EL QUINTO VIAJE: CLAROSCUROS
La
visita de Juan Pablo II a territorio nacional que empezó ayer es
una confluencia de factores contradictorios. El primer contraste es que
el periplo papal suscita, por una parte, un desbordamiento de fe y simpatía
popular genuina, y por la otra, un despliegue desmesurado e impúdico
de mercadotecnia y mercantilismo de empresas, medios informativos y jerarquías
eclesiásticas --la vaticana y la mexicana--; tal despliegue trastoca
lo que debiera ser una vasta comunión espiritual del culto mayoritario
en el país en oportunidades de negocio, promoción, lanzamiento
de productos y posicionamientos en el mercado.
Mención especial ameritan la ínfima calidad,
las distorsiones y el mercantilismo del manejo informativo por parte de
los medios electrónicos, los cuales, en su mayoría, han privilegiado
la presentación de datos frívolos y hasta morbosos acerca
del pontífice, los quebrantos que lo aquejan y hasta los alimentos
que consume, por sobre la reflexión en torno de los significados
pastorales, teológicos y políticos de la visita. La televisión
y la radio propician y alientan estados de euforia colectiva e histeria
de masas más cercanos al fanatismo en los conciertos de rock y los
espectáculos deportivos que al auténtico sentido religioso
del cristianismo.
Desde otro punto de vista, el motivo principal explícito
y oficial de este quinto viaje de Karol Wojtyla a tierras mexicanas --la
canonización de Juan Diego-- tiene el carácter, cabría
suponer, de una reivindicación teológica y pastoral pertinente,
aunque tardía, de los indígenas latinoamericanos por parte
de Roma. Pero no puede omitirse que antes de la elevación del indio
del Tepeyac a los altares la oficialidad vaticana ha realizado una alteración
de la imagen del inminente santo, el cual es presentado ahora como un individuo
de rasgos caucásicos y piel blanca. La europeización y el
blanqueo de la figura de Juan Diego no pueden entenderse sino como expresiones
de grosero racismo que desvirtúan los valores cristianos básicos
y distorsionan el sentido indigenista del proceso de canonización.
No terminan aquí los claroscuros de este nuevo
viaje papal a México. Debe señalarse también el contrapunto
entre el esfuerzo organizativo realizado por las autoridades federales
y capitalinas para atender a la feligresía de masas que se moviliza
para recibir a Juan Pablo II y las poco decorosas muestras de abandono
del carácter laico del Estado mexicano --que, pese a las reformas
salinistas, sigue vigente en la Constitución-- ofrecidas por los
más altos mandos de los poderes de la Unión, aunque la de
Juan Pablo II no tiene el carácter de visita de Estado.
La llegada del pontífice polaco resulta especialmente
inquietante si se considera que en los 19 meses que han transcurrido desde
que tomó posesión, Vicente Fox no ha desaprovechado ocasiones
para presentarse como un Presidente confesional. Con esos precedentes,
los poderes políticos, económicos, mediáticos y propagandísticos
del país no han vacilado en utilizar la fe del pueblo para realizar
un ejercicio de absolutismo y totalitarismo que resulta agresivo y ominoso
para los millones de protestantes, animistas, budistas, judíos,
agnósticos o ateos --entre otros grupos-- que también integran,
junto con la indiscutible mayoría católica, la población
de México.
Cabe esperar, por último, que los católicos
del país puedan sobreponerse a las distorsiones y manipulaciones
de la ocasión y experimentar un encuentro con los valores de su
religión y una vivencia espiritual más profunda que el bombardeo
publicitario y mediático. Es pertinente, asimismo, hacer votos porque
en los actos y los traslados del pontífice no ocurran incidentes
y que prevalezcan el orden, la prudencia y la sensatez.