Bernardo Barranco V.
El umbral de un nuevo pontificado
En todo fin de ciclo pontifical la curia vaticana adquiere mayor peso por la sencilla razón de que la cabeza de la Iglesia ya no puede tomar todas las decisiones estratégicas, por tanto, la burocracia guarda mayor manejo, control de procesos y de mandatos y, por tanto, de poder. Por lo general, entre más largo sea el proceso sucesorio mayor es el peligro de la confrontación entre las principales corrientes que aspiran influir en la sucesión.
Desde 1992, con las operaciones del colon y el constante decaimiento físico que el Papa ha experimentado, se han provocado todo tipo de especulaciones sobre sus sucesores y el rumbo que debe seguir la Iglesia. Muchos candidatos, desde aquel entonces, han pasado a retiro o de plano su salud los descalifica. Con estoicismo el Papa ha resistido, sin embargo, en los meses anteriores el ávido ojo de las cámaras de la televisión al que no se le puede ocultar casi nada, mucho menos la notoria fragilidad del Papa, abatido por el Parkinson, la edad y el peso que constituye conducir una de las estructuras más antiguas y complejas como es la Iglesia católica.
Tanto los observadores del actual pontificado como los propios actores religiosos coinciden en que ahora sí se respira una atmósfera de agonía de la era de Juan Pablo II al frente de la Iglesia católica. Esta reiteración, que lleva 10 años, conduce a los analistas a ser prudentes en la configuración de escenarios. La curia romana, lejos de ser monolítica, está atravesada por todas las percepciones, tendencias y acentos religiosos de la Iglesia a escala universal.
Si bien los dicasterios, las congregaciones, los consejos pontificios y las personas que conforman el pequeño Estado Vaticano obtienen mayor poder y capacidad de decisión, también es cierto que sus niveles de compromiso se intensifican con diferentes actores, al grado de llegar a enfrentamientos internos. Los contactos con las Iglesias locales y personajes clave de éstas se vigorizan, extienden y se multiplican. Hay alianzas que se construyen y pactos subterráneos juramentados que conforman un entramado fascinante que precede toda sucesión pontifical. Juan Pablo II ha sacado fuerza de su resistente espíritu, en actitud mesiánica lleva en los hombros el calvario y el mandato sufriente de ser la cabeza de la Iglesia. Su empeño provoca compasión.
Vittorio Messori, quien lo entrevistó en exclusiva en el libro Cruzando el umbral de la esperanza, reconoce que también los sectores conservadores desean la conclusión de este pontificado, debido a su empecinamiento en el diálogo ecuménico; este mismo autor previene del poder de la burocratización del aparato vaticano, como uno de los principales desafíos de la Iglesia; nos dice: "Precisamente por esta razón, no por interés en las disputas clericales, me parecen justificadas las preguntas de quien se interroga con creciente preocupación sobre la creciente burocratización en la Iglesia. Es un fenómeno alarmante y que, sin embargo, cuenta con muchos defensores convencidos" Es el reinado de los secretarios, es decir, la dirección de la Iglesia universal, en nombre del Papa, por parte de sus principales colaboradores, de los pesos pesados de la curia, como su número dos: el secretario de Estado, Angelo Sodano; el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, y el cardenal Camarlengo, el español Eduardo Martínez Somalo.
Además de la curia existen varios episcopados que son su contrapeso, como el alemán, quien en labios de su presidente, el cardenal Lemman, ha venido cuestionado la injerencia excesiva de la burocracia vaticana. Aunque ahora con bajo perfil debido a los escándalos de la pederastia, el episcopado estadunidense había sido muy agudo en sus críticas contra el aparato burocrático; en ese mismo tenor están obispos franceses y belgas. Cabe hacer notar, exceptuando Brasil, la mayor parte de los cardenales y episcopados latinoamericanos, antes con mayor autonomía y valentía, hoy se caracterizan no sólo por el silencio cómplice, sino por ser comparsas de los grandes personajes de Roma.
Otros grandes actores del umbral del nuevo pontífice son las congregaciones religiosas Opus Dei y los Legionarios de Cristo, así como movimientos para religiosos, como Comunión y Liberación y la Comunidad de San Edigio.
El Opus Dei ha sido la congregación en que Juan Pablo II más se ha apoyado, pues no sólo lo ayudó a sanear las finanzas, sino a limpiar las amargas experiencias del Banco Ambrosiano. Además maneja la imagen del Papa y la comunicación social y, sobre todo, en manos del Camarlengo, la obra influirá en el proceso inmediato a la muerte del Papa.
Los Legionarios de Cristo han impresionado a Juan Pablo II por su capacidad para formar y ordenar a los futuros sacerdotes en un contexto de crisis vocacional. Convencido del método, el Papa los ha apoyado y promovido. El padre Marcial Maciel, fundador de la orden, ha recibido su apoyo total, aun en los momentos de mayor presión al ser acusado y señalado de abusador sexual. Aunque los Legionarios son pequeños en relación con otras congregaciones, se han distinguido por su intenso activismo político en Roma, invirtiendo recursos considerables en la apuesta de un proceso sucesorio complejo.
Los personajes, los proyectos eclesiales, el encaramiento hacia la modernidad, el enfriamiento de las relaciones entre la Santa Sede y Washington son temas centrales en los umbrales del nuevo pontificado. Sin embargo, a pesar de que el Papa ha reiterado que permanecerá en su cargo hasta que Dios así lo determine, la cuestión de la renuncia está sobre el tapete como clave estratégica para la salud de una Iglesia católica que pasa por uno de sus mayores sacudimientos internacionales.