BAJO LA LUPA
Alfredo Jalife-Rahme
Estados Unidos: la crisis de la barbarie
LA DEBACLE BURSATIL de Wall Street y la epidemia de escándalos
contables de su clepto-mafiocracia empresarial no constituyen una
"crisis de la civilización occidental". Como reflejo de los primeros
18 meses de la administración Bush, nunca ha sido más actual
aquel aforismo muy severo (para su época) de Oscar Wilde, quien
sentenció en el siglo XIX que "Estados Unidos había pasado
de la barbarie a la decadencia sin haber conocido la civilización",
lo cual se aplica perfectamente a la mayor parte de los actos de su gobierno
a partir de su elección bananera: desde el rechazo al Protocolo
de Kyoto, pasando por el desprecio al Tribunal Penal Internacional, hasta
su beligerancia desregulada contra 60 países del planeta.
NO ES PORQUE Noelle, la hija de 24 años de edad
del gobernador de Florida y sobrina del presidente (más preocupados
por los fraudes electorales y la guerra contra el mundo que por sus familias)
fue a dar a la cárcel por su drogadicción, ni porque el médico
británico H. Shipman asesinó a 215 pacientes quienes le habían
confiado sus vidas, que prevalece una "crisis de la civilización
occidental", con mayor preponderancia en el belicoso segmento anglosajón.
Es mucho mas profundo.
LA CULTURA FINANCIERISTA que trastornó el alma
generosa de Estados Unidos es por antonomasia enemiga de la "civilización",
es decir, de la suavización de los castigos "penales" trasmutados
a "civiles": el campo de acción de los "ciudadanos", de quienes
se derivan "civilidad" y "civismo" como cualidades armónicas urbanas,
en la definición del historiador francés Fernand Braudel.
Mucho menos, los estallidos de las burbujas especulativas del dólar
y del índice tecnológico Nasdaq representan a "Occidente",
cuya extensión cultural abarca un mayor espectro plural cuya cuna
renacentista se asienta y se sustenta en Europa, más como concepto
civilizatorio que geográfico.
NOS ENCONTRAMOS MAS BIEN ante una "crisis de la barbarie",
protagonizada por el proyecto (todavía no consigue sentar sus reales)
del "nuevo imperio petrolero texano", que intenta suplir al desfalleciente
modelo plutocrático de la globalización financiera, que utilizó
los óptimos inventos tecnológicos del género humano
(en particular, de la prodigiosa comunidad científica de Estados
Unidos) para los peores propósitos atentatorios contra el bien común
universal. Eran los tiempos nefarios, que sembraron el presente devastador,
cuando coincidían los intereses empresariales de Baby Bush
con los del megaespeculador George Soros, en ese entonces propietario de
la tercera parte de las acciones bursátiles de la petrolera texana
Harken Energy cuyo directivo era quien luego sería el presidente
número 43. Cuando Soros y el nepotismo dinástico de los Bush
coinciden, se presagia lo peor para la humanidad.
HOY, BABY BUSH se parece más a Herbert Hoover,
el pusilánime presidente de octubre de 1929, a quien le tocó
navegar completamente desbrujulado con la Gran Depresión, que a
uno de los insignes emperadores del "viejo imperio romano" a quienes desea
emular.
A DIFERENCIA DEL viejo imperio romano, el proyecto del
"nuevo imperio petrolero texano" se ha manifestado hasta ahora en la carencia
de leyes universales que irradien justamente una "civilización",
como "hábitat" ciudadano y vocación a la mejoría universal.
HA SIDO DE TAL MAGNITUD la corrosión de la clepto-mafiocracia
del eje Hollywood/Las Vegas/Wall Street/la Casa Blanca (¿blanca?)
que sería un agravio irreparable equipararla con el sistema capitalista,
que no se merece tanto oprobio. Hasta el adicto a la privatización
desregulada y a las "leyes" (sic) del "mercado" (sic), el ultramonetarista
Milton Friedman (el ídolo del CATO Institute, la Mount Pelerin Society
y el ITAM), ha reconocido su catastrófica anástrofe (la dislocación
caótica de la articulación semántica) de obcecarse
en establecer la privatización sin antes haber erigido el imperio
de la ley jurídica: privatizar sin el imperio de la ley jurídica
equivale a robar, consigna Brian Mitchell (Investor's Business Daily,
9 de julio).
ENTRE
LAS VIRTUDES del sistema del "viejo imperio romano" se encontraba nada
menos que un cuerpo jurídico: el código romano, legado a
la humanidad como acto supremo de "civilización", una de las grandes
hazañas del genuino "Occidente" humanista y renacentista, que choca
frontalmente con el proyecto del "nuevo imperio petrolero texano", que
se asemeja mas bien a la "mafia rusa". Y tan era universalmente "civilizador"
el "viejo imperio romano", que sus dos principales juristas, Papiniano
y su discípulo Ulpiano, habían nacido en la costa fenicia.
Eran los tiempos cuando Berito (la moderna Beirut) representaba el centro
académico jurídico del imperio. El glorioso jurisconsulto
Papiniano, quien debiera ser canonizado por la sociedad global universal,
tiene una historia similar a la de Tomás Moro: fue mandado asesinar
por el emperador Caracalla al haber rechazado hacer la apología
del homicidio de su hermano Geta, con quien compartía el poder.
Los imperios y las civilizaciones requieren de epopeyas gloriosas: en el
proyecto del "nuevo imperio petrolero texano" abundan los antihéroes
(desde Harken Energy, pasando por Enron, hasta Halliburton) y, por desgracia,
no se avizoran los émulos de Papiniano y Ulpiano en el Poder Ejecutivo
ni en el Poder Legislativo. Precisamente, Michel Lind encuentra tres graves
defectos ("¿Es Estados Unidos el nuevo imperio romano?"; The
Globalist, 19 de junio) en lo que se refiere a la "doctrina Bush" y
su obsesiva "guerra preventiva" (que nos alerta pertenece a P. Wolfowitz,
el halconazo subsecretario de Defensa): 1) carece de "diplomacia"
(nota: sí es cierto, se comportan como tiránicos salvajes
en los foros internacionales); 2) en pocos años, Estados Unidos,
"el uno por ciento proyectado de la población mundial (en la actualidad,
4.7 por ciento) podrá dominar a 99 por ciento de la humanidad, pero
no la podrá gobernar: Estados Unidos puede poseer el ejército
más poderoso del mundo, pero su poder no puede ser exagerado, aunque
gaste en el rubro militar más que todas las grandes potencias combinadas";
y 3) el liderazgo tecnológico es transitorio, no eterno: "la revolución
de las computadoras le dio el liderazgo tecnológico transitorio,
que se erosionará conforme las potencias crecientes dominen su conocimiento,
en la misma forma en que Alemania y Estados Unidos, en vías de industrialización
a finales del siglo XIX, alcanzaron a Gran Bretaña, el laboratorio
de la Revolución Industrial". Concluye que Estados Unidos "será
una potencia regional de América del Norte (nota: para desgracia
geopolítica de México y el resto de Latinoamérica,
si se dejan subyugar "a la Castañeda Gutman") que a lo mucho podrá
bombardear a los países hostiles desde los aires y el mar". What
for? Porque luego vienen los boicot y/o las contraofensivas suicidas
de los usuarios bombardeados (esto lo dice un servidor).
ADEMAS, WOLFOWITZ, el cerebro de la "doctrina Bush", se
equivoca rotundamente porque parte de la premisa falsa que denomina "Reassurance"
(¡"tranquilidad"!), que elaboró cuando era decano de la Escuela
de Estudios Internacionales Avanzados (sic) de la Universidad Johns Hopkins
(en Washington), de que sus "competidores" (Europa, Rusia, China, Japón
e India) se consagrarían únicamente a la actividad comercial,
como sucedió con Alemania y Japón después de la Segunda
Guerra Mundial, y dejarían a Estados Unidos como el garante de su
seguridad militar, por lo que es fútil que construyan su panoplia
bélica. ¡Cómo no!
Y ESO QUE Michel Lind no consigna que Japón tiene
en la actualidad una supercomputadora más poderosa que Estados Unidos,
que relata en su luminoso ensayo Immanuel Wallerstein, "La caída
estrepitosa del águila" (Foreign Policy, julio/agosto de 2002) y
en el que, desde el punto de vista eminentemente geopolítico, devela
y revela los límites de la supremacía de Estados Unidos.
Con una lucidez que solamente iguala Eric Hobsbawm, el genial historiador
británico, Wallerstein admite que el aspecto militar subsiste como
su "carta más poderosa; de hecho, su única carta", sin soslayar
que de las "tres guerras serias que ha combatido desde 1945 (Corea, Vietnam
e Irak), una concluyó en una derrota, y las otras dos en empate:
no precisamente un récord glorioso". Porque entre las guerras "cómicas"
que ha librado, como en Somalia, el ejército de Estados Unidos salió
despavorido frente a minitribus emergidas de quién sabe dónde.
Más allá del patético aislamiento político
e ideológico de Estados Unidos, concluye que "existe poca duda de
que continuará su declive como una fuerza decisiva en los asuntos
mundiales. La pregunta real no es si la hegemonía de Estados Unidos
se desvanece, sino si es capaz de diseñar una vía para descender
graciosamente, con el mínimo de daño para el mundo y para
sí mismo". ¿Entenderá Castañeda Gutman, el
infatuado canciller foxiano, con un curriculum académico
muy raquítico e inflado, los alcances de los asertos de Wallerstein?
ESTE NO ABORDA la quiebra económico-financiera
de Estados Unidos (al que apenas cataloga de "débil"), que ya se
está volviendo una perogrullada global. Hasta el reacio David Ignatius,
ex alto directivo de la CIA, hoy editor en jefe del influyente International
Herald Tribune, no tiene más remedio que admitir el derrumbe:
"Prepárense para un largo desplome" (20 de julio). Resulta significativo
que estén en riesgo 2 billones de dólares de los fondos de
retiro de los empleados estafados por los ejecutivos que se autocompensaron
con inconcebibles fortunas. Finalmente, la burbuja de Estados Unidos se
parece a la de Japón y los temores radican en repetir las mismas
penurias.
EL MODELO BARBARICO de Estados Unidos entró en
crisis terminal y su única redención pasa por la refundación
republicana en reminiscencia del peregrinaje ético y estético
de sus Padres Fundadores, quienes huyeron del falaz paradigma bursátil
londinense para instaurar la libertad espiritual, económica y política
por medio de su singular orden jurídico en el nuevo mundo, como
prolongación de la civilización europea que fue adulterada
por las fuerzas depredadoras posmodernas, quienes cavaron su propia tumba
al haber regresado al modelo del que habían huido inicialmente sus
antecesores.