ATENCO: EL DERECHO Y LA JUSTICIA
Durante
más de ocho meses los ejidatarios de Atenco tomaron regularmente
calles del estado de México y el Distrito Federal para exigir la
revocación del decreto expropiatorio de sus tierras y el diálogo
con las autoridades competentes. En todas estas protestas no se produjeron
hechos violentos que lamentar. A pesar del enojo y el malestar de los labriegos
la situación no pasó de pequeñas fricciones con las
fuerzas del orden público.
Esta secuencia de movilizaciones fue acompañada,
desde el primer momento, de acciones legales. Están en marcha dos
demandas de controversia constitucional y varios amparos en contra del
decreto expropiatorio y, por lo pronto, éste se encuentra legalmente
suspendido. Hasta el momento, las autoridades van perdiendo la pelea en
los tribunales y cabe la posibilidad de que el resultado final les sea
adverso.
Con un amplio reconocimiento en la opinión pública,
redes de solidaridad, capacidad de protesta y avances en la esfera jurídica,
los campesinos no tenían razón alguna para organizar una
provocación. No puede decirse lo mismo de algunos inversionistas
y políticos a los que las dificultades legales y la presión
social les impiden hacer negocios con la rapidez que quisieran.
Este jueves, el ciclo de movilizaciones pacíficas
y luchas legales se interrumpió. La decisión de las autoridades
mexiquenses de aprehender a los dirigentes del movimiento Ignacio del Valle
y José Adán Espinoza, a pesar de que contaban con amparos,
desbordó los ánimos y precipitó la violencia. Los
atenquenses vieron en la medida una inadmisible acción punitiva
en su contra y respondieron con beligerancia.
Curiosamente, después de provocar el "desbordamiento
de las aguas" con una medida unilateral de fuerza contra los labriegos,
el gobernador del estado de México, Arturo Montiel, aseguró
que el problema rebasaba su competencia y que su solución dependía
del ámbito federal. Las autoridades centrales tienen así
en sus manos un grave conflicto de orden público, que de acuerdo
con el secretario de Comunicaciones y Transportes, Pedro Cerisola, no era
su intención provocar.
El gobernador mexiquense hizo regresar al país
a los tiempos de la guerra fría. Para descalificar a un movimiento
legítimo de hombres del campo que luchan por no perder la tierra
-que es su raíz y razón de ser- ha recurrido al lenguaje
anticomunista digno de los peores tiempos de Díaz Ordaz. Al asegurar
que "agitadores profesionales" se encuentran detrás de este "pequeño
grupo de ejidatarios" que se oponen a la construcción de la terminal
aérea pretende deslegitimar una causa justa.
La decisión de presentar como "un acto de buena
fe" la liberación de tres de los 14 detenidos, que fueron apresados
a pesar de no tener participación en los hechos violentos, pone
en duda la seriedad de las argumentaciones que el gobierno estatal ha ofrecido
a la opinión pública.
Es en este contexto que el llamado del presidente Fox
a los ejidatarios de Atenco al diálogo y la negociación para
echar a andar el proyecto del nuevo aeropuerto que, advirtió, continuará,
resulta inadecuado. Tal y como se encuentra en estos momentos la disputa
legal, la decisión sobre el futuro del proyecto no depende del mandatario
sino del Poder Judicial. Las obras no podrán comenzarse hasta que
los magistrados lo definan y su resolución puede impedir su realización.
Por lo demás, es necesario recordar que en innumerables ocasiones
los ejidatarios han exigido el diálogo del que hoy habla el jefe
del Ejecutivo.
Las autoridades federales tienen frente a sí un
problema de gran magnitud en el que está en juego su reputación
democrática. La construcción del estado de derecho no puede
limitarse al uso de la fuerza pública para restablecer el orden
quebrado por la violación a las leyes por parte de autoridades gubernamentales,
que mostraron su falta de capacidad negociadora. El derecho no puede estar
reñido con la justicia, y es por ella que luchan los pobladores
de Atenco.