Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 4 de agosto de 2002
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Cultura

Dolores Olmedo

''He tenido cuanto he querido'' /I

Elena Poniatowska

museolmedo7Frente a una gigantesca puerta de madera se extiende el jardín de La Noria, en Xochimilco, o mejor dicho, el parque particular que va más allá de cualquier expectativa. Pienso descorazonada: ''Ƒcómo voy a cruzar todos estos 32 mil kilómetros cuadrados o más de pasto inglés con la grabadora Uher al hombro?". Pero mi ángel de la guarda tiene alas del tamaño del mundo, y en ese momento propicia la salida de La Noria de Irene, la hija de Lola Olmedo, quien le ordena al desconfiado portero: "mi mamá la está esperando, déjala pasar".

Entro con el Volkswagen por el camino empedrado, una real carretera, y tras la ventanilla desfilan los venados (25, habrá de precisar más tarde Lola Olmedo, resultado de la cruza de los primeros Adán y Eva venados), flamencos de una sola pata color coral, pavorreales que se aburren de luz por la tarde y agitan su delicadísima cresta de cristales, patos de pico rojo, de cabeza roja y de plumaje verde profundo, cisnes... šAh, y se me olvidaba! A la entrada, junto a la portería, cruzaron frente al coche cinco escuintles, uno de ellos con un curioso copete color zanahoria que lo hace destacar entre sus compañeros, porque todos son gris acero, mitad puerquitos salvajes, mitad perros con sus colitas enroscadas, escuintles que Diego Rivera alabó hasta ponerlos de moda y lograr que muchísimas señoras los compraran para convertirlos en falderos, cuando antes tranquilamente los ponían en la lumbre para comérselos en deliciosos tacos.

En los inmensos prados donde se levantan pinos, araucarias sobre un pasto maravilloso de tan tupido, se distribuyen los jardineros. Uno poda el pasto, otro recoge hojas que echa en un costal, el tercero barre y el cuarto levanta la vista y me mira pasar. Estos hombres trabajan cerca de la avenida, pero más allá veo otros cuatro que atienden una enredadera, y más lejos aún, un hombre con sombrero aguado surge de un matorral de hortensias. ƑCuántos jardineros serán? ƑVeinticinco, como los venados? Habrá que preguntárselo a Lola Olmedo.

Empiezo a pensar en el cuento de Perrault, El gato con botas. "ƑDe quién son estas tierras?". "De mi amo y señor, el marqués de Carabás". De pronto veo una vaca con unas ubres frondosísimas, llenas a reventar. (Ante mi extrañeza, Lola Olmedo más tarde habrá de explicar: "Es una vaquita Jersey. Me la regalaron porque dicen que se parece a mí. Nos da mitad leche y mitad crema".)

Un mozo me indica con la mano donde estacionar el coche, que en medio de este parque de grandes árboles y junto al alto muro de la fortaleza La Noria parece una corcholata. Paso frente a un busto de Diego Rivera tamaño normal y frente a una cabezotota, obra de Castellanos, también de Diego Rivera. Los labios de bronce son tan voluminosos y ávidos que parecen disponerse a sorber el jardín entero; la casa también, dejarla en los puros huesitos. šY esta casa es la que conserva los mayores huesos de Diego Rivera: fémures gigantescos, peronés del tamaño del mundo, tibias que el mundo del arte reclama, metacarpios que han sido solicitados por grandes coleccionistas internacionales! Poco a poco Lola Olmedo ha ido reconstruyendo la calaca de Diego (a quien ella llama siempre el maestro Rivera), y en esta altísima casa, en la cual estoy a punto de entrar, se encuentran los mejores Riveras, los más grandes, los más valiosos.

Una nieta descalza de Lola -Dolores también-, porque a las niñas ricas les gusta andar descalzas y de mezclilla y chuparse los dedos después de masticar un taco y jugar a the poor little rich girl, como llamaban a Barbara Hutton, con un french-poodle o caniche en los brazos, me conduce sobre la alfombra cocoa mientras me pregunta para dónde va a ser la entrevista y cuándo va a salir. Me indica que ''aquí hay un enchufe'', que si este grupo de sofás está bien, que su abuelita se sienta donde quiera; que sí, que la grabadora la puedo dejar sobre la mesa, que qué voy a preguntar, que si traigo algún cuestionario escrito que... que... que... y a vuelta de correo inquiero yo también: "Ƒquisieras que te entrevistara a ti, niña Dolores?".

-A mí, Ƒpa'qué? A mí no porque yo no soy nadie.

-ƑTodavía no eres nadie?

-Bueno, el personaje es mi abuelita.

-ƑY a ti te interesa tu abuelita?

-Sí, es lo más interesante en mi vida.

Cerezas y sandías

En ese preciso momento el personaje hace su entrada vestida de lila, o quizá de jacaranda. Tiene los pies descalzos dentro de unas sandalias de un tono un poco violeta. Cuentan que María Asúnsolo siempre enseñaba sus pies porque eran pequeños, finos y blancos como dos palomas. El pelo de Lola Olmedo es brillantísimo y negro, y le cae sobre los hombros. A las 12 del día lleva al cuello un "discreto" collar de diamantes y unos cinco anillos discretitos y dos pulseras también medio discretas... Total, una avalancha de diamantes. Su sonrisa es amplia e inmediatamente procede a enseñarme los cuadros que cuelgan de las altísimas paredes, muros que por lo demás tienen un metro cincuenta de espesor. Hay varios retratos de ella, gigantescos y verdes; tehuana, con su hija Irene, Lola, el pelo trenzado, los ojos inmensos, la boca de tan roja revienta el lienzo, las manos pequeñas y graciosas. Paso frente a El rejoneador, El matemático -sobre un caballete-, Alberto Pani sobre otro caballete, la época cubista de Rivera, los cuadros de 1915, allá en el fondo 1917, y sigo a Lola, la niña Dolores y el poodle rumbo al comedor, repleto también de Riveras. Al fondo unas sandías jugosísimas a punto de caer del cielo, a punto de caer su agua sobre nuestros labios, el último lienzo que pintó Diego Rivera antes de morir, y entonces Lola Olmedo, toda cortesía, inquiere:

-ƑNo quiere un café, una copa, una cerveza? šLo que quiera!

-Paté trufado, ancas de rana, gusanos de maguey, champaña, codornices, caviar, cerezas... -continúo sonriendo.

-No siga, Elenita, porque se lo podemos traer. šTodo lo que ha mencionado podemos dárselo! Dígame de veras, Ƒqué se le antojaría?

-šCerezas!

Lola Olmedo se dirige a su nieta:

-Pide inmediatamente cerezas, que nos las lleven a la sala. Venga usted, Elenita, voy a enseñarle la cocina.

(Me quedo patidifusa ante las cerezas que veo frescas, brillantes, entre trozos de hielo, y que no como hace 12 años, y ante la cocina, cuyos estantes están cubiertos de plata antigua, porcelana de Meissen, de Dresden, de Sevres... šMadre de los Apachurrados! Salimos a la terraza y Lola le habla a su papagayo, que ha dejado cáscaras de plátano en una mesa. Lola me cuenta de sus vecinos; un monasterio desde

museolmedo5donde los postulantes acostumbraban descolgarse a su jardín, hasta que una sirvienta los agarró a botellazos; de la Junta de Vecinos de Xochimilco y de la gente que en general la quiere mucho, muchísimo, porque siempre que recurren a ella les ayuda.)

-Compré esta casa en 1962 y me cambié a ella en 1964, y pienso terminar mis días aquí, porque se vive tan feliz, en un ambiente tan agradable y con la gente tan bella del pueblo de Xochimilco, que no me cambiaría de aquí por nada. Yo misma voy al mercado con mi bolsa del mandado, yo misma pregunto por el precio de los jitomates y las calabacitas, por eso la gente de Xochimilco me quiere, porque me ve como una de ellos. Esa manía nunca se me ha quitado; me gusta mucho esa manera tan artística de acomodar la fruta, atrincherar la sandía. Al maestro Rivera le encantaban los mercados; a mí me parecen muy pintorescos, sobre todo en Xochimilco, donde todavía tenemos tianguis y podemos cambalachar un guajolote por un venadito, un ramo de rosas por unos tamales. Así como me ve usted ahora, así voy al mercado y todos me saludan y me conocen, porque cuando la gente la ve a usted así, medio riquilla, no se confía fácilmente, es hosca, pero conmigo no, a mí no me tienen miedo, porque siempre que han venido a pedirme ayuda la han encontrado y además son mis amigos. Mañana justamente voy a ir al mercado porque es cumpleaños de mi nieta; para mí ya no hago nada, que hagan de comer lo que quieran en la cocina, a mí ya no me importa, pero cuando hago una comida me gusta que sea buena. Cuando invité a Lupe Marín hace unos meses hice budín de flor de calabaza, mole y fruta de la estación. La que viene a cada rato es su nieta Ruth Alvarado, a quien quiero mucho.

-Debe ser usted muy buena cocinera para recordar lo que hizo hace tantos meses.

-Sí, me encanta, pero lo que más me encanta es ir al mercado.

Diego Rivera en la SEP

-Lola, Ƒcómo nació su culto por Diego Rivera?

-Conocí al maestro Rivera yendo con mi madre, María Patiño viuda de Olmedo, que era maestra de escuela primaria, a la Secretaría de Educación Pública, el último año en que pintaba sus murales.

-ƑPero usted se le acercó? ƑSe subió a los andamios o cómo? ƑO le gritó desde abajo, como cuentan que solía hacerlo Frida Kahlo?

-No, al maestro Rivera le llamé mucho la atención (Lola baja los ojos), yo no veo por qué, seguramente por mis largas trenzas, mis ojos de china o algo así por el estilo, porque inmediatamente le pidió a mi madre que me dejara posar para él.

-šY su madre le dijo que no!

-Mi madre, que era amiga de artistas y era una mujer muy culta, no se negó a ello. Entonces el maestro Rivera me tomó algunos pequeños apuntes, y más tarde me tomó apuntes al desnudo que están en una de las escaleras de la Secretaría de Educación Pública, que nadie sabe que soy yo, y es la primera vez en mi vida que digo esto, Elenita.

-ƑY por qué nunca lo había dicho?

-Pues porque no me convenía, mi mamá se hubiera enojado y quizá me hubiera criticado, aunque a mí nunca me ha importado la crítica. He vivido como he querido, he hecho lo que se me da la gana, y he sido muy feliz, porque he tenido todo lo que he querido.

-ƑPor qué ha tenido todo lo que ha querido?

-Por el ejemplo de mi madre, por mi trabajo. šTodo lo he hecho a base de trabajo, mi trabajo!

(Todo esto lo dice Lola Olmedo con un gran énfasis, casi con gallardía, el rostro levantado, el cuello alto, y la escucho boquiabierta, porque Lola Olmedo ha hecho el más extraordinario museo que pueda concebirse, en una casa también extraordinaria. Lola se lanza de lleno al tema de la crítica).

-La crítica nunca me ha importado.

-ƑNunca?

-Como no creo que le importe a usted ni a cualquier gente que piense y razone.

-Bueno, a mí sí me importa, Lola, porque yo tengo una formación de convento de monjas, así, espantosa, muy, muy tradicional.

-šPues es usted muy libre en lo que escribe!

-Lo intento, Lola. Dígame usted, Ƒcómo era su madre que influyó tanto en su carácter?

-Mi madre, no porque haya sido mi madre, fue un ser extraordinario, una de las primeras cinco maestras egresadas de la Normal para señoritas que en una época estaba en lo que hoy es la Secretaría de Educación Pública. Fue maestra de escuela toda su vida. Tuvo la medalla de oro Altamirano, varias condecoraciones que le dio el general Cárdenas por su trabajo en el Mezquital. Dio su vida a la niñez. Por eso, aquí, en Xochimilco, doné unos terrenos en los que acaba de levantarse un Centro de Estudios Tecnológicos que lleva el nombre de mi madre. Ella me educó a mí. Venga usted a mi recámara, Elenita, venga usted, voy a enseñarle un retrato de mi madre, uno que le tomé un día antes de que muriera, porque tanto mi madre como yo sabíamos que iba a morirse.

(En todas partes veo entronizada a María Patiño Suárez, madre de Lola Olmedo, que tiene un rostro severo y largo que en nada se parece a la cara invitadora y alerta de Lola.)

-Si usted llama a Diego Rivera "maestro", Ƒcómo le decía él a usted?

-Me llamaba "linda".

-šAy, así me dice el electricista!

Mientras caminamos sobre la alfombra café -la alfombra y los muebles son los colores específicos que Lola escogió, porque son los que más aparecen en su gran colección de Riveras (café y verde musgo)- rumbo a la recámara, Lola me cuenta:

-Mi madre era viuda. Eramos tres hermanos. Ella tuvo que trabajar tres turnos para mantenernos y dar clases particulares, porque siempre quiso que tuviéramos una carrera. Mi hermana es maestra de escuela, mi hermano fue -bueno, es contador, le digo fue porque hace muchos años que no lo veo-, y yo me quedé en tercer año de derecho.

-ƑPor qué se quedó?

-Porque me casé con Howard S. Phillips, el editor de la revista Mexican Life, que duró 48 años publicándose en México, hasta su muerte, hace tres años.

-ƑY a Diego Rivera, a qué edad lo conoció usted?

-Debo haber tenido 11 años.

-ƑY usted posó desnuda a los once años?

-Sí, y en el mural de la Secretaría de Educación Pública se ve muy bien que soy una niña de 11 años.

A 20 pesos el metro cuadrado

-ƑY a usted no le importó nada posar desnuda para un pintor?

-En lo más mínimo. Admiraba yo la pintura de Diego; estaba acostumbrada a verlo diario en la Secretaría de Educación Pública, porque mi madre iba con mucha frecuencia y siempre me llevaba con ella a todas partes. Posé para Diego en varias ocasiones. El maestro vivía de su pintura, pero sus murales no le dejaban nada. Usted debe ignorar que por los murales de Educación le pagaban 20 pesos el metro cuadrado, entonces no le alcanzaba para nada, ni para comer. Lupe Marín debe haberle contado a usted eso.

-No, me dijo que cuando él no le dio para el gasto le sirvió una riquísima sopa de tepalcates.

-Bueno, pues ella se lo debería decir, porque en esa época ella era la esposa de Diego y tuvieron muchas dificultades económicas, no tenían dinero...

-Pero usted, usted...

-Ah, bueno, pues yo iba con mucha frecuencia a la SEP, como le decía, e hice mucha amistad con el maestro, amistad que tuve la suerte de no perder nunca. Uno o dos años después posé para el maestro en una serie de 27 dibujos de los cuales el escogió uno para hacer una litografía y de los otros 19 me están ofreciendo ahora uno, que naturalmente voy a adquirir.

-ƑY dónde están ahora esos dibujos?

-Los tienen diferentes coleccionistas; no sé quién se los haya comprado al maestro, pero ahora, ve, me ofrecen uno y voy a comprarlo. Uno, creo, lo tiene Alejandro Gómez Arias. De la litografía, el maestro sacó cien, del uno al cien... El dibujo lo subastaron frente a mí (ríe). Nunca pensé que lo fueran a rematar en mis narices en la gran subasta de Nueva York, en Sotheby Parke Bernet y posiblemente lo tenga yo aquí la semana entrante y podrá usted verlo.

-ƑEstá usted desnuda?

-Sí.

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