Adolfo Sánchez Rebolledo
La vuelta del tirano
Mientras el gobierno de la República se empeña en hacernos creer que todo va bien, la realidad se encarga de contradecirlo una y otra vez. Con ese método no sorprende que descienda la popularidad presidencial y se merme la sagrada confianza de los mercados en las fortalezas de la democracia. Las noticias económicas que tienen que ver con los ingresos de la gente común son desalentadoras, pues los empleos que se crean ni siquiera reponen los ya perdidos, y en el terreno político, más allá de la libertad de expresión y la competencia descarnada por el poder, no hay rumbo, una idea clara de qué quieren los mandatarios y hacia dónde va el país. Se vive en la incertidumbre cuando no en la inseguridad.
Desanimados, peligrosamente desilusionados, muchos ciudadanos se preguntan si el cambio valió la pena. Los blindajes heredados del gobierno anterior de algún modo aseguraron la continuidad, ayudando a paliar los efectos de la crisis, pero las promesas de campaña se evaporaron al mismo tiempo que las nociones simplistas que las animaban. El triunfalismo de los primeros tiempos mostró su cara más amarga en cuanto Estados Unidos dejó de ser el vecino amable y comprensivo para convertirse en el socio demandante que sólo ve por sí mismo. Se acabaron los tiempos del trato amistoso y privilegiado y comenzaron los días del "realismo" bajo la inevitable hegemonía estadunidense.
Los grandes estrategas del foxismo estaban preparados para lidiar con la "amistad" privilegiada del coloso yanqui, pero ni soñando imaginaron que tendrían que aprender a negociar con un gobierno imperial en guerra que sólo reconoce subordinación a sus intereses. No obstante las teorizaciones al canto sobre la política exterior como ancla diferencial de la democracia, los grandes temas nacionales inscritos en la agenda bilateral se quedaron esperando mejores tiempos y en vez de avanzar, digamos en las cuestiones migratorias, México debió conformarse con un lugar importante en el esquema de seguridad diseñado para filtrar el terrorismo en la frontera común.
Quedaba profundizar la reforma democrática del Estado, pero en esta materia el Presidente no parece tener demasiada prisa. Llevado tal vez por una idea simplista del "cambio", que ve en la alternancia, más que la consumación de un proceso, el inicio mismo de la transición, el gobierno no percibe la urgencia de pasar a negociar directamente con las demás fuerzas políticas un nuevo modelo de régimen cabalmente democrático.
Cree que puede y debe desembarazarse del priísmo en un acto fundacional, muy al estilo de los países del este que le sirven de ejemplo, pero ésa es una apreciación irresponsable y equivocada.
En primer lugar, el gobierno foxista puede pensar lo que desee sobre su propia naturaleza, pero en materia económica sus opciones son exactamente iguales a las de su predecesores, de modo que allí no hay ruptura, sino continuidad y, lo que es peor, franca imitación y falta de originalidad, pues se ha limitado a reiterar tesis y propuestas provenientes del "viejo régimen" como está visto en el tema de la reforma eléctrica, tratando de llevar a sus últimas consecuencias las políticas privatizadoras y neoliberales que de palabra tanto criticó en la campaña.
Le queda avanzar en la consolidación de la democracia. Sin embargo, es aquí donde la ausencia de ideas claras deviene un genuino desorden, pues el gobierno creyó que el famoso bono democrático le permitiría pasar sin problemas cualquiera de sus leyes, como si en verdad los demás contendientes políticos no existieran. Eso ocurrió justamente con la reforma fiscal que las autoridades lanzaron al ruedo sin la menor sensibilidad política, abriendo una brecha entre el Presidente y el Poder Legislativo que sigue peligrosamente sin cerrar.
Los políticos profesionales le echaron en cara al gobierno su novatez, mas la inexperiencia no explica por qué persiste en los mismos errores. Pareciera que la administración se hizo cargo del peso enorme que el aparato burocrático de extracción priísta tiene en la conducción cotidiana de la cosa pública, pero sacó la conclusión equivocada al pensar que podía deshacerse de él sin contratiempos. El resultado ha sido la lucha centímetro a centímetro por el poder que el gobierno ha despertado y sigue alimentando con toda suerte de filtraciones. En lugar de elevar la disputa política a un estadio de racionalidad democrática, lo que tenemos hoy es una representación mediática del más bajo conflicto de intereses faccionales encubierto bajo el manto del derecho.
Y luego se extrañan por la vuelta del tirano...