DESFILADERO
Jaime Avilés
Santa Teresa y San Juan
La historia cuyo desenlace va a contar esta página
ocurrió en un país de 2 millones de kilómetros cuadrados
que tiene, sin embargo, menos de 200 librerías. Un país,
vacío en la mitad de su territorio, donde 100 millones de habitantes
consumen, en promedio per cápita, medio libro al año. Un
país que, por lo tanto, saca anualmente al mercado 50 millones de
libros, en su inmensa mayoría fabricados por consorcios internacionales
y, en la misma proporción, consagrados a temas de autoayuda, cocina,
jardinería, salud, belleza y malas traducciones de basura narrativa,
mientras pospone en todos los órdenes la difusión de su literatura
de largo aliento y, salvo casos muy contados, ignora y menosprecia a sus
poetas. Un país donde la crítica literaria, desde los tiempos
de Salinas de Gortari, abdicó de sus responsabilidades esenciales
y se contenta con vaciar las tripas en retretes privados que llama, no
se sabe por qué, "letrinas libres".
Pero vayamos al cuento. La mañana del sábado
30 de junio, Rosario Robles y un puñado de espléndidos actores
de teatro ofrecieron un recital de lectura en voz alta para contestar las
obscenas afirmaciones del secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz,
quien acababa de asegurar que el de México es un pueblo que "sobre
todo lee revistas seudopornográficas". Aquella tarde, al redactar
la nota, consigné que alguien había elegido el poema de Santa
Teresa de Avila titulado Muero porque no muero. De pronto me alcanzó
una duda. ¿Era de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz? Cogí
el teléfono y llamé a un amigo experto en las letras clásicas
del Siglo de Oro español. "Claro que de Santa Teresa", respondió,
sin mayor entusiasmo. Y tal cual fue publicado mi texto. Pero el viernes
12 de junio, al preparar la segunda entrega de esta naciente columna, recordé
la cita de Santa Teresa y volví a usarla a propósito del
conflicto -o la formidable piedra con la que ha tropezado el neoliberalismo-
en Atenco: "Si Santa Teresa de Avila escribió los clásicos
versos que empiezan diciendo 'muero porque no muero', los campesinos del
vaso de Texcoco bien podrían, cada uno, recitar: 'muero para que
no me maten'..."
Coplas del alma... zen
Jesús
Galindo Ulloa, un atento lector de La Jornada, una de esas personas
extraordinarias que dejan lo que estén haciendo para levantar la
voz en el desierto a propósito de los tópicos más
impensables, envió una carta la noche del domingo 14 para reclamarme,
con discreta pero visible indignación, el escaso cuidado que tuve
al atribuir a Santa Teresa los versos de San Juan de la Cruz. Antes de
insertar la protesta en la plana de El Correo Ilustrado, Socorro Valadez,
responsable de la sección más leída de este diario,
me preguntó si deseaba escribir una réplica. (Ella estaba,
me dijo, tan desconcertada como yo, pues desde niña sabía
que Muero porque no muero es de Santa Teresa.) Todo cuanto le dije
fue que me concediera unas horas para averiguar qué diablos estaba
pasando.
La mañana del lunes 15 llamé de nuevo al
experto en Siglo de Oro español, pero sólo me atendió
su contestadora automática. Marqué entonces el número
de un entrañable trovador de cantina y le expuse la causa de mi
perplejidad. En menos de cinco minutos exploró sus libreros y me
descorazonó al decirme que, en efecto, San Juan de la Cruz abre
sus "famosísimas" Coplas del alma que pena por ver a Dios
con el siguiente terceto: "Vivo sin vivir en mí, y de tal manera
espero, que muero porque no muero".
Abatido, pensando amargamente en el deterioro mental de
mi generación, en las pobres ruinas de mi envejecida memoria, admití
sin empacho alguno que a nuestro quejoso lector le asistía plenamente
la razón y, el martes 16, El Correo Ilustrado publicó su
carta y la aceptación de mi derrota. Aún lloraba por esta
causa la mañana del miércoles 17 cuando abrí mi buzón
electrónico y saqué este mensaje del señor José
Luis Martínez, enviado desde [email protected]:
"Sr. Jaime Avilés: un saludo desde Monterrey, NL.
Leí su artículo Intifada en Atenco, así como las aclaraciones
en El Correo Ilustrado del 16 de julio. Coincidió que tenía
en mis manos el libro La fuente, los destellos y la sombra. Antología
poética de los Siglos de Oro. México: Alfaguara, 2002.
En una de sus glosas, Santa Teresa de Jesús (igualmente conocida
como Santa Teresa de Avila, por haber nacido en la ciudad de Avila, España),
también menciona las palabras de 'muero porque no muero'. Creo,
entonces, que tanto usted como el Sr. Galindo tendrían la razón.
Transcribo a continuación la versión incluida en el libro
citado, pp. 54-56, como referencia, y por la belleza del texto. Saludos
afectuosos. JLM".
Muero porque no muero
Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/
que muero porque no muero.// Vivo ya fuera de mí/ después
que muero de amor/ porque vivo en el Señor/ que me quiso para sí//
cuando el corazón le di/ puso en él este letrero:/ que muero
porque no muero.// Esta divina prisión/ del amor con que yo vivo/
ha hecho a Dios mi cautivo/ y libre mi corazón/ y causa en mi tal
pasión/ ver a mi Dios prisionero/ que muero porque no muero.// ¡Ay
qué larga es esta vida!/ ¡Qué duros estos destierros/
esta cárcel, estos hierros/ en que el alma está metida!/
Sólo esperar la salida/ que causa dolor tan fiero/ que muero porque
no muero.// ¡Ay, qué vida tan amarga/ do no se goza el Señor!/
Porque si es dulce el amor/ no lo es la esperanza larga./ Quítame
Dios esta carga/ más pesada que el acero/ que muero porque no muero.//
Sólo con la confianza/ vivo de que he de morir/ porque muriendo
el vivir/ me asegura mi esperanza.// Muerte, do el vivir se alcanza/ no
te tardes, que te espero/ que muero porque no muero.// Mira que el amor
es fuerte/ vida, no me seas molesta/ mira que sólo me resta/ para
ganarte, perderte.// Venga ya la dulce muerte/ el morir venga ligero/ que
muero porque no muero.// Aquella vida de arriba/ es la vida verdadera/
hasta que esta vida muera/ no se goza estando viva.// Muerte, no seas esquiva/
vivo muriendo primero/ que muero porque no muero.// Vida, ¿qué
puedo yo darle/ a mi Dios, que vive en mí/ si no es perderte a ti/
para mejor a El gozarle?/ Quiero muriendo alcanzarle/ pues tanto a mi Amado
quiero/ que muero porque no muero.
Variación del mismo tema
Revivido por este insólito regalo, traje a la pantalla
el buscador de Yahoo y pedí toda la información relativa
a Santa Teresa de Avila. Desde el espacio sideral bajaron de inmediato
13 mil 600 referencias al mismo número de páginas electrónicas,
alimentadas por instituciones universitarias y religiosas de España,
Italia, Francia, Alemania, Portugal y Estados Unidos, y a las primeras
de cambio encontré la Glosa que tanto gustó a mi desconocido
corresponsal de Nuevo León, pero con un "ligera" alteración
que, por lo visto, le pasó de noche a los compiladores de Alfaguara:
"Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero
porque no muero...".
A continuación busqué la bibliografía
cibernética de San Juan de la Cruz y corroboré que sus Coplas
del alma que pena por ver a Dios giran, con el mismo ardor místico,
en torno de la idea central de muero porque no muero.
Descubrí -¿o recordé?- entonces que
Santa Teresa de Avila, nacida en 1515 y muerta en 1582, fue la reformadora
de la Orden Carmelitana y que, bajo la inspiración de Pedro de Alcántara,
creó la orden de las Carmelitas Descalzas, persiguiendo que en los
conventos, primero para mujeres y después para hombres, que a ésta
se afiliaran, se respetara la Antigua Observancia de las Reglas de San
José de Avila, empresa que en 1566 obtuvo la aprobación de
Juan Bautista Rubeo, general de los carmelitas, que le dio licencia de
fundar todos los conventos que estuvieran a su alcance.
Era tan apasionada de sus creencias Santa Teresa, y tan
adicta, por lo demás, a las novelas de caballería, que a
los 12 años de edad escapó de su casa con el propósito
de viajar al norte de Africa, donde planeaba combatir contra los musulmanes
para morir cuanto antes y realizar de este modo su anhelado sueño
de encontrarse con Dios. Para fortuna de las letras españolas, no
pudo ir más allá de las mojoneras de Avila, pero de esta
obsesión tanática -hoy tan cruelmente emparentada con el
fanatismo de algunas organizaciones islámicas- nacieron los versos
del muero porque no muero.
Juan de Yepes, oriundo también de Avila y celebrado
universalmente como San Juan de la Cruz, nació en 1542, cuando Teresa
tenía ya 27 años, pero la conoció en 1567, en Medina
del Campo, donde la santa le expuso las metas de su proyecto reformador,
que el muchacho abrazó con idéntica y furibunda energía.
Cabe inferir, por lo tanto, que sus Coplas... no son sino un homenaje
a la obra de su maestra, una suerte de variación sobre el mismo
tema.
"Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/
que muero porque no muero.// En mí yo no vivo ya/ y sin Dios vivir
no puedo/ pues sin El y sin mí quedo/ este vivir qué sería.//
Mil muertes se me hará/ pues mi misma vida espero/ muriendo porque
no muero.// Esta vida que yo vivo/ es privación del vivir/ y así
es contino morir/ hasta que viva contigo:/ oye, mi Dios, lo que digo/ que
esta vida no la quiero/ que muero porque no muero.// Estando absente de
ti/ ¿qué vida puedo tener/ sino muerte padecer/ la mayor
que nunca vi?// Lástima tengo de mí/ pues de suerte persevero/
que muero porque no muero.// El pez del agua sale/ aun de alivio no caresce/
que en la muerte que padesce/ al fin la muerte le vale.// ¿Qué
muerte habrá que se iguale/ a mi vivir lastimero/ pues si más
vivo más muero?/ Cuando me pienso aliviar/ de verte en el Sacramento/
háceme más sentimiento/ el no poderte gozar/ todo es para
más penar/ por no verte como quiero/ que muero porque no muero.//
Y si me gozo, Señor/ con esperanza de verte/ en ver que puedo perderte/
se me dobla mi dolor./ Viviendo en tanto pavor/ y esperando como espero/
muérome porque no muero./ Sácame de aquesta muerte/ mi Dios,
y dame la vida/ no me tengas impedida/ en este lazo tan fuerte/ mira que
peno por verte/ y mi mal es tan entero/ que muero porque no muero.// Lloraré
mi muerte ya/ y lamentaré mi vida/ en tanto que detenida/ por mis
pecados está/. ¡Oh, mi Dios! ¿Cuándo será?/
Cuando diga yo de vero/ vivo ya, porque no muero".
San Juan de la Cruz murió en 1591, nueve años
después de Teresa. Esta fue canonizada en 1622, él en 1700.
Bajo la inspiración de ambos, a mediados del siglo XX, la monja
Teresa de Calcuta fundó la orden de los Misioneros de la Caridad,
que llevó al más radical de los extremos los rígidos
preceptos de los santos. Prueba de ello es que, en los albergues donde
recogía y alimentaba a los menesterosos, estaba prohibido que los
enfermos terminales recibieran medicamentos para el dolor. El sufrimiento
físico, pensaba la religiosa, es natural como la vida misma, que
emana de Dios, y por eso no puede ser escamoteado. Aullando a medida que
el cáncer devoraba las terminales nerviosas de su cuerpo, las víctimas
de esta doctrina morían, sí, pero de auténticas y
nada místicas ganas de morirse ya, de una vez, como perros.
En la actualidad existen en todo el mundo 49 establecimientos
de los Misioneros de la Caridad, tres de ellos en el Distrito Federal y
uno más en el estado de México, donde como si no tuvieran
bastante con el gobernador Arturo Montiel deben padecer en carne propia
esta terrible forma de la piedad cristiana.