Hoy, últimas presentaciones de su corta temporada
En el Blanquita, baile chúntaro, regio, en uno
de los conciertos de Celso Piña
ARTURO CRUZ BARCENAS
Al final del segundo concierto de Celso Piña en
el teatro Blanquita, una señora de unos 40 años pedía
al músico que no cambie, "sigue así, de sencillote". Es difícil
que el vallenatero regio deje de ser amigable, popular, auténtico.
Sería cambiar su esencia, que ahora le ha dado fama, tras 21 años
de darle duro y tupido "a mi acordeona".
El
foro de Eje Central no se llenó. Hace rato que eso se ha alejado.
Hay crisis, dicen los conocedores, pero eso no fue óbice para que
El rebelde del acordeón le echara ganas al asunto. Superó
el vacío y el mal sonido del teatro, del cual ya Alejandro Lora
se ha quejado.
"Es para que vean que esto es en vivo, que no hay play-back",
bromeó Celso, respecto de los ruidos, de los micrófonos sin
sonido, ni volumen algunos. "Ahí les va una cumbia arenosa, para
que aprecien la caja y la guacharacha". Aplausos. La gente no bailaba.
"Bueno, aquí se viene a aprender". Y se soltaba Celso con introducciones.
"¡Ya! La que sigue", le reclamaba un valedor en gayola.
La bandera de Colombia lucía en el fondo del escenario,
como un telón permanente. Los nueve músicos del grupo de
Celso, Ronda Bogotá, aplaudieron por el Club de Amigos del país
sudamericano, presentes para bailar con el vallenato, "uno de los aires
musicales" de la nación de Gabriel García Márquez.
"Ya se la canté a Britney y se quedó
llorando"
Aunque no sea conmigo, de su disco Barrio Bravo,
de la autoría de Chalo Díaz, fallecido hace dos años.
"Ya se la canté a Britney y se quedó llorando". Ahora sigue
Cumbia poder. Unos chavos piden permiso para subir al escenario
y bailar. Lo hacen y el paso del águila, el del chemo, el
del paño, como se inventaron en la Indepe, de Monterrey,
entre cagua y cagua, se hacen presentes ahí, en terreno
popular.
Es el modo de bailar chúntaro que ahora hasta los
chavos clasemedieros y de más billelle se revientan en las
discos muy acá, de pipa y guante, y cadena y no entras porque estás
prieto. El paso del águila levanta polvo, pero no hay tos. Es una
creación de los jóvenes regios cerreros, pobres y perseguidos,
marco de campañas de las procus de Monterrey, que hasta han organizado
concursos como Señorita banda, para cambiar los ánimos de
los muchachos que sufren problemas como la desintegración familiar.
Pura cumbia poder.
Complace Celso a sus fans, a sus familiares, a
sus amigos. Canta Rosita la más bonita. De cada rola hay
una historia. Le piden Macondo, que alguna vez también le
solicitó Carlos Monsiváis en el café Brasil, en Monterrey.
"¿Te la sabes, Celso?". "Cómo no". Continuó con Gitana.
"No esa no, mejor Y nos dieron las diez, del maestro Joaquín
Sabina, pero al estilo vallenato''. "¡Qué chido es ser libre!",
grita Celso.
La concurrencia le aplaude El gavilán, "toda
una institución musical en Coahuila". Piña no veía,
por las luces, que había gente en los balcones. Corre a saludarlos.
A todos. Le faltaban brazos para responder al afecto. De Julio de la O
interpreta Si mañana, un son.
Se pone romántico con Como el viento, que
trata de una relación en la que el amor vive, a pesar de los años:
"te quiero, vieja".
Su acordeona se retuerce, se estira como oruga,
bufa como búfalo. Sale ritmo y sabor. Vuelven los niños y
jóvenes al escenario. Cumbia sobre el río, sobre el
piso, sobre la lona. Entre los asientos bailan parejas. Se lanza con Cumbia
de la paz, la rola sobre la utopía social lograda "con amor
de cumbia".