REPORTAJE
Los nacidos en la calle, parte de una cifra negra que omiten los censos oficiales
Los que existen, pero no se cuentan
En los aparatos oficiales saben nada o muy poco de los niños en situación de calle, a pesar de las dimensiones cada vez más desproporcionadas del fenómeno: tan sólo en la capital la población de menores en esas condiciones aumentó 40 por ciento. Pero la problemática no se limita a la orfandad: hay mayor incorporación de niñas a este sector, la mitad de ellas están embarazadas, y en algunos casos, los más trágicos, infectadas de sida. Es una realidad que contradice el discurso oficial, promotor del bienestar de la infancia y la familia
KARINA AVILES /II Y ULTIMA
Los niños que viven en las calles del país crecieron y tuvieron hijos, y los hijos de sus hijos, entre males modernos como el VIH-sida y viejos vicios como el activo, son los padres de los nuevos niños del arrollo.
Los nacidos en la calle forman parte de una cifra negra que la metodología de los censos sobre menores en situación de calle olvidó contar; sin embargo, la Fundación Renacimiento calcula que de cada seis niñas en esas condiciones tres están embarazadas. Pero la gravedad que ha tomado el fenómeno en los tiempos actuales va más allá: la edad de los menores que ahora viven en la calle ha disminuido por lo menos cinco años, al pasar de entre 14 y 13 años a los nueve y 10 años, según lo observado en la población atendida por Casa Alianza-México.
El panorama de la niñez en el país dista de ser alentador. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), de los 32.6 millones de niños en México, 20.2 millones no tiene derecho a la seguridad social, en edades que van de los cero a los 14 años.
Según ese instituto, ''entre la población de 12 a 14 años, 16 mil 293 niños son casados, 15 mil 265 viven en unión libre, mil 177 están separados, 504 están divorciados y mil 210 enviudaron''. Por si fuera poco, los servicios de guardería para hijos de madres trabajadoras son insuficientes. Tan sólo en 2000, el IMSS reportó 44 mil solicitudes pendientes y el ISSSTE 3 mil.
Pero los niños que viven en las calles, aquellos que están entre los más vulnerables por carecer de apoyo familiar, por presentar los mayores índices de adicción, por su falta de educación, por su exposición a la violencia en sus familias, por vivir en condiciones infrahumanas, abajo, en coladeras, adentro de hoyos o sobre camellones, ni siquiera llegan a ser un número en las cifras gubernamentales. De ellos poco se sabe desde los aparatos oficiales.
Lo que la metodología olvidó
El director de la Fundación Renacimiento, José Vallejo, destaca que de acuerdo con los dos únicos censos que hay sobre el tema, el incremento de los niños que viven en las calles de la capital del país ha sido de 40 por ciento. No obstante, la realidad desmiente ese porcentaje, porque existe una cifra negra. La metodología "olvidó" contar los niños que están naciendo en los baldíos y los que crecieron en las calles y ahora son mayores de 18 años. ''La realidad ha rebasado los conceptos'' existentes acerca de niños y adolescentes cuya "casa" es la calle, añade.
Sin embargo, el fenómeno no sólo se ha expandido justo con la globalización neoliberal que priva en el país desde los ochenta, sino que se ha agudizado. El director de la organización Casa Alianza-México, Ricardo Camacho Sanciprián, alerta que actualmente la problemática presenta nuevos factores que la agravan aún más: el número de niñas en las calles ha aumentado de manera considerable. Hace 10 años, indica, había 20 niños por cada niña y en estos días hay entre seis y siete niños por cada tres o cuatro niñas.
Lo anterior tiene importantes repercusiones. De las 800 niñas que Casa Alianza atiende anualmente, 10 por ciento, es decir, 80 menores, están embarazadas, y 5 por ciento, 40 niñas, contrajeron el virus del VIH-sida, apunta.
Las familias de niños que crecieron en la calle y sin otro futuro que la calle son una realidad que contradice el discurso oficial, promotor de un supuesto bienestar de la infancia y la familia mexicana.
''Tengo el sida''
Mónica y Juan Carlos formaron una pareja de niños y son padres de dos niños. El, un papá que desde los ocho años anduvo en la calle, y ella, una pequeña mamá que a los 14 salió a los arroyos de la capital del país. "Siento como si mi vida ya estuviera en otro mundo", lamenta Mónica, de aspecto delgado y con mirada que de pronto parece como si se fuera a terminar.
La adolescente regresa al pasado. Nerviosa, con angustia, describe uno sólo de aquellos días bajo una cloaca de la Alameda. Tenía 14 años y estaba llegando a la calle. El mundo que antes había conocido era el de un internado para niños sin papá, al que su mamá la iba a recoger dos o tres veces por mes y en el que hasta su propia madre tuvo que internarse un día, porque la corrieron del cuarto donde habitaba por no pagar la renta. Ese hogar estaba dirigido por unas monjas "que sólo me enseñaron a rezar", y al llegar a la calle ''le tenía miedo a los niños de allí y conocí a un chavo que se llama Rigoberto. El se portaba muy buena onda conmigo''. Le ofreció su protección.
"Entonces yo no sabía controlar la droga y me puse hasta atrás con él, y entre drogas tuvimos relaciones. Era una mujer limpia, pero ese día fue como si me hubiera agarrado a la fuerza. Ya que habíamos tenido la relación me dijo: 'Tengo el sida', pero yo no sabía qué era. Se fue de la coladera y nunca lo volví a ver... Ahora que tengo a mis hijos lo odio porque andamos en puros tratamientos y yo padezco de infecciones".
Pasó más de un año. Mónica conoció a su pareja, Juan Carlos, con quien pronto encargó un bebé. Con seis meses de embarazo, volvió a escuchar lo que tiempo atrás no había comprendido: "el doctor me dijo: 'šay, mija!, te tengo una mala noticia: tienes sida'. Pero yo no sabía qué era, y como el doctor se dio cuenta, me dijo que era una enfermedad no curable y me puse a llorar".
La pequeña Sahori nació. "Al mes me fui al hospital porque me enfermé de hepatitis B. Primero estuve cuatro meses y luego dos meses. Mi esposo crió a mi hija. Ahora a su papá le dice mamá y a mí me dice tía o Mónica. Siento muy feo, pero no quería que mi hija se me acercara porque te da gripa, calentura y se la puedo pegar".
Juan Carlos trabajaba de payasito en un crucero en la Zona Rosa "que ya por años le corresponde" y le empezó a echar muchas ganas, cuenta Mónica. ''Los tres estábamos de vida independiente en un cuarto en Neza. Mi esposo llegaba diario a la casa y nos llevaba para comer. Me compró un tanque de gas, una estufa y una cama. Cuando le iba bien ganaba 250 pesos y cuando le iba mal unos 150 pesos".
Mónica volvió a quedar embarazada porque ''el aparato no me funcionó''. Todo iba más o menos bien, "ya íbamos progresando". Juan Carlos "ya nomás le hacía a uno o dos cigarros de mariguana porque cuando éramos novios le metía duro".
Poco después las cosas cambiaron. "Ahora él anda en la cárcel por una gorra. Dos chavos le robaron una gorra a una persona en la calle y le pegaron. Mi esposo trató de defender al señor de la gorra, pero después ese señor dijo que mi esposo se la había robado". Juan Carlos lleva casi un año en la cárcel. Está sin sentencia y no conoce a su segundo hijo, un bebé de cuatro meses que se llama Carlos Oliver.
Cuando Mónica va a visitarlo a la cárcel, dice que Juan Carlos le pregunta: ''Ƒpor qué cuando le echo ganas algo pasa?".
El disfraz
Para especialistas y miembros de organizaciones de apoyo a la infancia, uno de los graves problemas en el conflicto de la calle es el desmantelamiento del aparato social para la atención de los grupos vulnerables. El director de El Caracol, Martín Pérez, afirma que la política neoliberal ha decidido que los niños de la calle "no existen, no son de interés". De tal forma que en la última sesión especial sobre la Infancia de la ONU ni siquiera se habló de los menores que viven en las calles.
El neoliberalismo, al desmantelar los aparatos estatales, ha delegado a la iniciativa privada una tarea que debería ser del Estado. La función de la IP, quien se beneficia de los recursos públicos, ha sido la de ver los problemas como una "forma de inversión y como la posibilidad de negociar influencias, sobre todo con organizaciones cercanas al gobierno. No es lo mismo darle a la organización de Marta Sahagún que a una ONG no conocida".
Pero además, añade, las preocupaciones del sector privado distan de tener un ánimo filantrópico, pues lo que buscan es su propio interés económico. Por ejemplo, las medallas de Banamex, que son parte del programa del gobierno federal De la calle a la vida, tienen un costo de 350 pesos y al DIF "sólo le llegan 132 pesos por unidad", afirma.
En la política neoliberal los niños de la calle "han pasado de moda, y por ello no hay necesidad de hacer programas públicos ni planes". En ese sentido, señala que el DIF ''destina menos de 3 por ciento de sus recursos para esta problemática".
Minerva Gómez, investigadora del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma de Xochimilco, considera que para atender la grave situación de estos grupos vulnerables es fundamental que el gobierno supere la tradición de pretender que se cumple, además de que es urgente que los informes de los programas públicos no disfracen la realidad.
La tercera generación
"A los seis años mi tía Toña me enseñó a drogarme, a los siete a robar, a los ocho hacía que la viera haciendo el sexo, a los 10 uno de sus hijos me violó, a los 13 me mandaba a casas de señores, a los 14 me fui a la calle". A los 17 fue madre.
Con un sombrerito que casi le cubre los ojos y le sirve para divertir a su bebé, María Elena está segura de que "estando en la calle me salvé. Ya no me pasó nada más fuerte".
Nada peor que lo que vivió aquellos años con la tía Toña, donde finalmente fue a parar después de andar por varias de las casas de la familia que la recogió de una estación, donde fue abandonada.
María Elena, de cara redonda y blanca como una luna, tiene 19 años y vive entre la tentación de beber, de ingerir drogas y de recuperarse para cuidar a su bebé. Sin embargo, la familia de los chavos de la calle le resulta atractiva, porque ahí "nos cuidan. Cuando estás embarazada, vigilan que no te drogues o que no te vayas a aliviar en la calle.
''Lo más padre que me ha pasado en la calle es que hay mucha amistad y no por cualquier cosita nos peleamos. En cambio, mi tía me decía: 'ven para acá hija de tu pinche madre, perra maldita, no sé por qué estás en mi casa'. Mi tía nunca vio cuando traía los labios hinchados, la nariz con sangre, los ojos morados y moretones en mis brazos. Pero yo sí me di cuenta que cada que abusaban de mí ella tenía dinero".
Ahora que es mamá, hay una parte de ella que tiene ganas de ya no drogarse ni de tomar, pero hay otra que dice no, "porque si digo ya no, ya no, y me invitan, digo que sí". María Elena dice que antes de que se muera quiere dejarle a su hijo una hermanita para que "tenga una familia real", pues ella rompió con el papá del niño porque anda con otra chava, ''y aunque me ha dicho que me va a apoyar no es cierto, él todavía anda en la calle".
El director de El Caracol, Martín Pérez, alerta: actualmente se gesta una tercera generación con niños que tienen padres y abuelos de la calle...