ATENCO: PRIMERA MUERTE
Tras
haber permanecido dos días detenido en el penal de Villa de las
Flores y otros 10 internado en el área de terapia intensiva del
Hospital de Traumatología de Lomas Verdes, el ejidatario José
Enrique Espinoza Juárez falleció, en la madrugada de ayer,
por una "suma de situaciones" entre las que el director general de ese
nosocomio, Juan Carlos de la Fuente Zuno, incluyó el traumatismo
cráneo-encefálico sufrido por Espinoza el 11 de julio pasado.
Ese día, policías antimotines del estado de México
reprimieron a los labriegos de San Salvador Atenco -entre quienes se encontraba
el ahora fallecido- que pretendían reunirse con el gobernador Arturo
Montiel para expresarle su rechazo a la construcción, en tierras
de esa y otras comunidades mexiquenses, del nuevo aeropuerto metropolitano,
así como su negativa al decreto expropiatorio correspondiente.
El deplorable fallecimiento de Espinoza Juárez
se inscribe, pues, en el contexto del conflicto social generado por la
decisión gubernamental de edificar la nueva terminal aérea
en la zona de Texcoco y de despojar de sus tierras a los pobladores de
la región. Por si quedaran dudas del sentido de esa muerte, anoche
los ejidatarios en rebeldía honraron a su compañero con expresiones
inequívocas de homenaje a un caído en la lucha.
En esta circunstancia trágica y políticamente
delicada, resulta obligado preguntarse cuál puede ser el sentido
del incomprensible y torpe comunicado del gobierno federal encaminado a
desvincular la muerte de Espinoza Juárez del conflicto de San Salvador
Atenco, a presentar el fallecimiento como consecuencia exclusiva de padecimientos
del ejidatario anteriores a la golpiza de que fue víctima el 11
de julio y, lo peor, a desvirtuar y minimizar su participación en
el movimiento de resistencia de los atenquenses, como si su supuesta asistencia
"obligada" a la marcha del 11 de julio atenuara la gravedad de la muerte
y las responsabilidades de quienes ese día ordenaron la represión
contra los campesinos inconformes.
Tales responsabilidades parecen corresponder, en un primer
análisis, al gobierno mexiquense. Sin embargo, el Ejecutivo federal,
con su boletín obtuso, parece inexplicablemente empeñado
en exculpar a las autoridades de Toluca y en ofrecer unas explicaciones
no pedidas que se convierten, de manera inevitable, en una acusación
manifiesta: "quien se excusa, se acusa".
Este manejo deplorable de la muerte de Espinoza Juárez
es, por lo demás, el más reciente eslabón de un rosario
de ineptitudes políticas, torpezas sociales y autoritarismos tecnocráticos
que empieza con la decisión inconsulta de construir el aeropuerto
en la zona de Texcoco, prosigue con un decreto expropiatorio depredador
e injusto y transita entre patadas bajo la mesa en las cúpulas del
poder político-financiero.
A más de un año de la decisión referida,
y a nueve meses de decretada la expropiación de los ejidatarios
atenquenses, el país está más lejos que nunca de disponer
de un nuevo aeropuerto para su zona central; en cambio, cuenta con un nuevo
y peligroso foco de conflicto que ha producido una primera muerte. El deceso
de Espinoza Juárez debe ser esclarecido y es exigible que se establezcan
claramente las responsabilidades penales que pudiera haber en este trágico
episodio. Finalmente cabe esperar, por el bien de todos, que las autoridades
federales tengan la sensatez de percibir la nula viabilidad política
y social de su decisión inicial, que logren reconsiderar y renegociar
la ubicación de la terminal aérea requerida y que la muerte
de Espinoza Juárez quede como la primera y la última de este
capítulo vergonzoso.