Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 20 de julio de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política
DESFILADERO

Jaime Avilés

Santa Teresa y San Juan

La historia cuyo desenlace va a contar esta página ocurrió en un país de 2 millones de kilómetros cuadrados que tiene, sin embargo, menos de 200 librerías. Un país, vacío en la mitad de su territorio, donde 100 millones de habitantes consumen, en promedio per cápita, medio libro al año. Un país que, por lo tanto, saca anualmente al mercado 50 millones de libros, en su inmensa mayoría fabricados por consorcios internacionales y, en la misma proporción, consagrados a temas de autoayuda, cocina, jardinería, salud, belleza y malas traducciones de basura narrativa, mientras pospone en todos los órdenes la difusión de su literatura de largo aliento y, salvo casos muy contados, ignora y menosprecia a sus poetas. Un país donde la crítica literaria, desde los tiempos de Salinas de Gortari, abdicó de sus responsabilidades esenciales y se contenta con vaciar las tripas en retretes privados que llama, no se sabe por qué, "letrinas libres".

Pero vayamos al cuento. La mañana del sábado 30 de junio, Rosario Robles y un puñado de espléndidos actores de teatro ofrecieron un recital de lectura en voz alta para contestar las obscenas afirmaciones del secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, quien acababa de asegurar que el de México es un pueblo que "sobre todo lee revistas seudopornográficas". Aquella tarde, al redactar la nota, consigné que alguien había elegido el poema de Santa Teresa de Avila titulado Muero porque no muero. De pronto me alcanzó una duda. ¿Era de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz? Cogí el teléfono y llamé a un amigo experto en las letras clásicas del Siglo de Oro español. "Claro que de Santa Teresa", respondió, sin mayor entusiasmo. Y tal cual fue publicado mi texto. Pero el viernes 12 de junio, al preparar la segunda entrega de esta naciente columna, recordé la cita de Santa Teresa y volví a usarla a propósito del conflicto -o la formidable piedra con la que ha tropezado el neoliberalismo- en Atenco: "Si Santa Teresa de Avila escribió los clásicos versos que empiezan diciendo 'muero porque no muero', los campesinos del vaso de Texcoco bien podrían, cada uno, recitar: 'muero para que no me maten'..."

Coplas del alma... zen

Jesús Galindo Ulloa, un atento lector de La Jornada, una de esas personas extraordinarias que dejan lo que estén haciendo para levantar la voz en el desierto a propósito de los tópicos más impensables, envió una carta la noche del domingo 14 para reclamarme, con discreta pero visible indignación, el escaso cuidado que tuve al atribuir a Santa Teresa los versos de San Juan de la Cruz. Antes de insertar la protesta en la plana de El Correo Ilustrado, Socorro Valadez, responsable de la sección más leída de este diario, me preguntó si deseaba escribir una réplica. (Ella estaba, me dijo, tan desconcertada como yo, pues desde niña sabía que Muero porque no muero es de Santa Teresa.) Todo cuanto le dije fue que me concediera unas horas para averiguar qué diablos estaba pasando.

La mañana del lunes 15 llamé de nuevo al experto en Siglo de Oro español, pero sólo me atendió su contestadora automática. Marqué entonces el número de un entrañable trovador de cantina y le expuse la causa de mi perplejidad. En menos de cinco minutos exploró sus libreros y me descorazonó al decirme que, en efecto, San Juan de la Cruz abre sus "famosísimas" Coplas del alma que pena por ver a Dios con el siguiente terceto: "Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero".

Abatido, pensando amargamente en el deterioro mental de mi generación, en las pobres ruinas de mi envejecida memoria, admití sin empacho alguno que a nuestro quejoso lector le asistía plenamente la razón y, el martes 16, El Correo Ilustrado publicó su carta y la aceptación de mi derrota. Aún lloraba por esta causa la mañana del miércoles 17 cuando abrí mi buzón electrónico y saqué este mensaje del señor José Luis Martínez, enviado desde [email protected]:

"Sr. Jaime Avilés: un saludo desde Monterrey, NL. Leí su artículo Intifada en Atenco, así como las aclaraciones en El Correo Ilustrado del 16 de julio. Coincidió que tenía en mis manos el libro La fuente, los destellos y la sombra. Antología poética de los Siglos de Oro. México: Alfaguara, 2002. En una de sus glosas, Santa Teresa de Jesús (igualmente conocida como Santa Teresa de Avila, por haber nacido en la ciudad de Avila, España), también menciona las palabras de 'muero porque no muero'. Creo, entonces, que tanto usted como el Sr. Galindo tendrían la razón. Transcribo a continuación la versión incluida en el libro citado, pp. 54-56, como referencia, y por la belleza del texto. Saludos afectuosos. JLM".

Muero porque no muero

Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/ que muero porque no muero.// Vivo ya fuera de mí/ después que muero de amor/ porque vivo en el Señor/ que me quiso para sí// cuando el corazón le di/ puso en él este letrero:/ que muero porque no muero.// Esta divina prisión/ del amor con que yo vivo/ ha hecho a Dios mi cautivo/ y libre mi corazón/ y causa en mi tal pasión/ ver a mi Dios prisionero/ que muero porque no muero.// ¡Ay qué larga es esta vida!/ ¡Qué duros estos destierros/ esta cárcel, estos hierros/ en que el alma está metida!/ Sólo esperar la salida/ que causa dolor tan fiero/ que muero porque no muero.// ¡Ay, qué vida tan amarga/ do no se goza el Señor!/ Porque si es dulce el amor/ no lo es la esperanza larga./ Quítame Dios esta carga/ más pesada que el acero/ que muero porque no muero.// Sólo con la confianza/ vivo de que he de morir/ porque muriendo el vivir/ me asegura mi esperanza.// Muerte, do el vivir se alcanza/ no te tardes, que te espero/ que muero porque no muero.// Mira que el amor es fuerte/ vida, no me seas molesta/ mira que sólo me resta/ para ganarte, perderte.// Venga ya la dulce muerte/ el morir venga ligero/ que muero porque no muero.// Aquella vida de arriba/ es la vida verdadera/ hasta que esta vida muera/ no se goza estando viva.// Muerte, no seas esquiva/ vivo muriendo primero/ que muero porque no muero.// Vida, ¿qué puedo yo darle/ a mi Dios, que vive en mí/ si no es perderte a ti/ para mejor a El gozarle?/ Quiero muriendo alcanzarle/ pues tanto a mi Amado quiero/ que muero porque no muero.

Variación del mismo tema

Revivido por este insólito regalo, traje a la pantalla el buscador de Yahoo y pedí toda la información relativa a Santa Teresa de Avila. Desde el espacio sideral bajaron de inmediato 13 mil 600 referencias al mismo número de páginas electrónicas, alimentadas por instituciones universitarias y religiosas de España, Italia, Francia, Alemania, Portugal y Estados Unidos, y a las primeras de cambio encontré la Glosa que tanto gustó a mi desconocido corresponsal de Nuevo León, pero con un "ligera" alteración que, por lo visto, le pasó de noche a los compiladores de Alfaguara: "Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero...".

A continuación busqué la bibliografía cibernética de San Juan de la Cruz y corroboré que sus Coplas del alma que pena por ver a Dios giran, con el mismo ardor místico, en torno de la idea central de muero porque no muero.

Descubrí -¿o recordé?- entonces que Santa Teresa de Avila, nacida en 1515 y muerta en 1582, fue la reformadora de la Orden Carmelitana y que, bajo la inspiración de Pedro de Alcántara, creó la orden de las Carmelitas Descalzas, persiguiendo que en los conventos, primero para mujeres y después para hombres, que a ésta se afiliaran, se respetara la Antigua Observancia de las Reglas de San José de Avila, empresa que en 1566 obtuvo la aprobación de Juan Bautista Rubeo, general de los carmelitas, que le dio licencia de fundar todos los conventos que estuvieran a su alcance.

Era tan apasionada de sus creencias Santa Teresa, y tan adicta, por lo demás, a las novelas de caballería, que a los 12 años de edad escapó de su casa con el propósito de viajar al norte de Africa, donde planeaba combatir contra los musulmanes para morir cuanto antes y realizar de este modo su anhelado sueño de encontrarse con Dios. Para fortuna de las letras españolas, no pudo ir más allá de las mojoneras de Avila, pero de esta obsesión tanática -hoy tan cruelmente emparentada con el fanatismo de algunas organizaciones islámicas- nacieron los versos del muero porque no muero.

Juan de Yepes, oriundo también de Avila y celebrado universalmente como San Juan de la Cruz, nació en 1542, cuando Teresa tenía ya 27 años, pero la conoció en 1567, en Medina del Campo, donde la santa le expuso las metas de su proyecto reformador, que el muchacho abrazó con idéntica y furibunda energía. Cabe inferir, por lo tanto, que sus Coplas... no son sino un homenaje a la obra de su maestra, una suerte de variación sobre el mismo tema.

"Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/ que muero porque no muero.// En mí yo no vivo ya/ y sin Dios vivir no puedo/ pues sin El y sin mí quedo/ este vivir qué sería.// Mil muertes se me hará/ pues mi misma vida espero/ muriendo porque no muero.// Esta vida que yo vivo/ es privación del vivir/ y así es contino morir/ hasta que viva contigo:/ oye, mi Dios, lo que digo/ que esta vida no la quiero/ que muero porque no muero.// Estando absente de ti/ ¿qué vida puedo tener/ sino muerte padecer/ la mayor que nunca vi?// Lástima tengo de mí/ pues de suerte persevero/ que muero porque no muero.// El pez del agua sale/ aun de alivio no caresce/ que en la muerte que padesce/ al fin la muerte le vale.// ¿Qué muerte habrá que se iguale/ a mi vivir lastimero/ pues si más vivo más muero?/ Cuando me pienso aliviar/ de verte en el Sacramento/ háceme más sentimiento/ el no poderte gozar/ todo es para más penar/ por no verte como quiero/ que muero porque no muero.// Y si me gozo, Señor/ con esperanza de verte/ en ver que puedo perderte/ se me dobla mi dolor./ Viviendo en tanto pavor/ y esperando como espero/ muérome porque no muero./ Sácame de aquesta muerte/ mi Dios, y dame la vida/ no me tengas impedida/ en este lazo tan fuerte/ mira que peno por verte/ y mi mal es tan entero/ que muero porque no muero.// Lloraré mi muerte ya/ y lamentaré mi vida/ en tanto que detenida/ por mis pecados está/. ¡Oh, mi Dios! ¿Cuándo será?/ Cuando diga yo de vero/ vivo ya, porque no muero".

San Juan de la Cruz murió en 1591, nueve años después de Teresa. Esta fue canonizada en 1622, él en 1700. Bajo la inspiración de ambos, a mediados del siglo XX, la monja Teresa de Calcuta fundó la orden de los Misioneros de la Caridad, que llevó al más radical de los extremos los rígidos preceptos de los santos. Prueba de ello es que, en los albergues donde recogía y alimentaba a los menesterosos, estaba prohibido que los enfermos terminales recibieran medicamentos para el dolor. El sufrimiento físico, pensaba la religiosa, es natural como la vida misma, que emana de Dios, y por eso no puede ser escamoteado. Aullando a medida que el cáncer devoraba las terminales nerviosas de su cuerpo, las víctimas de esta doctrina morían, sí, pero de auténticas y nada místicas ganas de morirse ya, de una vez, como perros.

En la actualidad existen en todo el mundo 49 establecimientos de los Misioneros de la Caridad, tres de ellos en el Distrito Federal y uno más en el estado de México, donde como si no tuvieran bastante con el gobernador Arturo Montiel deben padecer en carne propia esta terrible forma de la piedad cristiana.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año