Testimonios sugieren un aumento en la cifra de soldados destacados en Chiapas
La autonomía, una forma de paciencia ante el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés
Casi cotidianas, las denuncias por agresiones a los municipios en resistencia
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Africa, chis., 22 de julio. Por esos azares del devenir burocrático, en los buenos mapas comerciales del estado aparece Africa, pero no Asia, la ranchería vecina, siendo que ésta tiene cinco o seis veces más habitantes.
Y no sólo eso. Un letrero metálico color verde con letras fosforescentes blancas, de ésos que las sucesivas secretarías de Comunicaciones han plantado a la entrada de tantos pueblos a orillas de los caminos, anuncia la aparición de las pocas casas de madera que constituyen Africa, en el "techo" de la selva Lacandona.
En cambio Asia, tal vez por no aparecer en los mapas, no mereció letrero verde oficial; la gente, en su afán de existir, clavó una tabla en el árbol más grueso que puede verse desde el camino, y puso: "Asia, ranchería".
En Africa viven 10 personas, tal vez 15. En Asia, más de 60. Ambas se localizan en uno de los accesos de la reserva de la biosfera, también llamada Comunidad Lacandona. Son asentamientos legales en el área "crítica" que, según la "necesidad" de cada momento, las autoridades gubernamentales reivindican como propiedad de la nación (y hasta de "la humanidad"), o bien, propiedad del diezmado pueblo lacandón: los Montes Azules.
Ahora que es verano, la vegetación ha crecido tanto que oculta las casas de Asia y Africa. El paisaje devora ambas rancherías completamente, y de ellas lo que se ve son sus nombres. El resto es selva.
Los gastos para desgastar la resistencia
Las comunidades vecinas a los cuarteles, y sobre todo las que tienen dentro la base castrense, muestran una cara poco documentada de la militarización. Una perturbadora muestra de cómo funciona, a mediano plazo, la estrategia militar de "hearts and minds", que busca conquistar "la mente y los corazones" del enemigo, o al menos de los vecinos del enemigo.
Todos estos años han existido, formalmente, una ley para la paz y la reconciliación en Chiapas, un comisionado presidencial para la paz y una comisión ex profeso de diputados federales y senadores de la República. No obstante, a los "mexicanos que se inconformaron", como definió en un primer momento el ex presidente Ernesto Zedillo a los zapatistas, no ha dejado de dárseles trato de "enemigos". Aquí opera eso de "quitarle el agua al pez" de los manuales yanquis de contrainsurgencia, bien probado en las tierras cálidas de Guatemala y el sur de Vietnam.
"Se arreglan uniformes militares", anuncia una cartulina en la puerta de una casa en Cintalapa. Una buena puerta. Una buena casa, grande y pintada. Se alcanza a ver la máquina Singer que habrá llegado en una de tantas "tandas" gubernamentales. También un televisor, un aparato de sonido para discos compactos y un juego de bocinas.
Sin ser tan grande como San Quintín o Maravilla Tenejapa, Cintalapa es una de las comunidades importantes dentro de la selva con histórica filiación priísta que, comparada con la mayoría de los poblados de la región, resulta relativamente próspera. Posee infraestructura y comercio. La inversión social es buen negocio.
Son comunes los casos de hijas de familia tzeltal que han tenido hijos con los soldados del cuartel, a 200 metros del poblado. Algunas muchachas se casaron y se fueron cuando hubo cambio de tropas. Una pocas se prostituyeron. Tantas niñas se han hecho mujeres con la base al lado.
Luego que no siempre alcanza la dotación de meretrices; como ha probado la experiencia de San Quintín, los jóvenes soldados muestran preferencia por las flores silvestres del lugar, y tienen la paga. Reflejo directo de este fenómeno de contigüidad, a lo largo de Cintalapa y la vecina Peña Limonar, grandes anuncios pintados en las paredes previenen contra el sida, promueven el uso del condón, la planeación familiar, y de manera enfática, la atención a la mujer y el niño.
Estos pueblos han desarrollado cierta economía mercantil; existe una población permanente de prestadores de servicios, y otra población, también permanente, para consumirlos. El fenómeno es extensible a otras comunidades grandes y oficialistas como Santo Domingo y Nueva Palestina que, sin tener bases militares, atienden constantemente las necesidades de los soldados.
Tal economía paralela a la guerra explica el desencanto de algunas comunidades priístas enganchadas a la vecindad militar cuando, a principios de 2000, el gobierno retiró algunas bases del Ejército federal (siete en total). Los pueblos de Cuxuljá y El Carmen resintieron económicamente la partida de las tropas (asentadas junto a Moisés Gandhi y en Guadalupe Tepeyac, respectivamente); otros, también priístas pero más tradicionales, como Jolnachoj (en San Andrés), expresaron alivio.
Como sea, el reacomodo de tropas que ordenó el presidente Vicente Fox no implicó ninguna reducción en el número de efectivos destacados dentro de la llamada zona de conflicto. Testimonios recientes sugieren, por el contrario, un incremento (no cuantificado) de soldados, que se puede disimular ante la opinión pública, pero en la cotidianidad comunitaria resulta inocultable.
El gobierno foxista lo niega (o se reserva hacerlo explícito), pero en los hechos mantiene una guerra en Chiapas. El despliegue de fuerzas no es de "contención" ni para vigilancia de nuestras fronteras, sino que avanza, al cobijo de una tregua llena de agujeros.
Los costos de la resistencia autónoma
En estas tierras de indios mayas, la autonomía es una forma de la paciencia. Pueblos donde no hay hoteles, restaurantes, cantinas, zapaterías, farmacias, abarroterías, vinaterías, aserraderos, refaccionarias, burocracia federal y estatal, teléfono satelital, tinacos y celdas solares en las casas, antenas de televisión de paga en las azoteas. En ellos no se aceptan financiamientos ni obra pública. Muchos poblados siguen sin electricidad.
Es fácil identificar las comunidades en resistencia. Por los letreros que proclaman su pertenencia a determinado municipio autónomo. O por los llamativos murales donde aparecen Emiliano Zapata, los insurgentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pasajes de su historia, escenas de guerra o sueños idílicos, algunos héroes patrios y el Che Guevara, ese icono universal. Habitualmente no hay alcohol, ni borrachos.
Pero también son reconocibles estos pueblos por su mayor precariedad. Aunque su firmeza y organización colectiva lo hacen menos evidente, los indios rebeldes de Chiapas son pobres entre los pobres.
En comunidades donde conviven bases de apoyo zapatistas y campesinos de organizaciones oficiales (como ejemplifican los ejidos Roberto Barrios y Morelia), las diferencias económicas pueden resultar desgarradoras. Y siempre representan una declaración de principios en sí mismas.
En las cocinas zapatistas escasean las ollas; en muchos lugares no tienen cucharas, ni cubetas. La alimentación es muy restringida. En sus construcciones se nota que todo lo hacen por su cuenta, y aunque a veces consiguen mezcla para las escuelas y clínicas autónomas (aunque sea para el piso), lo común es que sólo tengan madera. Su poco dinero se va en lámina.
Aún así, levantan primarias bilingües, bibliotecas, sitios de reunión, pequeñas clínicas para las cuáles raramente hay médico. Llevan una década o más en estas condiciones (de hecho, el levantamiento zapatista fue precisamente contra el abandono), y entre cuatro y seis años de funcionar como municipios autónomos, lo cual les ha costado muertes, exilios, cárcel, campos destruidos o arrebatados, ríos contaminados.
La resistencia de cientos de comunidades comprueba tres cosas: que sus pobladores están hechos a la idea; que resisten pacíficamente una guerra continua (militar, paramilitar, política, económica) que no se atreve a decir su nombre, y que, como suelen expresar los comunicados públicos de los distintos concejos autónomos, no aceptan "migajas" del gobierno.
Sin embargo, una demanda de los rebeldes alcanza una población más amplia. La mayoría de las organizaciones y comunidades no zapatistas en los territorios indios de Chiapas demandan (o quisieran) el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés. En la era priísta hubo gesticulaciones gubernamentales que dizque "cumplían" los acuerdos. A pesar de insistir en una reforma constitucional que no satisface a los indígenas chiapanecos en general, el gobierno foxista se ha abstenido de los fingimientos estilo Albores. El gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía incluso rechaza la reforma (conocida como ley Bartlett-Cevallos), actualmente en revisión en la Suprema Corte de Justicia de la Nación a causa de los cientos de controversias constitucionales indígenas que suscitó en el país.
Consecuentes con su resistencia, los municipios autónomos difunden denuncias continuas. Casi todos los días les hacen algo de manera deliberada las fuerzas públicas, o bien gente y organismos que pertenecen a partidos políticos o colaboran con el Ejército federal y otras instancias de un gobierno que se comprometió a atender sus demandas. Los años pasan. La guerra avanza. Las comunidades en resistencia siguen esperando. "El gobierno no nos oye", repiten a cada rato.