Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 11 de julio de 2002
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Política
Con Echeverría, 300 desaparecidos: Rosario Ibarra

''¿Dónde están nuestros hijos?'', clamaban a LEA

''Lo confronté 38 veces sin respuesta''

Durante el último año y medio de su sexenio, de abril de 1975 a diciembre de 1976, al ex presidente Luis Echeverría Alvarez le solía aparecer, ineludible, la voz de su mala conciencia. Se colaba entre los fortachones del Estado Mayor. Irrumpía en medio de cualquier ceremonia. Lo interceptaba entrando o saliendo de Los Pinos. Aparecía sola o con un grupo de mujeres vestidas de negro, como ella. Se le paraba enfrente y le hacía siempre la misma pregunta: "¿Dónde están nuestros hijos?" Porque durante los seis años que Echeverría detentó todo el poder en el país, se registran, al menos, 300 desapariciones forzadas.

Rosario Ibarra de Piedra lleva la cuenta exacta de esos encuentros. Fueron 38 las veces que lo confrontó. A veces el entonces mandatario aparentaba compasión. Un día, desde su altura presidencial (la dirigente del Comité Eureka es de baja estatura) le puso la mano en la cabeza y fingiendo condescendencia le preguntó a Pedro Ojeda Paullada, a la sazón titular de la Procuraduría General de la República: "¿Qué vamos a hacer con esta pobre madre, señor procurador?"

Sólo de recordar ese momento a Rosario Ibarra le vuelven los escalofríos "de coraje, asco y de horror, sobre todo. Si él era poderoso y tomaba esa actitud, ¿qué podía yo interpretar de sus palabras? Nada bueno". Ibarra y sus compañeras, las doñas del Comité Eureka, forman un coro de voces que en los últimos 30 años han insistido en hablar de la herida que no se cierra. No olvidar, no dejar pasar.

Eso sí, con disciplina espartana aprendieron a no llorar "nunca jamás" frente a los poderosos. Para ello encontraron una fórmula: el rímel. "De esos que se corren con el agua. Sólo para no vernos todas chorreadas nos aguantábamos las lágrimas".

"Dígale al presidente, él le resuelve"

Una tragedia en su familia lanzó a Rosario Ibarra de Piedra, una ama de casa de clase acomodada de Monterrey, a una de las luchas más largas, radicales y desgarradoras del México contemporáneo: la presentación con vida de los desaparecidos políticos, que entre mediados de los 70 y 80 sumaron cerca de 500.

Fue en abril de 1975. El día 30, El Norte de Monterrey informó con grandes titulares: "Cae Piedra Ibarra". Y venía la descripción de cómo fue capturado el día 18 el joven estudiante de medicina, militante de la Liga 23 de Septiembre. La nota refería que Jesús Ibarra estaba parado en la esquina de las calles Arteaga y Félix U. Gómez, en el centro de la ciudad, cuando se formó un enorme operativo a su alrededor, con cientos de judiciales y decenas de patrullas. Los testigos aseguran que el muchacho se resistió con fuerza a la captura y que mordió a uno de los agentes en la mano. Iba armado pero no pudo echar mano de su revólver.
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En casa del doctor Ibarra nada se supo en ese momento. Pero a su esposa Rosario algo le latió mal. La vigilancia que se

mantenía día y noche frente a sus puertas se retiró. Cierto día que pasó por la comandancia de la Policía Judicial Federal, le llamó la atención verla negrar de agentes fuertemente armados. Nunca imaginó la razón de tal despliegue. Hasta que salió la noticia en el diario.

"De inmediato -relata Ibarra de Piedra- me fui a ver al director y él me lo confirmó. Me dijo: 'se lo llevaron al Campo Militar, así que muévase para allá'. Entonces vine al Distrito Federal y por primera vez hablé con Echeverría. Fue exactamente el 18 de mayo. En la tercera sección del Bosque de Chapultepec inauguraba la estatua de Alfonso Reyes. Ahí me le acerqué y le di una carta. Y me dijo: 'vamos a investigar', como acostumbraba.

"Iba yo sola esa primera vez. Cuando vi que se echaba la carta al bolsillo me dio un gozo enorme. Me dije: 'si el presidente se echó la carta en el bolso, va a investigar'. Y al día siguiente fui a Los Pinos con mi hija Claudia y le dije a lo que iba a un capitán de apellido Sarmiento. Me preguntó si el presidente tenía la carta. Le dije 'sí, señor'. 'Ah, bueno', me aseguró, 'entonces el presidente la va a atender'. Uy, pues estaba yo emocionadísima porque creía que me iba a atender. Y así sucedió una y otra y otra vez hasta completar las 38 veces que hablé con ese señor y pues nunca hizo nada. Siempre me evadía, o se hacía el sordo, o me decía que iba a investigar, o me mandaba con un ayudante o con otro, con Ojeda Paullada. Y nunca pasó nada.

"No era fe lo que yo tenía en él. Pero creía en lo que todo mundo me decía, que él todo lo podía. Me repetían: 'ahorita él se lo arregla, con una orden que dé él'. Hasta recurrí a su hijo Alvaro, pensando que a lo mejor llegándole por ahí le dolía. Pues parece que se preocupó mucho de que hablara con Alvaro. Esa vez fue en el Museo de Arte Moderno, había una exposición y me acerqué y le dije. 'Señor presidente, dice su hijo Alvaro...' Y en eso le hablaron. El se sorprendió. Por primera vez me dijo: 'no se vaya'. Ya que regresó de hablar con alguna gente por ahí me preguntó: '¿Qué dice Alvaro?' 'Pues que cuando usted se entera de alguna injusticia siempre trata de arreglar las cosas'. Ordenó: 'Llévensela, llévensela a Los Pinos'. Ya ahí se enteró que yo sólo había hablado con Alvaro y nada más había sucedido, y pues ya no me hizo caso.

"Yo no pedía que con la orden de un presidente liberaran a mi hijo. Pedía y pido que se haga justicia, que lo presenten ante una autoridad, que si mi hijo delinquió que lo juzguen."

Rosario Ibarra nunca más vio a su hijo. Muchos años después recibió una llamada telefónica. Una persona que pidió guardar el anonimato le aseguró que por alguna razón fortuita había tenido acceso a los archivos de la oficina del que era entonces subsecretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios. Ahí había visto un oficio firmado por el entonces alto oficial de la DFS, capitán Luis de la Barreda Moreno -padre del ex ombudsman capitalino-, en el que rendía parte a sus superiores de la entrega del reo procedente de Monterrey, Jesús Piedra Ibarra, a la autoridad en el Campo Militar Número Uno.

Echeverría salió de la Presidencia y nadie le dio razón a la señora Ibarra, ni a cientos como ella, sobre el paradero de su hijo. Llegó José López Portillo y las doñas de Eureka siguieron confrontándolo. Luego llegó Miguel de la Madrid, después Carlos Salinas de Gortari. Frente a todos ellos Rosario Ibarra y sus compañeras se plantaron para demandar conocer el paradero de sus hijos. Ninguno rindió cuentas. A Ernesto Zedillo ya no lo buscaron. Vicente Fox aún tiene que responder.

Encuentro en Managua

La figura de Luis Echeverría Alvarez es controvertida y engañosa. En algunos sectores de izquierda latinoamericanos tuvo en su momento cierto cartel. Fue así como en 1989, durante las celebraciones del décimo aniversario del triunfo sandinista, se realizó en Managua un simposio sobre democracia y revolución. El ex presidente fue uno de los invitados de honor, con sitio en el presídium. Ibarra asistió también, invitada por algunas organizaciones de masas del Frente Sandinista. De inmediato se apuntó en la lista de oradores.

"Pero cada vez que se acercaba mi turno me echaban más y más para atrás. Hasta que supe que era por presiones de Echeverría, que quería evitar a toda costa que yo hablara. Los compañeros que iban conmigo fueron a hablar con los organizadores y les dijeron: 'están ustedes actuando muy mal, porque la compañera Rosario tiene todo el derecho de hacer uso de la palabra y este señor que está ahí fue el que le desapareció a su hijo'.

"Faltaban pocos minutos cuando me dieron la palabra. ¡Olvídate! En seis minutos dije que en México la democracia no podía llegar porque ser democrático pasaba por la libertad de los desaparecidos. Y sin hacer énfasis especial en Echeverría, expuse que durante su sexenio fueron más de 300 los desaparecidos, más de 100 con López Portillo, con De la Madrid 57 y con Carlos Salinas llevamos uno, José Ramón García. ¡Cállate la boca! Echeverría se quedó como estatua. No se pudo salir, estaba sentado en el presídium. Entonces le pidió a Augusto Gómez Villanueva, que estaba ahí presente, que me contestara. Tomó la palabra y casi dijo que yo estaba loca, que pobrecita de mí, que había perdido un hijo y había perdido la razón. La gente lo empezó a abuchear. Había como dos mil personas en el auditorio y muchos eran mexicanos. Fue bellísimo. Para colmo me tocó venirme en el mismo avión que Echeverría."

Doble cara, doble discurso

-La de Echeverría es una figura política compleja. Está el hecho histórico de que fue un represor, pero por otra parte también es cierto que abrió las puertas al exilio chileno y argentino y tenía un discurso tercermundista.

-Bueno, era un discurso hipócrita, desde luego. Lo que él hizo fue parte de la política tradicional del pueblo y del gobierno de México. Mucho antes se le dio asilo a Trotsky, y Lázaro Cárdenas del Río recibió a los republicanos españoles. Echeverría no podía romper con una política tradicional, que además le daba prestigio. Acuérdate de su ambición por ser secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. Pero al mismo tiempo que rompía relaciones con Pinochet, y recibía a exiliados chilenos y argentinos, la Dirección Federal de Seguridad, los cuerpos represivos y el Ejército cometían las mismas fechorías, los mismos atropellos, las mismas torturas que aplicaban la Dina y la Triple A.

"En una ocasión que estuvimos juntos las madres y los familiares de los 90 mil desaparecidos de América Latina, comparábamos las torturas. Nada más cambiaban de nombre. El pocito es el submarino. El pau de Arara es el pollo rostizado, y aquí tenían innovaciones perversas como el chile piquín con agua mineral en las fosas nasales."

-Luis Echeverría, que ya es un hombre mayor, reaparece en primer plano ante la opinión pública. ¿Cuál es su legado?

-Legado se dice cuando es algo bueno. Pero este señor lo que le deja al pueblo es una herida, muchas, mucho dolor. Supongamos sin conceder que la fiscalía concluye que Echeverría nada tuvo que ver con el 68. No se puede evadir tan fácilmente aunque Díaz Ordaz haya asumido toda la responsabilidad. El era secretario de Gobernación y estuvo muy cerca de la toma de decisiones. En el 71 ya tuvo él toda la responsabilidad, tiene todo el peso y la carga de la culpa.

"Es su responsabilidad directa el terrorismo de Estado que aplicó desde el escritorio con su Ejército, con sus policías, con Miguel Nazar Haro, con Gutiérrez Barrios, con Mario Moya Palencia, con todos los que se involucraron en ese movimiento antisubversivo, que usaron la discrecionalidad que les dio el presidente, la mano dura, la carta blanca. A eso no le podemos llamar ni legado ni herencia. Es un zarpazo que dejó una herida en muchas familias.

"Ahí tienes a Jesús Martín del Campo con su demanda por la muerte de un hermano. El es una persona conocida, que se ha movido en el ámbito político, que estuvo en el magisterio, que fue diputado. Pero cuántos hay que son gente desconocida, que por ahí todavía están llorando y están deseando que se haga justicia. En estos días me ha pasado que la gente en la calle me detiene para comentar el asunto. Y me dicen que qué bueno, que ojalá se lo lleven (a Luis Echeverría). Aquí hay memoria histórica. La gente está convencida de que sí es culpable. Yo sí quiero que lo juzguen. Que él aporte lo que tenga en descargo."

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