Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 4 de agosto de 2002
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Política
Guillermo Almeyra

Argentina: el país de las sectas (II)

La crisis económica, la crisis de los aparatos de dominación y de mediación y la crisis del pensamiento único neoliberal, por supuesto, empujan hacia ambos polos sociales y políticos a vastos sectores juveniles, llenos de rabia contra un régimen que les cancela el futuro y con escasa experiencia. De ahí el crecimiento numérico, en todo el mundo, de las extremas derechas y de los grupos extremistas de izquierda, así como la radicalización de quienes buscan una alternativa al capitalismo en los movimientos contra la política del capital financiero que dirige la actual globalización (o sea, de los trotskistas serios, los ambientalistas ecosocialistas serios, los socialcristianos serios, los comunistas reformadores serios, etcétera, y subrayo lo de serio para diferenciarlos de los agitados lanzadores de palabras y de piedras, en lugar de ideas). Pero esa radicalización no por fuerza se identifica con las sectas, aunque las explica, ya que las mismas tienen sus raíces en la historia social y cultural de cada país ¿por qué, si no, las sectas "revolucionarias", trotskistas, comunistas o peronistas, que pululan en Argentina no tienen el mismo peso en Uruguay o Chile o en Venezuela? La radicalización, en las condiciones argentinas, lleva también al desarrollo de un nuevo tipo de anarquismo. O sea, a la combinación entre, por un lado, un apoliticismo (la "política" sería cosa sucia) generalizado y de un radicalismo político sin discutir cómo concretar las exigencias que se formulan y cómo organizarse y hacer las alianzas necesarias para hacerlas triunfar y, por otro, una muy saludable y necesaria democracia directa y asamblearia.

El viejo anarquismo era obrero y tenía sus raíces en el mundo campesino y artesanal de los inmigrantes, sobre todo italianos y españoles, que marcaron con sus luchas heroicas al movimiento obrero y sindical argentino y dejaron su herencia a los trabajadores de base peronistas. Los sindicalistas revolucionarios sorelianos, tan importantes en Argentina, tomaban por su parte del anarquismo el radicalismo, pero su "apoliticismo" no excluía la negociación política con los gobiernos o, como el primer secretario de la Confederación General del Trabajo peronista, el telefónico Gay, su participación en el aparato ampliado del poder capitalista nacional. Más de 50 años después, el país no está compuesto por inmigrantes, muchos de los hijos y nietos de los mismos pertenecen a las clases medias, y el peronismo obrero apoliticista, apartidario y espontaneísta de la resistencia contra todas las dictaduras reforzó la prescindencia de los partidos, incluso de izquierda, en la mayoría de la población y el rechazo por la política, así como la subestimación de los análisis teóricos sobre la realidad, para transformarla. Al mismo tiempo, el movimiento obrero dotó a los oprimidos y dominados con las herramientas libertadoras de las asambleas, de los comités, de las movilizaciones. Pero, sin proyecto ni organización central capaz de socializar las experiencias y de hacer política en cada situación concreta, quedó abierto el camino para el aparatismo de las sectas y para el caudillismo clásico de los Salvadores de la Patria, o sea, para un tipo de políticos y de política ajenos a las intenciones declaradas de asambleístas y piqueteros.

Este anarquismo de retorno, de clase media, impresionista, antiviolento y apolítico (que no sabe que es político y que hace política) es mayoritario frente a las sectas (aparatitos centralizados en versión caricatural del leninismo), pero le abre el flanco a las mismas, porque ellas tienen organización y objetivos y coinciden, en su radicalismo verbal, con la negativa del primero a hacer política, es decir, frentes, alianzas, compromisos, concesiones y en su incomprensión de qué es el poder capitalista, que no consiste sólo en los tres poderes legales, sino esencialmente en el control de los medios de producción fundamentales y en la dominación, contra los cuales hay que combatir y presentar alternativas.

Para las sectas o los neoanarquistas no hay divisiones interburguesas, sectores en conflicto, contradicciones y las clases son bloques homogéneos (los "proletarios", todos supuestamente anticapitalistas, no podrían por lo tanto, tener sectores que voten por Menem y el "que se vayan todos" incluye a los que están contra esos "todos", es decir, los agentes del capital; entre los colores, sólo reconocen el blanco y el negro). Por eso las sectas pesan en las asambleas contra la participación en las elecciones con una fórmula de Frente Social Alternativo, capaz de dar vuelta a la tortilla del intento del gobierno de legitimarse y perpetuarse con los comicios de marzo. De este modo refuerzan el atraso político de quienes hacen política -y bien avanzada- en otros planos y en vez de educar en la democracia lo hacen en el sectarismo excluyente. El buen sentido elemental exige, en cambio, crear un polo que dispute la hegemonía a los "todos" que hay que echar. Exige hacer acuerdos básicos que abran el camino a la lucha por una alternativa y satisfagan las más elementales exigencias populares. Exige golpear juntos sobre el mismo clavo, manteniendo sin embargo cada uno su martillo firmemente en la mano.
 
 

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