Remplazan 46 soldados de elite de EU a todo el equipo de seguridad del presidente afgano
Crece en Afganistán el desacuerdo pashtún con la política que representa Hamid Karzai
Washington y Londres han repartido dinero entre caudillos opositores: The Observer
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 24 de julio. Lejos de presentar signos alentadores de mejoría, la situación en Afganistán se mantiene en extremo inestable y las noticias que llegan de Kabul sólo contribuyen a hacer más sombrío el horizonte político de ese país centroasiático.
Estados Unidos, al parecer, también comparte la pesimista impresión, toda vez que decidió remplazar con 46 de sus mejores soldados de elite el equipo completo de seguridad de Hamid Karzai, el presidente interino impuesto por las petroleras estadunidenses que promueven la construcción de un gasoducto transafgano.
Se dice que es una decisión temporal y que durará unos meses, mientras los instructores de Estados Unidos terminan de preparar a los pashtunes que se encargarán de la protección personal de Karzai, como hasta ahora lo venían haciendo los guardaespaldas asignados por el vicepresidente y ministro de Defensa, Mohammed Fahim, tadjikos en su mayoría como él, la figura principal de la llamada Alianza del Norte.
La drástica medida, para como están las cosas en Afganistán, es apenas una mínima precaución frente a las ambiciones de poder de Fahim que, sin contar los 300 tanques y 500 carros de combate a sus órdenes, tiene 10 mil hombres tan sólo en Kabul, el doble de efectivos que el contingente de soldados extranjeros, el único sostén militar de Karzai.
Fahim, quien controla también el servicio secreto afgano, reclama como óptimo un ejército de 200 mil efectivos, cifra que supera con mucho los 60 mil que recomiendan los asesores de Estados Unidos, y causó malestar entre los pashtunes al conceder los primeros 100 ascensos a oficiales afganos: 90 resultaron tadjikos, una desproporción inversa a la correlación étnica del país.
En ese ambiente de desconfianza recíproca entre socios coyunturales son frecuentes los enfrentamientos armados de caudillos con aspiraciones de liderazgo propias, que amenazan con derivar en un conflicto mayor, una redición de la guerra civil de los 90.
Desde el pasado lunes, si se quiere un ejemplo fresco, murieron al menos 15 personas en los combates esporádicos que sostienen soldados heratíes de Ismail Jan, el autonombrado gobernador de la provincia occidental de Herat, colindante con Irán, y del comandante pashtún Amanullah Jan, quien aspira a desplazar al que se proclamó inamovible caudillo de esa región.
Las autoridades de Kabul es poco lo que pueden hacer para impedir los tiroteos en Herat debido a que Ismail Jan, un caso excepcional de tadjiko que profesa la rama chiíta del Islam, no se supedita a nadie y, por su parte, Amanullah se distanció del gobierno central al pedir apoyo al comandante Saleh Gul, pashtún del sur que no reconoce a Karzai.
La mayoría de los jefes tribales pashtunes de la zona sur del país consideran que Karzai traiciona a su gente y además favorece, por encima de todo, los intereses extranjeros.
Desde la perspectiva pashtún, crece el rechazo al arreglo político que representa Karzai. Así se interpreta, por poner un caso, la reciente reunión de cerca de tres centenares de jefes tribales pashtunes, en Kandhar, que acordaron no permitir que el ejército de Estados Unidos realice operaciones militares en territorio pashtún, a menos que solicite la respectiva autorización de los notables de la zona.
Karzai, a pesar de que el principio de autoridad tribal vuelve a primar sobre cualquier decisión del gobierno interino o del mando de las tropas extranjeras en el país, ha reaccionado con prudencia. De acuerdo con sus tradiciones, desconocer un acuerdo de los jefes tribales equivale a declarar la guerra. Estados Unidos prefiere comprar la lealtad de los líderes más influyentes.
El semanario londinense The Observer, en su edición más reciente (West pays warlords to stay in line, 21/07/02), citando fuentes del Foreign Office británico, confirma lo que no era difícil imaginar: Estados Unidos y Gran Bretaña han repartido secretamente millones de dólares para "persuadir" a los caudillos regionales de no rebelarse contra Karzai.
Entre los beneficiados con el estímulo monetario figuran Gul Agha Sherzai, gobernador de la provincia de Kandahar; Hazrat Ali, jefe de la policía de Nangarhar, y muchos otros caudillos.
Del exilio, Ƒotra vez?
Sería mucho pedir que el gobierno de Karzai hubiera podido esclarecer ya el asesinato de Hadji Abdul Qadir, el vicepresidente y ministro de Obras Públicas abatido el pasado 6 de julio en pleno centro de la capital afgana. Quizá nunca llegue a saberse quién ordenó su ejecución, como se ignora todavía quién y por qué mató a golpes en el aeropuerto de Kabul a Abdul Rahman, el ministro de Aviación Civil, en febrero pasado.
Por lo mismo, la atención se centra en estos momentos en quién ocupará la vicepresidencia que corresponde a los pashtunes. Karzai no tiene mucho de dónde escoger. Es claro que ninguno de los hermanos de Qadir, Hadji Din Mohammed, ni Nasarullah Baryalai, están dispuestos a abandonar el feudo particular que es para ellos la provincia de Nangarhar, pues se vendría abajo el negocio familiar, floreciente detrás del poder político que siempre ha ostentado un miembro del clan: el cultivo de amapola y el tráfico de drogas.
Improbable que acepte alguno de los líderes de los pashtunes del sur, que detestan a Karzai y, mientras reciban dinero, lo seguirán tolerando en Kabul.
Ante la falta de opciones, todo parece indicar que la vicepresidencia vacante tendrá que ser cubierta con alguna figura del exilio pashtún, los tecnócratas vinculados al depuesto monarca Zahir Shah. Como tampoco abundan los representantes de esta especie, que por supuesto goza del agrado de Estados Unidos, quien parece tener mayores probabilidades de ocupar el cargo es Hedayat Amin-Arsala.
Ya fue viceprimer ministro y titular de la cartera de Finanzas en la primera administración provisional de Karzai, hasta la Loya Jirga de junio pasado. Por alguna extraña razón, Amin-Arsala no repitió en el nuevo gabinete.
Hace tan sólo unos días, Hedayat Amin-Arsala renunció como director de FiberCore, una compañía de cables de fibra óptica con sede en Charlton, Massachusetts, y no sería descabellado pensar que la repentina decisión algo tiene que ver con su inminente regreso a Kabul.