Juan Arturo Brennan
Gräsbeck, Sibelius, Forsman
El recital de clausura del reciente ciclo de piano En Blanco y Negro, realizado en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, correspondió al pianista finlandés Folke Gräsbeck. En el papel, el programa propuesto por Gräsbeck parecía ser una combinación lógica a base de un poco de repertorio tradicional y un mucho de música de Finlandia. Sin embargo, su recital resultó todavía más interesante de lo que el público pudo haber imaginado a priori. Para empezar por el final: Gräsbeck concluyó su programa con una amplia y variada selección de piezas de Jean Sibelius. Cabe señalar que el bien merecido prestigio sinfónico de Sibelius ha ocasionado que otras áreas de su música se difundan poco, al menos fuera de Finlandia.
En las piezas ejecutadas por Gräsbeck, con evidente dominio de instrumento y lenguaje, fue posible apreciar a un Sibelius que en su música para piano cubrió la amplia gama que va desde las piezas características de salón hasta obras breves pero complejas en las que aflora, sobre todo, un pensamiento armónico y temático que parece ser el germen de su sorprendente lenguaje sinfónico. Esto fue especialmente notable en los Seis impromptus Op. 5, obra temprana de Sibelius que muestra una aproximación variada y segura al teclado, más notable aun si se recuerda que Sibelius no fue pianista sino violinista. Al respecto, Gräsbeck afirma: ''Creo que Sibelius escribía muy bien para el piano. Tenía un gran sentido de las melodías elegantes y fluidas."
Entre las piezas de Sibelius elegidas por Gräsbeck para este programa, la más interesante fue el Capricho en Si bemol menor, obra que esa noche recibió su estreno mundial, cosa que no deja de tener cierta importancia histórica. Más aún: el pianista finlandés interpretó también la primera composición que se conserva de Sibelius, la breve pero interesante pieza Con moto, sempre una corda, escrita cuando el compositor tenía 19 años.
El Capricho estrenado por Gräsbeck, que data de 1895, se conserva en una partitura caótica y poco clara, que ha requerido de paciente quehacer musicológico para su reconstrucción; el trabajo, sin duda, ha valido la pena, porque se trata de una de sus obras pianísticas más coherentes, a pesar de ser relativamente temprana en su catálogo.
El otro aspecto atractivo del recital de Gräsbeck fue la ejecución de las Cinco improvisaciones y la Sonata No. 5 del compositor finlandés John Väinö Forsman, nacido en 1924 y radicado en México desde 1959. Las obras de Forsman interpretadas esa noche por Gräsbeck (en presencia del compositor) muestran un estilo ecléctico pero no disperso, austero pero no áspero.
De nuevo, la voz de Folke Gräsbeck: ''En la década de los 50, que fue muy importante para Forsman, colegas suyos como Kokkonen y Englund reflejaron la influencia de Shostakovich, Bartók y Prokofiev. Sin embargo, gracias a sus numerosos viajes por Europa, Forsman se orientó más hacia el Occidente, y fue alumno de Honegger en París, Dallapiccola en Italia y Hindemith en Salzburgo. Sin embargo, creo que su música no depende de ninguno de ellos como modelo."
Cabe señalar que la interpretación de Gräsbeck a la Sonata No. 5 de Forsman tuvo un aspecto particularmente interesante: por alguna razón, no existía partitura de la obra, de modo que el pianista trabajó a partir de una vieja grabación en vivo y realizó él mismo la transcripción. La ejecución de Gräsbeck a las obras de Forsman, hecha con evidente autoridad técnica y estilística, permitió descubrir una música en la que los elementos europeos ya mencionados han sido asimilados, estilizados y depurados hacia la abstracción, y matizados con algunas sonoridades mediante las que, claramente, el compositor está recordando su origen nórdico.
Me parece que bien valdría la pena conocer más de la música y la personalidad de John Väinö Forsman, músico sólido e interesante que ha vivido entre nosotros por más de 40 años, cuya presencia ha pasado casi desapercibida. Este buen recital de Folke Gräsbeck incluyó, además de su destacada componente finlandesa, una versión de la sonata Waldstein de Beethoven, bien balanceada entre la serenidad clásica y la tormenta romántica, y el Gran vals brillante Op. 34 No. 1 de Chopin, en el que el pianista evitó los lugares comunes del exceso expresivo, y manejó el compás con un buen sentido del rubato.