Pomadas maravillosas para aliviar su maltrecha salud, entre los regalos para Wojtyla
En el mercado de la fe: "tierra del Tepeyac", figuras piratas y hasta banderas del Vaticano
La gente ve en el Papa más poderes milagrosos que en Juan Diego; observarlo unos segundos fue suficiente para pedir por la salud de la tía, la sanación de la madre
ALONSO URRUTIA
Casi noqueada, nomás del éxtasis que le provocó la descarga papal, doña Socorro Gutiérrez se aferra a la pared para tomar fuerzas y responder casi como plegaria algo elemental: "Sí, por fin lo vi, aunque sea unos segundos".
Sólo mirar a Karol Wojtyla 15 segundos fue suficiente para alcanzar una emoción de dimensiones casi orgásmicas, que la obliga a detenerse unos minutos para recuperarse del shock. Es como haber expiado todos sus pecados de un tirón.
"Iba cansado, ya ni se movía el pobrecito", responde a unos metros de la nunciatura, lugar donde pernocta el jerarca católico antes de canonizar a Juan Diego, el santo número 457 de su papado.
Y es que Juan Pablo II llegó a la nunciatura ya sin poder levantar la mano, a pesar del griterío de su grey, que lo aguardaba desde mucho antes de que saliera de Guatemala.
La espera fue larga, más por la incertidumbre de si realmente vendría. Quizá por eso sus feligreses anticiparon vísperas. No bien había canonizado al hermano Pedro, el mediodía de ayer en tierras guatemaltecas, en México comenzaban a llegar a una casa habilitada como bodega, frente a la nunciatura, más de 350 regalos para Juan Pablo II.
Ya para entonces habían sido pasados por los arcos de seguridad del Estado Mayor Presidencial y revisados por el personal de la nunciatura, por aquello de la seguridad.
Hay de todo, dice Luis Barrera Flores, capellán prelado de la Orden de Malta, responsable de la recepción de los obsequios. Como siempre, artesanías, cuadros, flores y frutas. Como nunca, pomadas para las piernas del jerarca católico, cremas para aliviar sus malestares, bufandas y prendas para protegerlo del frío. Todo lo imaginable para atenuar los padecimientos de una salud maltrecha.
Pero Juan Pablo II no verá las cuidadosas envolturas. Aún no llegaba a tierras mexicanas y ya habían revisado hasta las entrañas de los regalos, y ya se preparaba su traslado al avión. Eso informa Barrera, quien enfatiza que ningún obsequio es ostentoso, sólo expresiones espirituales, según dice.
Apenas traspuestas las vallas metálicas que instaló el Estado Mayor Presidencial, asoma otra faceta de la visita: los mercaderes de la fe.
Hay de todo. Olvidado por siglos, hoy Juan Diego es tan rentable como la misma Guadalupana. Cuanto se pueda imaginar se vende en las interminables horas de espera de los feligreses: portarrosarios, velas aromáticas, figuras en madera, pósters, discos, camisetas, globos y hasta banderas del Vaticano.
En la competencia coexisten productos piratas con los certificados por la arquidiócesis de México. Puede uno elegir el modelo de Juan Diego que quiera, el que más le guste: el españolizado, promovido por las autoridades eclesiásticas, o el de la imaginería popular de los vendedores ambulantes.
"Lléveselo, este trae el holograma", símbolo inequívoco de que la mercancía lleva la bendición del cardenal en esta vorágine de comercialización.
Y una vez más la jerarquía católica ha desbordado la mercantilización. Esta vez no sólo del Papa o de la Virgen de Guadalupe, sino una nueva veta comercial: el nuevo santo nacional.
Los acuerdos con instituciones de crédito para vender monedas, la expedición de artículos con la imagen de la Guadalupana por un lado y Juan Diego por el otro, con el añadido de tener "tierra del Tepeyac" o ánforas para rellenar de agua bendita a precios módicos de siete mil pesos en tiendas autorizadas.
Negocio al fin, la visita de Juan Pablo II a México.
Una visita que, al menos ayer, pareció menos entusiasta que antaño. Acaso una menor afluencia en las calles para recibir a Juan Pablo II, por lo menos en las inmediaciones de la nunciatura.
Sólo unos instantes de mirarlo son suficientes para ofrecer y pedir de todo: la salud de la tía, el bienestar del hermano, la sanación de la madre. Y es que, más que a Juan Diego, la gente le ve cualidades milagrosas al papa Juan Pablo II.
Cada quien cuenta su historia, a cual más sacrificada, según confesión, para estar en la valla. Y mientras transcurren las horas, narran sus peripecias económicas o sacrificios de tiempo: "Llevo aquí más de siete horas, más de lo que hice de Guadalajara a la ciudad", dice un joven católico para enfatizar que sí tiene fe.
Otra mujer jura que con muchos apuros económicos pudo juntar para venir desde Villahermosa, Tabasco, y muestra un Juan Diego que dista mucho del oficial.
Sea cual fuere la imagen de Juan Diego que el católico quiera imaginar, por fin se hizo el milagro y llegó el día de la canonización.