EL DRAMA QUE NO CESA
Ayer,
militares estadunidenses que realizaban prácticas en el desierto
de California descubrieron los cadáveres de cinco migrantes mexicanos
indocumentados que al parecer habrían sido víctimas de las
elevadas temperaturas que se registran en esa zona. Día con día,
en la frontera entre México y Estados Unidos se repite este drama
estremecedor y doloroso. Tan sólo en junio pasado, según
datos de la Fundación de Asistencia Rural Legal de California, 70
mexicanos murieron al tratar de cruzar esa frontera, la cifra mensual más
alta desde que Washington determinara, en el marco de los operativos Guardián,
Salvaguarda y Río Grande, el sellamiento de la línea fronteriza.
Ciertamente, el fenómeno de la emigración
hacia Estados Unidos es de carácter histórico y tiene profundas
causas económicas, pues durante décadas millones de trabajadores
mexicanos han optado por abandonar sus lugares de origen para buscar en
el vecino del norte una vida mejor para sus familias. Sin embargo, las
estrategias de control migratorio establecidas por Washington en los años
recientes tienen un ominoso componente inhumano y han convertido el siempre
difícil cruce de la frontera común en una verdadera pesadilla.
Medidas como la operación Guardián no sólo no han
frenado el flujo de indocumentados hacia Estados Unidos, sino que han forzado
a los migrantes a adentrarse en zonas menos vigiladas pero más peligrosas,
como los ardientes desiertos de Arizona, California y Texas. Además
han impulsado la actividad criminal de las bandas de traficantes de seres
humanos, deteriorado la vigencia de los derechos humanos de nuestros compatriotas
y envalentonado a diversos grupos racistas y xenófobos estadunidenses
que, con el falaz argumento de coadyuvar en el cumplimiento de la ley,
se han lanzado a una inadmisible caza de indocumentados. El costo en vidas
que los migrantes mexicanos han tenido que pagar en su valeroso afán
por encontrar mejores oportunidades resulta espeluznante, como lo es también
la pasividad con la que los gobiernos de ambos países contemplan
el diario cumplimiento de esta tragedia.
En este sentido, resulta por lo menos inquietante que
los esfuerzos diplomáticos por alcanzar un acuerdo bilateral que
salvaguarde la integridad física y la dignidad de los migrantes
mexicanos y regularice su estancia en Estados Unidos sigan siendo infructuosos,
máxime cuando la alineación del gobierno de México
a Washington permanece vigente y sin contrapartidas y cuando es un hecho
que el trabajo de nuestros compatriotas en esa nación repercute
en millonarios ingresos para ambos países. Las razones de seguridad
tras los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos no deben ser
motivo para cerrar los ojos ante la muerte y el sufrimiento que campean
por nuestras fronteras.
Por ende, el gobierno federal debe redoblar su actividad
en este crucial aspecto y, al tiempo que incremente las gestiones ante
su contraparte estadunidense para lograr un acuerdo migratorio justo y
humano, debe también modificar su política económica
para elevar significativamente los apoyos a los sectores más desfavorecidos
de la población, tanto rural como urbana, a fin de prevenir al máximo
posible -en el entendido de que la migración a Estados Unidos es
un fenómeno de hondas raíces estructurales- la continuidad
de este drama.