ATENCO: EL CONFLICTO
šNo al aeropuerto!, consigna repetida durante el sepelio; repudio a Fox y Montiel
Tierra expropiada acogió el cuerpo de José Enrique Espinoza Juárez
Acudieron más de dos mil personas Digan la verdad: Del Valle a medios de comunicación
JAVIER SALINAS Y RENE RAMON ALVARADO; ROBERTO GARDUÑO CORRESPONSALES Y ENVIADO
San Salvador Atenco, 25 de julio. Mientras la tierra del cementerio de la colonia Francisco I. Madero, expropiada por el gobierno federal para edificar el nuevo aeropuerto, cubría el féretro de José Enrique Espinoza, los campesinos de nueve comunidades de la ribera del ex lago de Texcoco advertían a las autoridades: ''šAhora más que nunca, no vamos a dejar nuestra tierra, nuestra patria y nuestra dignidad!''
El sepelio del esposo de la ejidataria María del Socorro Merino concentró a más de dos mil personas que manifestaron repudio contra los gobiernos de Vicente Fox y Arturo Montiel, porque ''ellos son los principales responsables de esta muerte, la primera que nos ocurre, y les preguntamos: Ƒcuántas muertes se necesitan para justificar la construcción de su aeropuerto?''
Oraciones y consignas zapatistas
En medio de dolor, oraciones y consignas zapatistas, Ignacio del Valle, inamovible a los pies de la sepultura, demandó claridad y verdad a los medios de comunicación: ''No traten de confundir (diciendo) que a la gente la llevamos a fuerza, que la obligamos a participar en el movimiento''. Y es que en distintos medios se difundió un comunicado gubernamental con la versión adjudicada a la señora María del Socorro Merino, quien habría declarado que su esposo fue obligado a participar en la movilización del 11 de julio en Acolman, hecho que no fue confirmado por la viuda quien, en medio del dolor, no aceptó hablar sobre el particular y sólo negó con un movimiento de cabeza haber dado aquella versión.
Su actitud fue acorde con lo observado durante el sepelio. Los ejidatarios y campesinos, los líderes Ignacio del Valle y Felipe Alvarez, que se niegan a vender sus propiedades, participaron en el cortejo y en ningún momento la familia de José Enrique los rechazó, al contrario, hubo muestras de camaradería y de apoyo en el duelo.
La irritación por el deceso creció; los ejidatarios blandían sus machetes y mientras cantaban el Himno Nacional los hacían chocar unos con otros. Las mujeres tomaron las palas para arrojar con fuerza la tierra sobre el féretro. Ignacio del Valle lanzó una advertencia a las autoridades: ''Le decimos al gobierno sordo del clamor de justicia: no se está enfrentando ya a un pequeño Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de la zona oriente del valle de México, sino con una nación entera que está unida y que no va a permitir la venta de la tierra, porque de por medio va la dignidad del pueblo''.
El cuerpo de José Enrique Espinoza llegó a San Salvador Atenco a las 19:30 del pasado miércoles. Los ejidatarios lo subieron al templete ubicado en la plaza principal del pueblo. Cientos de campesinos le rezaron y montaron guardias de honor. Una hora después, el ataúd de madera cubierto por una bandera nacional fue trasladado a la casa de la colonia Francisco I. Madero. Ahí permaneció toda la madrugada y parte del jueves.
De acuerdo con los usos y costumbres fúnebres, las mujeres campesinas auxiliaron a la viuda María del Socorro Merino y a sus hijos. Prepararon café y tamales para los dolientes, que mientras transcurría la mañana aumentaban en número.
Se rezaron los rosarios. También se gritaron consignas contra las autoridades federales y del estado: ''Enrique, camarada, tu muerte será vengada... Enrique vive y vive, la lucha sigue''.
A las 13:57, la banda del pueblo comenzó a tocar los acordes de Dios nunca muere, y los ejidatarios cargaron en hombros el ataúd para llevarlo a la parroquia de la colonia, construida a medias. Entre cal y arena, el padre Tomás Cuapio ofició la eucaristía al frente del féretro. Las mujeres no pararon de sollozar. Los hijos del difunto permanecían serios y al fondo más de dos mil personas entonaban oraciones y cantos religiosos.
Una hora después, el cortejo fúnebre se encaminó a las casas de los hijos de José Enrique, Elizabeth y Enrique. Como ocurrió en las últimas horas, las oraciones y las consignas por la defensa de la tierra se sucedían unas a otras.
Después, al ataúd recorrió las calles lodosas de la colonia Francisco I. Madero, que se encuentra incluida en el decreto expropiatorio del 22 de octubre de 2001, y en minutos se adentró en los campos de cultivo de maíz, donde se proyecta la construcción de las pistas del aeropuerto. A medio kilómetro del caserío, el féretro llegó al cementerio donde reposan los restos de 30 personas.
Ahí, donde las autoridades planean edificar pistas, hangares y talleres de aviones, se abrió la fosa con tres metros de profundidad. La tierra húmeda cayó sobre la madera y comenzó a brotar el lamento y el coraje de los ejidatarios.
El líder del movimiento de San Salvador Atenco, Ignacio del Valle, dijo: ''En esta tierra madre vamos a depositar a nuestro hermano, por esta tierra, por la cual él luchó y nos marcó el ejemplo; y que se sepa y que los medios difundan esto: que no traten de confundir que a la gente la llevamos a fuerza, que la obligamos. šEso no es cierto! Sí tenemos una obligación, porque es nuestra responsabilidad defender lo que es el futuro de nuestros hijos. Y José Enrique, como un hijo de los pueblos que hacemos un frente, y que se convierte en un frente de nuestra patria que se llama México, lo entendió así''.
Siguió: ''Venimos a dejar a nuestro hermano, precisamente en un lugar que está expropiado y que no vamos a permitir que sea interrumpido su descanso. No vamos a dar marcha atrás, porque es un compromiso moral, porque aquí nadie nos viene a empujar ni a decir que tenemos que defender nuestra tierra, eso nos nace del corazón. Es nuestra responsabilidad organizarnos en este frente que ya no es regional, no es de Atenco, Santa Isabel Ixtapa, El Salado, Acuexcomac, Santa Cruz de Arriba, Nexquipayac, Francisco I. Madero, la Magdalena Panoaya, San Felipe; este frente es de toda la nación''.
Después, el féretro comenzó a bajar a la fosa. Los hijos de José Enrique -Elizabeth, Andrea, Juan, Enrique, Lourdes- y la señora María del Socorro, su viuda, lloraron. La banda del pueblo interpretó el Himno Nacional. Los ejidatarios, mujeres y hombres, levantaron el puño derecho y los demás sus machetes. El tiempo del canto fue el mismo en que el ataúd tardó en llegar al fondo de la fosa.
Los campesinos atenquenses colocaron diez coronas de flores. Por la tarde, la tormenta cubrió los campos de cultivo expropiados.