La generación Juan Pablo II ocupó el Zócalo
Veinte horas a la intemperie para ver pasar el papamóvil
Para este día se espera el arribo de unos 80 mil jóvenes
ELIA BALTAZAR Y JOSEFINA QUINTERO
šTanto infierno para tan poca gloria!, dirían los incrédulos. Pero 20 horas a la intemperie no es nada para los jóvenes seguidores, y otros no tanto, de Karol Wojtila, quienes llegaron ayer al Zócalo capitalino durante las primeras horas de la tarde para festejar la llegada de Juan Pablo II a través de una pantalla gigante, esperar este miércoles el paso del papamóvil por la Plaza de la Constitución y, con suerte, ver la señal de la cruz a distancia.
Al menos eso esperan, y por eso pasaron la noche sobre la plancha del Zócalo, convertido ayer en paraíso de la vendimia, aunque sólo en las calles aledañas y al otro lado de las vallas que marcaban el territorio de la fe. Una cosa es el ambulante y otra el fariseo.
Tarde de fervores y oraciones. Jornada de indulgencias, confesiones al aire libre y a oídos de sacerdotes distribuidos por toda la plaza. Fiesta de cantos y globos unidos por cordeles en forma de cuentas de rosario, que se elevaron por encima de la bandera nacional, retirada discretamente del asta poco antes de la llegada del Papa. Extasis colectivo que estalló apenas aterrizó el avión proveniente de Guatemala.
No hubo velas ni lámparas. Y ni quién se acordara de ellas. A la llegada del Papa sólo hubo llantos, gritos, abrazos. Casi todos los jóvenes tomados de las manos, que en el Zócalo se hablaron de tú con Juan Pablo II.
Ya en tierra el huésped de honor. Todos a cantar el himno, que "también es un canto religioso", invitaba la voz del animador en el templete. Y otra vez, cual 15 septiembre y con fondo de campanas: "šViva Juan Pablo, Viva Juan Pablo, Viva Juan Pablo!" Miguel Hidalgo en la memoria; en espera de que le levanten la excomunión.
Poco a poco fueron llegando los jóvenes devotos, enfundados en ropa casual. Y como la moda no está peleada con la fe, por todas partes se veían lentes oscuros, ombligos al aire, pantalones a la cadera, cabellos teñidos y ropas de muchas marcas. Y como en todo gran acto, sea un Mundial o un concierto de Britney Spears, Pepsi Cola presente como patrocinador de los impermeables para los organizadores.
La Comisión Pastoral Juvenil de la arquidiósesis espera para este miércoles entre 80 mil y 100 mil jóvenes de todo el país. Sin embargo, ayer a las 19:45 horas apenas si estaba ocupada la mitad del Zócalo por la generación Juan Pablo II (así se llaman ellos mismos), que comenzó su jornada con rezos, siguió con cantos y entre unos y otros elevaba porras a Cristo Rey, vítores para María Reina y hurras para "el amigo" Juan Pablo.
ƑY Juan Diego...? Estampado en playeras que lo proclamaron santo antes de tiempo y que en diferentes colores sirvió de identificación para los organizadores. Verde y café para los animadores; gris para la logística; naranja para los edecanes; verde oscuro si se trataba del grupo de orden; azul oscuro para la coordinación, y amarillo para el staff. Muchas pieles rubias y poca tez morena. Una voz que por el micrófono animaba a un grupo de música formado por "nahuas". Y para quien lo ignoraba, explicó: "son indígenas americanos, viven en estas tierras".
Si no fuera por los rosarios al cuello, cristos en el pecho, imágenes de la Virgen y Juan Diego, y al fondo los contigentes de monjas, cualquiera pensaría que ahí se celebraría un concierto, no un acto religioso, porque no hubo slam, pero sí brincos y bailes a ritmo de música grupera con letras de evangelio. Y a ver de qué cuero salen más correas, "porque luego nuestros hermanos protestantes nos atacan, con eso" de que no cantan. Y para callar las inquinas, llegaron los artistas sin gloria pero con la enjundia de su religión.
El Zócalo fue centro de la fiesta católica, mientras en la calzada de Guadalupe y sus inmediaciones empezaba a llegar la gente para esperar el tránsito del Papa rumbo a la Basílica. Los contingentes de la fe ocupaban las aceras provistos de abrigos, suéteres para la noche y banquitos para la espera.