Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 11 de julio de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Cash

La violencia con que se cometen delitos en nuestra ciudad -y por desgracia en otras urbes del país y del mundo- va en aumento. Los famosos secuestros, exprés o no, crean un clima de inseguridad en el que todo parece posible y resultan uno de los crímenes que más afectan a la sociedad porque irradian sus efectos a familias enteras. Este es el tema aparente de Cash, texto dramático de Luis Ayhllón, quien también dirige, aunque el verdadero tema es la brutalidad que se puede apoderar de cualquiera ante la posibilidad de una ganancia. Los entendidos achacan la violencia creciente a los programas de televisión y al cine, en los que niños y jóvenes son bombardeados con escenas de horror extremo bajo el pretexto de la lucha entre el bien y el mal, lo que es bien posible pero no la única causa. Está la falta de perspectivas para una vida digna en muchas personas y está sobre todo el efecto desmoralizador de las transas entre políticos y empresarios que cada día salen a la luz pública, así como la impunidad de los llamados ''delitos de cuello blanco".

Cuando parecía que los temas estilo Tarantino ya habían pasado de moda aunque no fuera más que por saturación, un dramaturgo mexicano los renueva con un hábil texto en el que las elipsis -en forma de oscuros- dan vueltas de tuerca que cambian por completo las situaciones. La técnica dramatúrgica empleada por Ayhllón tiene la ventaja de la novedad y de que permite al espectador completar a su manera lo no visto, pero entraña también la dificultad de que el desarrollo de cada personaje no se logra a cabalidad, como es el caso de Ezequiel -trabajador y estudiante en la UAM-, que debería haber sido el contrapunto positivo de las acciones de los otros personajes, como parece en un principio, lo que hubiera dado mayor solidez a su personaje -y posiblemente a la narración dramática misma. El cambio efectuado en Rafa está más o menos justificado y bastaba para la tesis que parece sostener el autor. Otro personaje cuya reacción final no resulta verosímil es Teo, por otra parte mal elaborado, al que sus compinches sin estudios ya lograron diagnosticar como ''sicópata", cuyas bufonadas son muy celebradas por un público conformado en su mayoría por muchachos y muchachas que también ríen ante las escenas más repugnantes (lo que puede deberse a esa especie de anestesia que se tiene ante el mal ajeno, o bien a que lo que se observa en el escenario no logra su objetivo de aparecer como real).

La escenografía de Jaime Bernardo Ramos -responsable también de la iluminación- simula una bodega cuyas paredes están grafiteadas, en la que hay sólo paquetes de periódicos muy estratégicamente ubicados para que puedan ser asientos y una botella con alcohol junto a un trapo, también convenientemente dispuestos para una acción posterior, lo que contrasta con el realismo que se intenta en escenas como las del vómito frente al público y las de sangre, la verdad es que mucha sangre, demasiada diría yo, al extremo de que lo gore se vuelve kitsch. En cambio, la habilidad que tiene Ayhllón como dramaturgo para dar la vuelta en giros inesperados cuando el texto parece volverse melodrama al estilo de Nosotros los pobres y Ustedes los ricos -en el reclamo que Meave y Luis hacen a Rafa y que de alguna manera se justifica- y lo conduce a otra situación, es una habilidad que también tiene para el trazo escénico. Las escenas violentas, casi todas, los momentos en que los personajes entrecruzan diálogos están muy bien logradas a pesar de todos los reparos que puedan ponerse a su trabajo.

Esta misma mezcla de talento y debilidades que se advierte en el teatrista aúna al buen trazo un pobre desempeño de su reparto, que tiene mayor disposición corporal que capacidades actorales. Héctor Illanes, como Meave, y Mauricio Moreno, éste por momentos como Ezequiel, son los que sostienen mejor a sus personajes. Saúl Enríquez, como Rafa, y Cristhián Arteaga, como Luis, a pesar de su buena disposición no logran convencer. Y Leonardo Zamudio elabora con tal exceso de gesticulaciones a su Teo que lo convierte en un personaje ridículo e inverosímil.

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