Phil Reeves
Hasta los periodistas tienen que admitir que a veces se equivocan
Uno de los aspectos más difíciles al cubrir Medio Oriente es admitir un error. Un veterano comentarista me dijo una vez que a veces era mejor darle la vuelta a un tema. Esto no se debía a un deseo de su parte de ser deshonesto, sino porque existe el riesgo de que esa información sea explotada y distorsionada por los muchos propagandistas de la región. Este es un argumento poderoso. Los corresponsales extranjeros que han hecho cobertura del conflicto entre Israel y los palestinos se han acostumbrado a trabajar bajo los constantes ataques verbales de los cabilderos que citan sus trabajos fuera de contexto.
No obstante, no estoy de acuerdo con él. Los lectores imparciales de periódicos se-rios son conscientes de que en el periodismo hay errores de datos y de juicio, especialmente en medio de la velocidad caótica, el horror y la confusión de una guerra. Contrariamente a lo que por lo general se piensa, a la mayoría de los periodistas les desagrada equivocarse y prefieren siempre corregir. Hace unos días, uno de mis errores volvió para perseguirme. Yo viajaba en un taxi por Cambridge y el radio del vehículo empezó a dar las noticias. La nota principal era que un informe de la ONU sobre la ofensiva israelí contra las principales ciudades palestinas de Cisjordania, la primavera pasada, concluyó que no hubo matanza en el campo de refugiados de Jenin. El conductor dio un suspiro de aburrimiento y apagó el radio para poner un CD.
Pero para mí fue un golpe. Era claro que el tema principal en el debate sobre los espantosos sucesos en Jenin, hace cuatro meses, sigue siendo si ocurrió la matanza, a pesar de que supuestamente es obvio que ésta no tuvo lugar. Han sido pasados por alto otros temas cruciales. Por ejemplo, las evidencias de que soldados israelíes perpetraron atrocidades individualmente, y la pregunta de si la masiva ofensiva militar en Cisjordania fue una respuesta legítima y efectiva al (totalmente injustificable) asesinato de civiles israelíes en atentados suicidas palestinos. El hecho de que no se haya hablado de este tipo de cuestiones es precisamente lo que los publicistas del gobierno israelí esperaban que sucediera.
Los funcionarios palestinos son igualmente culpables de esto. Días después de que terminaron los combates en Jenin, con un saldo de 23 soldados caídos y un estimado de 52 palestinos muertos, tanto civiles como combatientes, telefoneé a un funcionario palestino de muy alto nivel con la intención de que admitiera, al menos de manera privada, que eran falsas las acusaciones de que hubo una matanza. "No -me respondió-, no hay ninguna duda de que la hubo. Definitivamente eso fue lo que ocurrió". Entonces yo estaba seguro que el funcionario se equivocaba, y sospeché que él también lo sabía.
Pero, lamentablemente, yo también contribuí. El 15 de abril formé parte de un pequeño grupo de periodistas que entramos a escondidas al campo de refugiados de Jenin, corriendo un riesgo personal considerable. El ejército israelí había declarado el campamento, que se encuentra en una supuesta zona autónoma palestina, como "zona militar cerrada", y estaba prohibido el acceso a la prensa, las ambulancias y las agencias humanitarias.
Es un día que prefiero no recordar, pero que jamás olvidaré. La devastación era aterradora y mucho más extensa que los cien metros cuadrados que el ejército señaló posteriormente como el área en que se concentraron los daños. De las primeras personas que vimos fueron dos pequeños niños palestinos que estaban en su casa medio demolida por un bulldozer, y que parecía a punto de derrumbarse sobre sus cabezas. Otros niños recorrían ese campo de ruinas que ahora era Jenin, y que resultó estar lleno de municiones sin estallar, lo que llevó a la gente refugiarse en edificios en los que había cadáveres fétidos.
En ese momento yo estaba -y lo admito abiertamente- tan estupefacto como furioso. Sentí entonces, al igual que lo siento ahora, que las acciones de Israel sólo iban a acarrear más atentados suicidas con bomba contra los civiles israelíes (de hecho, estos no tardaron mucho en reanudarse). Sentí entonces, como lo siento ahora, que se trató de un acto de castigo colectivo contra muchos civiles inocentes. Y sentí entonces, como lo siento ahora, que los horrendos ataques de suicidas palestinos contra israelíes no absuelven al gobierno de Israel de su responsabilidad ante el derecho internacional.
Mi despacho de ese día -escrito con luz de velas dentro de un dañado hogar del campamento de refugiados en el que pasamos la noche-- fue demasiado personal. Su intención era transmitir la sensación de lo que era estar dentro de un campamento al cual el mundo exterior tenía prohibida la entrada.
Los días anteriores, tanto los mandos del ejército y como los palestinos manejaron cifras de tres dígitos de víctimas de la acción. Nosotros -erróneamente- hicimos lo mismo. La realidad demuestra que el número de víctimas es de cerca de 75 . Las acusaciones palestinas de que había una fosa común en el campamento no han logrado sostenerse. Diez días más tarde mi colega Justin Huggler y yo escribimos un artículo de 3 mil palabras -luego de exhaustivas entrevistas hechas junto con Human Rights Watch- en el que afirmamos que no había pruebas tangibles que sostuvieran las acusaciones de que se perpetró una matanza, pero que existía abundante evidencia de atrocidades, incluida la muerte de más de 20 civiles palestinos.
Para entonces, el lobby pro israelí en Estados Unidos ya estaba atacando a la prensa europea, especialmente a los medios británicos, a los que acusó de histeria. Sólo unos cuantos israelíes valientes -notablemente, Uri Avnery- seguían cuestionando la legitimidad y el propósito de la conducta del ejército en Cisjordania, independientemente de que fueran falsas las afirmaciones de que hubo una masacre. Esta es la cuestión que sigue sin ser resuelta, tal como lo comprobó de manera horrible el ataque aéreo que el 22 de julio mató a 11 niños palestinos. Es a esto, y no a falsas acusaciones de mtanzas, a lo que la comunidad internacional debería estar prestando toda su atención.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca