CRISIS DEL MODELO MAQUILADOR
Durante
por lo menos dos décadas, los sucesivos gobiernos de México
cantaron las virtudes del modelo maquilador: gracias a la cercanía
con Estados Unidos y a la "ventaja comparativa" que brinda una mano de
obra barata, nuestro país ha sido promovido como un lugar propicio
para la instalación de plantas ensambladoras de numerosos productos
que, una vez terminados, se devuelven al extranjero para ser comercializados
a escala internacional. Con el Tratado de Libre Comercio y el auge de la
globalización pareció que las maquiladoras habían
llegado para quedarse, ya que -junto a los beneficios inherentes a tal
acuerdo- para las empresas extranjeras la "ventaja comparativa" en cuestión
salarial se había incrementado jugosamente tras las continuas devaluaciones
que azotaron al peso y al poder adquisitivo de los trabajadores mexicanos.
Sin embargo, hoy parece que tal escenario se ha modificado,
pues en poco más de un año por lo menos 545 maquiladoras
han decidido abandonar el país y trasladar sus plantas de producción
a otras naciones, sobre todo a China, con la consiguiente pérdida
para México de 150 mil puestos de trabajo. La transferencia de maquiladoras
a China estaría motivada por los importantes incentivos que ese
país ofrece a quien instale en él sus negocios -práctica
que podría ser desleal y violatoria de las normas de la Organización
Mundial de Comercio- y por los ínfimos salarios que perciben los
operarios chinos.
Al margen de que se diluciden las razones de la gruesa
migración de maquiladoras desde México a China y se busquen
soluciones para frenar la pérdida de empresas y de fuentes de empleo,
lo cierto es que el modelo maquilador tiene de origen numerosas aristas
desfavorables que hoy han mostrado su lado negativo. En primer término,
la industria maquiladora se limita a ensamblar materiales frecuentemente
traídos del extranjero, por lo que agrega muy poco valor en términos
económicos y fomenta escasamente la cadena productiva mexicana.
Por añadidura, los salarios ofrecidos por las maquiladoras son de
baja remuneración -desde 1982 a la fecha no han dejado de caer en
términos reales- y no se han realizado esfuerzos sustanciales para
capacitar a los trabajadores mexicanos a fin de prepararlos para optar
por empleos en otros sectores de la economía.
Finalmente, la presente crisis del modelo maquilador debería
dar pie a un replanteamiento de las estrategias con las que se ha pretendido
insertar a México en el entorno de la globalización. De mantener
el esquema de salarios bajos, trabajadores poco calificados y compañías
desarraigadas del contexto socioeconómico nacional, la fuente de
empleos e ingresos fiscales de las maquiladoras -a fin de cuentas, las
principales aportaciones al país de este conglomerado industrial-
continuará secándose. Por ello, apoyar a la pequeña
y mediana empresa, incrementar las calificaciones de los obreros y técnicos
mexicanos, incentivar la instalación de compañías
con mayor valor agregado y cuya competitividad esté fundada, más
que en pobres salarios, en la calidad y el valor de la materia prima y
el esfuerzo nacionales, son medidas necesarias para atenuar los efectos
de la salida de empresas del país y para abrir un horizonte más
promisorio a la industria y los trabajadores de México.