Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 6 de agosto de 2002
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Editorial
 
 
MEDIO ORIENTE: IMPONER LA PAZ

SOLA estas alturas, los principales líderes políticos de Europa, Estados Unidos, Rusia y China, debieran tener claro que la confrontación en Medio Oriente no va a ser desactivada por sus propios actores y que la reconducción de las relaciones entre palestinos e israelíes a un proceso de paz sólo puede ser consecuencia de una acción firme e inequívoca por parte de la comunidad internacional.

Las violentas reocupaciones de Cisjordania y Gaza por parte del gobierno de Ariel Sharon, el asesinato o la captura de los funcionarios y efectivos palestinos de seguridad pública, así como la destrucción sistemática de los locales de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), han convertido a esa entidad en un puñado de prófugos, de sobrevivientes y de sitiados. En esas circunstancias, la imputación israelí de que la ANP no hace todo para detener los atentados terroristas suicidas sería casi una broma de mal gusto, de no ser porque es, sobre todo, un pretexto para demoler lo que queda de la institucionalidad palestina.

Los protagonistas reales del bando palestino son las organizaciones radicales -laicas o fundamentalistas- que en el entorno de violencia represiva y criminal del ejército ocupante ven que sus seguidores se multiplican: niños y jóvenes exasperados por la impunidad con la que tanques, aviones y bulldozers identificados por la Estrella de David destruyen sus precarias viviendas, aplastan y acribillan a sus familiares en las calles y bombardean sus hospitales. Para Hamas y Hezbollah, por un lado, y los frentes Democrático y Popular para la Liberación de Palestina (FDLP y FPLP), por el otro, los agravios de los ocupantes son inagotable caldo de cultivo, crecimiento y reclutamiento.

Pero cuando incluso en esas condiciones los grupos radicales palestinos sugieren o esbozan la viabilidad de una salida negociada, el gobierno de Ariel Sharon se apresura a ordenar nuevos ataques contra la población civil del bando rival, ataques no menos terroristas ni menos criminales que los efectuados por los "mártires" solitarios que hacen estallar, en lugares concurridos de Israel, las cargas explosivas que llevan adheridas al cuerpo.

Tales atentados, ha de reconocerse, no sólo han dado pie al más desaforado belicismo por parte de Tel Aviv, sino que también han causado un gravísimo daño político a los partidarios de la paz en la sociedad israelí, no pocos de los cuales han virado hacia posturas guerreristas.

En esas circunstancias, la paz entre ambos bandos sólo puede ser impuesta por una fuerza multinacional de interposición que obligue a las tropas israelíes a abandonar Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental -lo que daría respiro a un pueblo sometido a acosos y masacres- y que impida a los terroristas palestinos lanzar nuevas agresiones contra los civiles de Israel. Es tiempo de que los poderes efectivos de la comunidad internacional -empezando, ciertamente, por Washington, eterno encubridor y proveedor de armas del Estado hebreo- impidan la continuación de una carnicería que es éticamente intolerable para la humanidad en su conjunto.
 

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