"A los muertos se les lleva en el corazón", dice el tío del escritor Tomás Rosas
Los atenquenses defenderán la tierra que les da la vida y donde yacen los suyos
El cementerio, parte de la historia de una comunidad que se niega a olvidar
MARIA RIVERA ENVIADA
San Salvador Atenco, Mex., 18 de julio. El pasado de San Salvador Atenco tiene nombres y apellidos. Entre frondosos pinos y cedros, las lápidas del cementerio municipal -algunas recientes y modernas, otras viejas y derruidas- narran el dolor de las pérdidas, pero también lo que significaron esos seres para sus familiares y su comunidad. Los que ahí yacen forman parte de la historia de este pueblo olvidado que se resiste a olvidar.
Aunque la desinformación priva en el municipio que encabeza el movimiento de resistencia contra la nueva terminal aérea, con un documento, un plano, una filtración los ejidatarios van enterándose de la magnitud de su pérdida. Las pistas estarían al lado de sus difuntos, dicen algunos. Otros aseguran que no, que el aeropuerto no afectaría directamente el panteón, aunque sí las vialidades. Cualquiera de las versiones concluye en un mismo discurso: su lucha no sólo tiene en cuenta la tierra que les da la vida, sino también ésta, donde yacen los suyos.
"A los muertos se les lleva en el corazón", explica don Juan Rosas, tío del escritor y cineasta Tomás Rosas Flores, enterrado en este camposanto. "Pero en los momentos tristes o alegres sabe uno que los visita. Por un momento los siente cercanos. Todos los pobladores tenemos aquí a nuestros familiares y no vamos a permitir que los toquen. Son parte de nuestra vida.
"Yo tengo aquí no sólo a Tomás, a quien vi crecer, sino a mis padres, mis abuelos y mis amigos. No vamos a vender nuestra tierra. El gobierno dice que es por causa de interés público, pero yo me pregunto: Ƒcuál? Aquí van a venir compañías internacionales que van a ganar mucho dinero y por eso a los pobres nos quieren quitar hasta nuestros difuntos."
Señala la lápida de su sobrino, quien reflejó en su obra la vida de Atenco, así como la lucha de los campesinos: la tierra, y murió en 1999, a los 44 años.
"Si mi padre viviera -agrega Mónica Rosas-, estaría en el movimiento por la defensa de los ejidos. Toda su vida no tuvo otro objetivo que mostrar el olvido en que vivían estos pueblos y el apego que tenía su gente por la tierra."
Narra que cuando sus padres emigraron a la ciudad de México a trabajar en el comercio, Tomás quedó bajo el cargo de sus abuelos y tíos paternos, quienes desde pequeño lo llevaban al paraje El Amanal a trabajar la parcela. Creció entre los surcos de la milpa.
En el pequeño universo de San Salvador Atenco no había muchos entretenimientos. El más común para los niños era reunirse a escuchar historias de aparecidos. Todavía hoy, como muestra de confianza, los habitantes del pueblo platican la vez en que tropezaron con el Charro negro (que representa al demonio), o que un atardecer escucharon un llanto amargo por el parque de los ahuehuetes, donde tuvo sus jardines Netzahualcóyotl, el rey poeta. Tampoco faltan las casas que tienen al frente cruces pintadas con cal para impedir la entrada al nahual -ser que representan con cuerpo humano y alas de guajolote-, que está al acecho para robarse las almas de los descuidados.
Toda esa imaginería llevó consigo Tomás Rosas cuando se trasladó al Distrito Federal para continuar su formación. Mientras realizaba estudios técnicos de radio y televisión empezó a asistir a algunos talleres literarios, el más importante fue el que dirigía el escritor guatemalteco Augusto Monterroso. Ahí comenzó a escribir sus primeras narraciones, basadas en la vida de su pueblo y las historias que había escuchado en su infancia.
Al terminar sus estudios profesionales entró a trabajar en el Canal 11 y en Bellas Artes, y empezó a desarrollar otra de sus pasiones: el video. Como trabajo complementario escribía historietas para la Editorial Novaro. Con la madurez buscó la manera de reunir su pasión por la literatura y el video, y el espacio donde lo logró fue la Universidad Autónoma Chapingo, donde trabajó en el Departamento de Cine y Medios de la Dirección General de Difusión.
Ahí publicó La noche de los sueños perdidos, recopilación de sus cuentos y videos, en la que reflejó la lucha de los campesinos por la tierra.
Tras de vivir un tiempo en el municipio de Texcoco, regresó a Atenco y al trabajo campesino. "Temprano se iba con su abuelo por la pastura a los animales -explica su viuda Minerva Vázquez- y al regresar ordeñaba las vacas. Después se trasladaba a Chapingo a dar clases y al retornar se dedicaba a jugar con sus hijas y a escribir. Nada lo hacía más feliz que estar en su pueblo."
Narra Tomás Flores en su cuento El hombre de allá afuera: "Fortino cerró la ventana y se acostó junto a su mujer. Ahí, entre el petate y las cobijas fue tejiendo los recuerdos del hombre que quiso como su padre, que le enseñó a enterrar el azadón para sembrar los surcos, sin ruido, sin luz, para que la semilla fuera despertando de su sueño y fuera abriéndose paso en la tierra hasta convertirse en una frondosa mata de maíz.
"Y ahorita que me estoy acordando, desde que se fue reconozco que siempre quise ser como él. Recuerdo las mañanas en que me levantaba e iba a ver su fotografía que estaba colgada en la pared.
"Y la verdad no faltó quien me dijera que me parecía a mi tío hasta en la manera de caminar, a lo mejor es por eso que ha venido, porque me quedé con sus tierras, su casa y hasta su manera de mirar la vida."
Alrededor de este hombre que reflejó la vida de Atenco están sepultados sus abuelos: Tomás Rosas y Vicenta Cortés, fallecidos en los albores del siglo XX, y también de una serie de hombres y mujeres de los que no se sabe más que lo que está escrito en sus lápidas:
"El señor Ladislao Pérez falleció el 18 de noviembre de 1919 a la edad de 52 años. Su afligida esposa dedica este pensamiento." "El día 10 de septiembre de 1924 murió el señor Candelario Flores a los 30 años de edad. Su esposa, padres y hermanos, llenos del más profundo dolor, dedican ésta al recuerdo de su grata memoria. Fieles, rogad por su alma." "Al señor Sixto Avila, que falleció el 5 de diciembre de 1918 a la edad de 37 años, su madre y hermanos le dedican ésta en recuerdo."
Para los funcionarios arropados en su poder estas tumbas son prescindibles. Un estorbo al progreso. Para los habitantes originarios de estas tierras son el último nexo con los seres que amaron. A ese pequeño espacio regresan cuando necesitan consuelo, explicaciones por los penares que les causa la vida o protección ante "tanta pinche tristeza como anda regada por el mundo", como decía el escritor atenquense.
"šPaz para los pobres!", reza una de las pintas en la calle Hidalgo, frente al cementerio. Sin embargo, las plegarias, hasta el momento, no han sido atendidas.