Caso Digna: el cúmulo de anomalías
De 95 a 2000, múltiples apercibimientos por fallas
en la indagación de amenazas
BLANCHE PETRICH
De 1995 a 2000 las autoridades mexicanas recibieron amonestaciones
de organismos nacionales e internacionales -incluida la Corte Interamericana
de Derechos Humanos- por la serie de vicios, omisiones, arbitrariedades
y hasta formas de corrupción que envolvieron, de principio a fin,
las seis averiguaciones previas sobre la cauda de amenazas que siguieron
los pasos de Digna Ochoa durante cinco años, hasta culminar con
su muerte el 19 de octubre de 2001.
La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
hizo un análisis de cómo se investigó. En la descripción
de las actuaciones se pone en evidencia una autoridad judicial capitalina
caricaturesca: policías que en lugar de vigilar duermen todo el
día en sus autos, mientras los agresores pasan ante sus narices;
mujeres policías del área administrativa, incluso embarazadas,
habilitadas sin entrenamiento ni equipo como guardaespaldas de una abogada
en riesgo; peritajes que se omiten o entregan incompletos, pistas perdidas
-como la mayoría de los sobres, con sus respectivos sellos postales
y huellas dactilares, que contenían las más de 20 cartas
de amenazas que recibieron Digna y sus compañeros entre 1995 y 2000-,
expedientes incompletos e insólita demora en la solicitud de datos
que hubieran podido aportar pistas importantes.
El Comité de Abogados para los Derechos Humanos,
con sede en Nueva York, advirtió la semana pasada al procurador
general de Justicia del Distrito Federal, Bernardo Bátiz, que una
de las principales razones que entramparon la investigación de la
muerte violenta de la abogada Digna Ochoa fue la falla de las autoridades
correspondientes para investigar, detener y sancionar a los autores de
una larga serie de amenazas y atentados anteriores en su contra.
"Hecho que nos preocupa particularmente -señala
Robert Varenik, consultor para México del comité- por la
existencia de circunstancias que indican la posible participación
de agentes del Estado en las agresiones."
La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
(CDHDF), por su parte, entregó a fines de abril al gobierno capitalino
un estudio exhaustivo de cómo durante la administración anterior
las investigaciones capitalina y federal sobre este cerco a Digna Ochoa
se encaminaron al fracaso y al encubrimiento, voluntario o no, de los agresores.
Con ello, señala el organismo, la administración del Distrito
Federal "no sólo no contribuye a la preservación de los derechos
humanos, sino que incluso coadyuva a su inobservancia".
El documento de la comisión, que propone reformas
de fondo en las prácticas de la procuraduría capitalina y
la Secretaría de Seguridad Pública, desglosa el trayecto
de las amenazas y las investigaciones que rodearon de riesgo los últimos
cinco años de vida de Ochoa.
La policía, ¿siempre vigila?
A
lo largo del análisis de estas indagatorias se revela la imagen
de una institución incompetente. Se encuentran aspectos insólitos,
como el del circuito cerrado de televisión que los directivos del
Centro Pro instalaron dentro de sus oficinas por consejo de las autoridades.
Cuando los perpetradores de las amenazas llegan a colocar mensajes, incluso
dentro de los escritorios de los propios empleados de esa ONG, a la videocámara
le ocurren cosas raras: a veces aparece sin cinta, o con una cinta sobregrabada,
que ha borrado el registro de la imagen en los momentos claves. O bien,
alguien la apaga durante las horas previas a la aparición de nuevas
intimidaciones. Los investigadores no indagaron ni lograron descubrir las
razones de esta irregularidad.
En el estudio se pone en evidencia el nivel de los expertos
peritos con los que cuenta la Policía Judicial: hay casetes con
amenazas grabadas que no analizan los expertos en foniatría; se
conservan como elementos de prueba cartas impresas en computadora con amenazas
pero se extravían los sobres, con sellos postales, huellas dactilares
y otras posibles pistas. Se dictamina que las cerraduras de las puertas
no son forzadas, pero nunca acude un perito en cerrajería.
La morosidad en ciertos trámites es pasmosa. Un
ejemplo: Digna Ochoa es empujada dentro de un auto y secuestrada en agosto
de 1999 por cuatro horas. En ese lapso los atacantes le exigen el número
confidencial de su tarjeta bancaria y se detienen en dos cajeros automáticos,
de donde extraen 3 mil pesos. Pasan ocho meses antes de que el Ministerio
Público envíe un oficio a la Comisión Nacional Bancaria
y de Valores para solicitar la identificación de los cajeros y la
cinta con el registro de lo ocurrido en esas cuatro horas. Claro, para
marzo de 2000 ya no existe ese registro.
Cuando es necesario hacer un retrsato hablado, no se hace.
Con frecuencia las declaraciones ministeriales no recogen textualmente
los dichos de los declarantes, en particular los de Digna Ochoa.
Contaba la abogada en plática con este diario que
con cierta regularidad la subprocuradora en ese tiempo, Patricia Bugarín,
se comunicaba con ella para preguntarle: "¿Qué tal, abogada?
¿Qué novedades me tiene?". En entrevista declaró que
"mientras la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal
(PGJDF) no investigue y actúe en consecuencia, los hostigadores
se sienten con luz verde para su labor de amenazas y persecución".
Hacía manifiesta su decepción: "En el momento más
crítico de las agresiones, recurrimos a la PGJDF, no a la Procuraduría
General de la República (PGR), esperanzados en que con nuevas cabezas
la procuración de justicia de la ciudad tuviera verdadero interés
en esclarecer este caso. Yo, la verdad, ya perdí la fe".
El propio procurador Bátiz y el anterior fiscal
Renato Sales, en entrevistas o en sus confidencias a varios periodistas
y dirigentes de ONG, restaron importancia a ese gran vacío de información
y expresaron sus sospechas de que las amenazas, el secuestro de Digna de
agosto y la incursión a su casa en octubre de 1999 fueron hechos
inventados por la víctima.
Amenazas y misterios sin resolver
Los desaciertos de la procuraduría capitalina se
inician con la primera denuncia presentada el 18 de agosto de 1995 a propósito
de algunas llamadas al teléfono celular del entonces director del
Centro de Derechos Humanos Agustín Pro, David Fernández y
de la irregular presencia de desconocidos a bordo de un taxi que lo vigilan
día y noche. Diez días después, el ministerio público
emite un oficio pidiendo investigar la procedencia de dicho taxi, pero
inscribe un número equivocado de la matrícula. El taxi jamás
es encontrado. Con seis meses de tardanza informa que la empresa de telefonía
celular no puede precisar la procedencia de la llamada.
En octubre se multiplican las llamadas amenazantes. A
los abogados Víctor Brenes y José Lavanderos les advierten
que dañarán a sus hijas. Por primera vez Pilar Noriega y
Digna Ochoa son también amenazadas. En ese momento se había
conformado un equipo de abogados, del área jurídica del Pro
y externos, para la defensa legal de los presuntos zapatistas detenidos
durante la ofensiva militar contra el EZLN. Lavanderos aporta un casete
de su contestadora donde queda registrada una voz masculina. Años
después se descubre que ningún perito en foniatría
analizó esa voz.
El 21 de octubre de 1996, mientras Pilar Noriega y Digna
Ochoa vuelan rumbo a Washington para asistir a una audiencia de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre el homicidio de campesinos
del ejido Morelia, Chiapas, por parte del Eejército, en el Pro se
recibe un fax que advierte que el avión en el que viajan las abogadas
"podía no llegar" a su destino. De manera inexplicable, esta denuncia
no se acumuló a los expedientes abiertos. En febrero del año
siguiente se cierra la "investigación" porque los quejosos "no se
presentaron a proporcionar más datos". Jamás se les citó.
El 9 de agosto de 1999, ya a cargo de la defensa de los
campesinos de Petatlán torturados por el Ejército, Digna
Ochoa es secuestrada cerca de su casa. Durante cuatro horas permanece amagada
en un vehículo, obligada a mantener la vista baja. Es golpeada cuando
intenta mirar a sus captores. Dos veces el auto se detiene, presuntamente
para obtener dinero de un cajero automático con la tarjeta de la
abogada, a quien obligan a proporcionar su número clave. Finalmente
es liberada. Ella declara que le fue robada la tarjeta bancaria y un portafolios.
En esos días se multiplica la aparición
de sobres con cartas de amenaza, incluso dentro de algunos escritorios
de la oficina del Centro Pro. Las cámaras de circuito cerrado jamás
captan una escena reveladora. Los expedientes no incluyen una investigación
específica sobre qué es lo que pasa con la cámara
o con las videocintas. En los expedientes aparecen las cartas pero no los
sobres. Tampoco hay constancia de peritajes de dactiloscopia y otros. Meses
después se emite un dictamen pericial sobre los únicos tres
sobres que fueron conservados. Se determina que fueron puestos en una oficina
de correos de Sullivan (cerca de la oficina) y que el genotipo de la saliva
con que fueron cerrados corresponde a un adulto varón mayor.
En esos días un desconocido que se identifica como
Francisco Villicaña se presenta en el Centro Pro. Después
de una larga espera dentro de las oficinas, dice que va a denunciar un
"robo de placas". Varios empleados del Pro declaran que el hombre les pareció
sospechoso y que llegó y se fue a bordo de un auto sin placas, pero
proporcionan el número de calcomanía. La policía no
les pidió a los empleados del Pro la media filiación del
desconocido, no se hizo un retrato hablado y jamás se investigó
el auto a partir del número de calcomanía.
El 5 de octubre Digna encuentra bajo la puerta de su casa
su credencial del IFE, robada durante el secuestro. La aporta para que
se analice. Los peritos detectan cuatro fragmentos de huellas "sin nitidez".
Al día siguiente, una trabajadora del Pro encuentra abierta la puerta
de la oficina. El día 13, otro abogado del Centro, Jorge Fernández,
encuentra pegada en la puerta de entrada una hoja que dice: "¡Cuidado,
bomba en casa! Sólo es una, no es para tanto". Acuden investigadores
de la procuraduría a tomar fotos del local, pero no asisten peritos
en dactiloscopia ni en cerrajería. El 9 de septiembre los expedientes
pasan a la dirección de Delitos contra la Seguridad de las Personas,
las Instituciones y la Administración de Justicia. Para entonces,
sólo la primera denuncia de amenaza contra David Fernández
permanece como "principal". Los demás casos han sido relegados.
Segundo atentado: hombres sin huellas
El 29 de octubre de 1999, Digna Ochoa llegó procedente
de Guerrero a su departamento -ya vivía sola en ese entonces- cerca
de las 20:30. Entra a la azotehuela para prender el calentador de gas y
alguien la atrapa por atrás, colocándole sobre nariz y boca
un material con alguna sustancia que la hace perder el conocimiento. Cuando
lo recupera está vendada de los ojos y amarrada a una silla. Puede
ver por debajo de la venda. Se percata que dos sujetos -pueden ser tres-
sin zapatos la interrogan. Escucha como que uno de ellos escribe en computadora.
La interrogan sobre los presuntos vínculos de los activistas del
Pro con el EPR, el ERPI, el EZLN, incluso le quitan la venda para mostrarle
fotografías para que identifique a diversos personajes. Es un interrogatorio
típicamente policiaco.
Al amanecer del día siguiente los asaltantes huyen,
dejando a Digna mal atada a su cama. Han introducido un tanque de gas que
dejan abierto en su recámara. Ella logra desamarrarse, cierra el
gas, nota que el teléfono está cortado y desde su celular
marca el teléfono del Centro Pro. Tarda en poder comunicarse con
algún compañero. Mireya del Pino y Alfredo del Castillo,
del Centro Pro, llegan en cuanto pueden. De inmediato llaman a la policía
que arriba dos horas después.
A la hora de levantar un acta sobre los hechos, no acude
ni un perito en cerrajería ni un médico legista. Digna y
Alfredo descubren dentro del departamento el portafolios que le fue robado
a la abogada meses antes, durante el secuestro exprés. Sobre el
portafolios hay una hoja de papel con la inscripción "Ja-ja". En
las declaraciones ministeriales tomadas en esa primera diligencia no fueron
asentadas textualmente las expresiones de Digna Ochoa ni de Alfredo, por
lo que más tarde el ex fiscal Sales y otros interpretan como "contradicciones"
e "inconsistencias" las denuncias de la defensora. La hoja de papel no
se encuentra ya en el expediente. No consta ningún peritaje al respecto.
En ese momento, Digna rechaza lo que llaman "intervención en crisis".
Pero lo asentado en actas sobre el dicho de la víctima -"Estoy fastidiada
y todo lo que quiero es que se vayan"- no es textual ni está firmado
por la abogada. Lo cierto es que en ese momento no había un especialista
en sicología para atenderla.
En la azotehuela y en la ventana son detectadas huellas.
En los expedientes no hay siquiera una descripción de las mismas.
También hallan un par de guantes de látex que la abogada
afirma no son de su propiedad. No habrá dictámenes periciales
posteriores sobre estos dos elementos. El peritaje de dactiloscopia determina
que en el departamento de Digna no se encontraron huellas de ningún
tipo, ni siquiera las de la propia inquilina. Este procedimiento es calificado
por la CDHDF como "pobre, sin técnica científica ni conclusiones".
Una vecina refiere que en altas horas de la noche oyó
ruidos en el departamento de la abogada. Ninguno de los moradores del edificio
fue llamado a declarar.
A esa misma hora, cuando llegan los primeros trabajadores
al Centro Pro, notan que la ventana de su despacho está abierta
y su escritorio está desordenado. Sobre él, una carpeta con
una anotación con plumón rojo dice: "Poder suicida". Por
segunda ocasión, la videocinta del circuito cerrado se reporta como
"borrada". El casete no es aportado como prueba.
Operación Aguila en carcacha
En noviembre de 1999 Digna Ochoa acepta la asignación
de dos custodias para su seguridad personal como parte de las medidas cautelares
que la CIDH solicita para ella. Son jóvenes mujeres policías
capacitadas para tareas administrativas. Les proporcionan un vehículo
usado para su misión. Con frecuencia el auto no arranca porque se
le baja la batería o no les entregan vales de gasolina. No llevan
ni radio ni celular para hacer frente a alguna emergencia. Una de ellas
está en estado avanzado de embarazo. Suelen llegar tarde a recoger
a la abogada o de plano no llegan, a pesar de la activa vida de litigante
que tiene la persona a su cargo. Digna, quien habitualmente se moviliza
sola y en transporte público, no las espera en algunas ocasiones
y se adelanta.
En determinado momento, ella tiene que salir a Guerrero.
Acude a la procuraduría en dos ocasiones a plantear el asunto de
sus custodias y nadie la atiende. Sin consultarlo previamente, la subprocuradora
Bugarín decide que en Guerrero será la Policía Federal
Preventiva (PFP) quien se haga cargo de su seguridad. El Centro Pro rechaza
el planteamiento, ya que la PFP ha sido señalada como sospechosa
de las amenazas.
En marzo hace crisis el asunto de la custodia por el incumplimiento
y la ineficacia de los elementos asignados en la pomposamente llamada Operación
Aguila. Otros elementos del Pro también se quejan de que la
policía asignada a vigilar el local duerme todo el tiempo dentro
de los vehículos. La CIDH expresa su inconformidad por la "ineficiente
e insuficiente" protección brindada a la abogada e incluso apunta
que oficialmente se le informó que contaba con tres custodias, siendo
que sólo son dos. En mayo se reorganiza esa tarea con nuevas escoltas,
pero le asignan a Digna un auto con la insignia de la Policía Judicial
del DF. Ella se niega a usar ese auto.
Ese mismo mes, mayo, la procuraduría capitalina
concluye que el o los perpetradores de las amenazas tienen libre acceso
a las oficinas del Centro Pro y conocimiento "elevado" de la organización
interna del mismo. "Cabe la posibilidad" que sea un empleado del mismo.
Pero los peritos nunca hacen un análisis comparativo de huellas
dactilares ni otra prueba semejante para ahondar en esta pista. Tampoco
se resuelve el misterio de los videos.
Mientras, suben de tono las expresiones de inconformidad
de la CIDH. El 12 de septiembre la Corte Interamericana protesta por el
mal servicio de protección. Hace notar que a casi un año
del secuestro de Digna, la Comisión Nacional de Derechos Humanos
no se ha puesto en contacto con la abogada ni ha emitido opinión
alguna. La procuraduría capitalina responde con un informe al que
la CDHDF califica como una mera relación de entrada y salida de
oficios. Justo al cumplirse el año del secuestro exprés de
Digna, la Policía Judicial del DF solicita a servicios periciales
una "mecánica de los hechos".
A finales de agosto, Edgar Cortez, director del Centro,
envía a la procuraduría un oficio pidiendo el fin de la custodia
a Digna, pues esta saldrá del país para realizar estudios
como becaria. La CIDH, a su vez, envía un comunicado adicional haciendo
notar que en varias ocasiones han sido mencionados como presuntos responsables
de las amenazas agentes de la Secretaría de Gobernación,
la Secretaría de la Defensa Nacional y la Policía Federal
Preventiva. Por lo tanto, recomienda, "envíense las actuaciones
a la PGR".
En efecto, la procuraduría capitalina envió
de inmediato los expedientes a la Procuraduría General de la República.
Ahí permanecieron, dormidos y empolvados, hasta que un año
después, junto al cadáver de Digna Ochoa, apareció
otra amenaza más, idéntica a todas las anteriores.