EL FRAUDE DEL CAPITALISMO ACTUAL
Ayer,
la corporación de telecomunicaciones estadunidense WorldCom, envuelta
en un colosal fraude contable, decidió acogerse a las leyes de bancarrota,
lo que constituye la mayor quiebra empresarial en la historia de Estados
Unidos. Por el valor de sus activos, calculado en poco más de 100
mil millones de dólares, la debacle de WorldCom es incluso mayor
que la presentada por la energética Enron; esto denota la profundidad
de la crisis que azota al sistema empresarial y financiero de Estados Unidos
y, por extensión y contagio, a la economía capitalista internacional.
Si bien la ruina de WorldCom tiene su origen inmediato
en el ocultamiento ilegal durante varios años de fuertes pérdidas
en su estado de resultados para engañar a sus inversionistas y mantener
artificialmente su valor bursátil, cabe suponer que junto con los
delitos financieros perpetrados en esta y otras compañías
estadunidenses existen otras poderosas razones que explican la envergadura
de tal colapso empresarial.
En primer lugar figura el desmantelamiento de los mecanismos
de regulación y control estatal sobre las corporaciones en Estados
Unidos, lo que dejó a muchos altos ejecutivos -a los estamentos
políticos que se beneficiaban de sus jugosas contribuciones- con
las manos libres para incrementar desenfrenadamente su riqueza personal
a golpe de sucesivos fraudes y mentiras. Los desfalcos cometidos en Enron,
WorldCom y otras empresas no se explican sólo en la voracidad de
algunos delincuentes de cuello blanco, sino también en la permisividad
de un sistema en el que las complicidades político-empresariales
tuvieron un papel crucial.
Por otra parte, esta cadena de quiebras corporativas es
síntoma de la disfuncionalidad del actual sistema capitalista estadunidense.
Contra los enunciados de la teoría, el libre mercado no fue capaz
por sí solo -en éste y otros casos- de regular los excesos
y distribuir equitativamente la prosperidad económica del país
vecino. Por el contrario, los directivos de WorldCom mintieron para mantener
artificialmente una falsa bonanza -desde hace tiempo era evidente que los
ingresos de esa compañía resultaban insuficientes para mantener
su desproporcionado valor en bolsa- y para continuar saqueando, en beneficio
de unos pocos privilegiados, los recursos de los inversionistas locales
e internacionales, especialmente los de fondos de pensiones estadunidenses
y los ahorros de los pequeños accionistas. Como en el caso de Enron,
la quiebra de WorldCom constituye un golpe durísimo para el patrimonio
del ciudadano medio de Estados Unidos.
Finalmente, la debacle de WorldCom también podría
tener efectos en el entramado empresarial mexicano, pues la empresa hoy
en quiebra es, junto con Banamex-Citigroup, el principal accionista de
la telefónica Avantel: según declaraciones de John Sidgmore,
presidente de WorldCom, la corporación estadunidense estaría
considerando la venta de parte de sus posiciones en América Latina
para intentar salir del despeñadero.
Con todo, los casos de Enron, WorldCom y AOL, entre otras
compañías, podrían no ser sino la punta del iceberg
de un problema mayúsculo. Ante tal perspectiva, es claro que para
afrontar esta crisis se requiere mucho más que las endebles propuestas
moralizadoras del presidente George W. Bush. ¿Puede dudarse todavía
de la necesidad de una profunda reforma del modelo capitalista depredador
y antisocial que ha sido impuesto a escala global y que, más allá
de las quiebras citadas, ha repartido desesperanza y pobreza en gran parte
del mundo?