MEDIO ORIENTE: IMPONER LA PAZ
A
estas alturas, los principales líderes políticos de Europa,
Estados Unidos, Rusia y China, debieran tener claro que la confrontación
en Medio Oriente no va a ser desactivada por sus propios actores y que
la reconducción de las relaciones entre palestinos e israelíes
a un proceso de paz sólo puede ser consecuencia de una acción
firme e inequívoca por parte de la comunidad internacional.
Las violentas reocupaciones de Cisjordania y Gaza por
parte del gobierno de Ariel Sharon, el asesinato o la captura de los funcionarios
y efectivos palestinos de seguridad pública, así como la
destrucción sistemática de los locales de la Autoridad Nacional
Palestina (ANP), han convertido a esa entidad en un puñado de prófugos,
de sobrevivientes y de sitiados. En esas circunstancias, la imputación
israelí de que la ANP no hace todo para detener los atentados terroristas
suicidas sería casi una broma de mal gusto, de no ser porque es,
sobre todo, un pretexto para demoler lo que queda de la institucionalidad
palestina.
Los protagonistas reales del bando palestino son las organizaciones
radicales -laicas o fundamentalistas- que en el entorno de violencia represiva
y criminal del ejército ocupante ven que sus seguidores se multiplican:
niños y jóvenes exasperados por la impunidad con la que tanques,
aviones y bulldozers identificados por la Estrella de David destruyen
sus precarias viviendas, aplastan y acribillan a sus familiares en las
calles y bombardean sus hospitales. Para Hamas y Hezbollah, por un lado,
y los frentes Democrático y Popular para la Liberación de
Palestina (FDLP y FPLP), por el otro, los agravios de los ocupantes son
inagotable caldo de cultivo, crecimiento y reclutamiento.
Pero cuando incluso en esas condiciones los grupos radicales
palestinos sugieren o esbozan la viabilidad de una salida negociada, el
gobierno de Ariel Sharon se apresura a ordenar nuevos ataques contra la
población civil del bando rival, ataques no menos terroristas ni
menos criminales que los efectuados por los "mártires" solitarios
que hacen estallar, en lugares concurridos de Israel, las cargas explosivas
que llevan adheridas al cuerpo.
Tales atentados, ha de reconocerse, no sólo han
dado pie al más desaforado belicismo por parte de Tel Aviv, sino
que también han causado un gravísimo daño político
a los partidarios de la paz en la sociedad israelí, no pocos de
los cuales han virado hacia posturas guerreristas.
En esas circunstancias, la paz entre ambos bandos sólo
puede ser impuesta por una fuerza multinacional de interposición
que obligue a las tropas israelíes a abandonar Gaza, Cisjordania
y Jerusalén oriental -lo que daría respiro a un pueblo sometido
a acosos y masacres- y que impida a los terroristas palestinos lanzar nuevas
agresiones contra los civiles de Israel. Es tiempo de que los poderes efectivos
de la comunidad internacional -empezando, ciertamente, por Washington,
eterno encubridor y proveedor de armas del Estado hebreo- impidan la continuación
de una carnicería que es éticamente intolerable para la humanidad
en su conjunto.