablara.
Los compañeros que iban conmigo fueron a hablar con los organizadores
y les dijeron: 'están ustedes actuando muy mal, porque la compañera
Rosario tiene todo el derecho de hacer uso de la palabra y este señor
que está ahí fue el que le desapareció a su hijo'.
"Faltaban pocos minutos cuando me dieron la palabra. ¡Olvídate!
En seis minutos dije que en México la democracia no podía
llegar porque ser democrático pasaba por la libertad de los desaparecidos.
Y sin hacer énfasis especial en Echeverría, expuse que durante
su sexenio fueron más de 300 los desaparecidos, más de 100
con López Portillo, con De la Madrid 57 y con Carlos Salinas llevamos
uno, José Ramón García. ¡Cállate la boca!
Echeverría se quedó como estatua. No se pudo salir, estaba
sentado en el presídium. Entonces le pidió a Augusto Gómez
Villanueva, que estaba ahí presente, que me contestara. Tomó
la palabra y casi dijo que yo estaba loca, que pobrecita de mí,
que había perdido un hijo y había perdido la razón.
La gente lo empezó a abuchear. Había como dos mil personas
en el auditorio y muchos eran mexicanos. Fue bellísimo. Para colmo
me tocó venirme en el mismo avión que Echeverría."
Doble cara, doble discurso
-La de Echeverría es una figura política
compleja. Está el hecho histórico de que fue un represor,
pero por otra parte también es cierto que abrió las puertas
al exilio chileno y argentino y tenía un discurso tercermundista.
-Bueno, era un discurso hipócrita, desde luego.
Lo que él hizo fue parte de la política tradicional del pueblo
y del gobierno de México. Mucho antes se le dio asilo a Trotsky,
y Lázaro Cárdenas del Río recibió a los republicanos
españoles. Echeverría no podía romper con una política
tradicional, que además le daba prestigio. Acuérdate de su
ambición por ser secretario general de la Organización de
las Naciones Unidas. Pero al mismo tiempo que rompía relaciones
con Pinochet, y recibía a exiliados chilenos y argentinos, la Dirección
Federal de Seguridad, los cuerpos represivos y el Ejército cometían
las mismas fechorías, los mismos atropellos, las mismas torturas
que aplicaban la Dina y la Triple A.
"En una ocasión que estuvimos juntos las madres
y los familiares de los 90 mil desaparecidos de América Latina,
comparábamos las torturas. Nada más cambiaban de nombre.
El pocito es el submarino. El pau de Arara es el pollo
rostizado, y aquí tenían innovaciones perversas como
el chile piquín con agua mineral en las fosas nasales."
-Luis Echeverría, que ya es un hombre mayor, reaparece
en primer plano ante la opinión pública. ¿Cuál
es su legado?
-Legado se dice cuando es algo bueno. Pero este señor
lo que le deja al pueblo es una herida, muchas, mucho dolor. Supongamos
sin conceder que la fiscalía concluye que Echeverría nada
tuvo que ver con el 68. No se puede evadir tan fácilmente aunque
Díaz Ordaz haya asumido toda la responsabilidad. El era secretario
de Gobernación y estuvo muy cerca de la toma de decisiones. En el
71 ya tuvo él toda la responsabilidad, tiene todo el peso y la carga
de la culpa.
"Es su responsabilidad directa el terrorismo de Estado
que aplicó desde el escritorio con su Ejército, con sus policías,
con Miguel Nazar Haro, con Gutiérrez Barrios, con Mario Moya Palencia,
con todos los que se involucraron en ese movimiento antisubversivo, que
usaron la discrecionalidad que les dio el presidente, la mano dura, la
carta blanca. A eso no le podemos llamar ni legado ni herencia. Es un zarpazo
que dejó una herida en muchas familias.
"Ahí tienes a Jesús Martín del Campo
con su demanda por la muerte de un hermano. El es una persona conocida,
que se ha movido en el ámbito político, que estuvo en el
magisterio, que fue diputado. Pero cuántos hay que son gente desconocida,
que por ahí todavía están llorando y están
deseando que se haga justicia. En estos días me ha pasado que la
gente en la calle me detiene para comentar el asunto. Y me dicen que qué
bueno, que ojalá se lo lleven (a Luis Echeverría). Aquí
hay memoria histórica. La gente está convencida de que sí
es culpable. Yo sí quiero que lo juzguen. Que él aporte lo
que tenga en descargo."