Carlos Fazio
Atenco:dialéctica del amo y el esclavo
A propósito de la guerra de Argelia, recordaba
Jean-Paul Sartre que en ultramar los soldados franceses "rechazan el universalismo
metropolitano y aplican al género humano el numerus clausus:
como nadie puede despojar a su semejante sin cometer un crimen, sin someterlo
o matarlo, plantean como principio que el colonizado no es el semejante
del hombre". La fuerza de choque de los colonialistas tenía la misión
de convertir esa abstracta certidumbre en realidad: "Se ordena reducir
a los habitantes del territorio anexado al nivel de monos superiores para
justificar que el colono los trate como bestias". Con el colonizado no
existía contrato social. Sólo fuerza. Se trataba de deshumanizar
a "esos bárbaros". De embrutecerlos por cansancio.
Como antes en Chiapas o en las montañas de Guerrero
y Oaxaca, en San Salvador Atenco se repite lo mismo. Los colonialistas
internos han estado alentando una guerra de mendigos contra ricos y especuladores
escudados en el poder represivo del Estado. Durante más de ocho
meses, desde las instancias oficiales -federales y estatales- se ha venido
acosando a los ejidatarios de Atenco. Animalizándolos. El jueves,
tras una acción punitiva orquestada por el gobierno mexiquense,
la impotencia y el horror de los colonizados de Atenco se convirtieron
en furia. La neurosis introducida y administrada por el colono entre los
colonizados estalló. Y ahora, a partir de un decreto expropiatorio
a rajatabla y atentatorio de la Constitución -es decir, apartado
del tan socorrido "estado de derecho"-, la "principal obra pública"
del gobierno foxista (la construcción de un aeropuerto alterno al
metropolitano) podría culminar en un nuevo acto genocida como Tlatelolco,
Acteal o Aguas Blancas.
Los administradores del neocolonialismo interno arguyen
hoy que "defienden" el orden constitucional y el estado de derecho. "La
ley no se negocia", afirma Montiel envuelto en la bandera del "mercado"
y el "progreso". En rigor, él y su socio Fox trabajan para el gran
capital; son simples operadores de un sistema cleptocrático basado
en la corrupción y la impunidad. Por eso necesitan criminalizar
un movimiento de resistencia campesino, que lucha por su tierra y se opone
a un decreto expropiatorio ilegal. Se trata de un viejo truco de los señores
del dinero. Ellos ponen las reglas de juego y cuando no les sirven, las
violan. El estado de derecho y la democracia formal se sostienen mientras
las grandes corporaciones no se sientan amenazadas o perjudicados sus intereses.
Cuando se pone en cuestión el más mínimo interés
económico de los poderosos, hay guerras civiles, golpes de Estado,
invasiones, bloqueos económicos, fraudes electorales. O terror y
represión, como en San Salvador Atenco. La lección de los
amos es siempre implacable: los pueblos deben "madurar", así sea
a golpes de picana, violaciones y desaparecidos.
En 1936 los españoles lo pagaron con 40 años
de franquismo. Los chilenos con 13 de pinochetismo. No sólo: "Si
me tocan a uno solo de mis hombres se acabó el estado de derecho",
amenazó el general Pinochet en los primeros días de la transición
chilena. Ergo: si tocan uno solo de mis intereses económicos, habrá
más terrorismo de Estado.
Otra vez en México reapareció el bestiario
de los poderosos. Los nuevos "salvajes" son los campesinos de Atenco. Los
"monos superiores" a los que Santiago Creel, Arturo Montiel y el policía
Navarrete Prida quieren domesticar. Les ofrecieron siete pesos por metro
cuadrado de tierra, pero no entendieron. Y fíjense si serán
brutos, que hasta las "aves" de Texcoco "decidieron" convivir con los aviones
(Pedro Cerisola dixit). Vamos, hasta "se sacaron la lotería",
llegó a decir el señor Presidente. Pero como son infrahumanos,
los ejidatarios de San Salvador no tienen capacidad para comprender cuando
la fortuna les sonríe para salir de pobres.
Tras la trampa que tendió el gobernador Montiel,
conocido "cazador de ratas", el discurso oficial se tornó maniqueo.
El colono siempre hace del colonizado una especie de quintaesencia del
mal. Como antes los indios de Chiapas, los campesinos de Atenco se transformaron
en "delincuentes subversivos". En ejidatarios "manipulados" por "agitadores
profesionales" que responden a "intereses oscuros del exterior". La coartada
para la mano dura. Usan "tácticas de guerrilla", toman "rehenes",
repitieron a coro los papagayos de los medios masivos. El movimiento deslegitimado
y su consecuencia: los ingobernables necesitan del castigo, del miedo,
del palo. Y cuando los desesperados de San Salvador, neurotizados por el
poder, orillados a la violencia -después de cohabitar largamente
con ella-, muertos en potencia (no sólo aceptan el riesgo de morir
sino que tienen la certidumbre) se atreven a decir que están decididos
a vender caro el patrimonio de sus ancestros, nuestras "almas bellas" -como
las llamaba Sartre- convocan a la cordura. "Tienen pipas de gas. Están
decididos a explotarlas. ¡A inmolarse!", gritan a coro nuestros humanitarios
racistas.
Decía Fanon que "el colonialismo no es una máquina
de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado
de naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor". El
círculo de odio está instalado en Atenco. Terror, contraterror,
violencia, contraviolencia. Los jefes del rebaño se escudan en el
estado de derecho, pero no hay que olvidar que en el origen del conflicto
hubo un decreto expropiatorio ilegal del gobierno federal, en beneficio
del gran capital. De los taimados amos.