Antonio Gershenson
Atenco-Texcoco: una experiencia
No es la primera vez que esto sucede. Antes del caso de
Atenco y el pretendido aeropuerto de Texcoco, habíamos visto el
caso del supuesto club de golf en Tepoztlán, Morelos; el intento
de club de esquí en la nieve, en el Nevado de Toluca; antes todavía,
el proyecto de una presa y una planta hidroeléctrica en Tetelcingo,
Guerrero. En todos los casos, habiendo situaciones muy distintas en otros
sentidos, hubo algo en común: la oposición de la población
local echó abajo proyectos, a los que se les había ya metido
dinero, a los que se presentaba como inevitables, pero que no habían
tomado en cuenta a un elemento central: la gente que ya vivía ahí.
La contradicción entre la afirmación de
un representante del gobierno federal, de que no había aún
inversión, y la del titular del gobierno del estado de México,
diciendo que sí la había, es aparente. Había muchas
inversiones en el negocio de ese aeropuerto. Había las grandes,
relacionadas con un macroproyecto, y las de cada quien, comprando un terreno
porque su precio iba a subir de valor varias veces. No era inversión
pública, por supuesto, que era tal vez a la que se refirió
el representante federal. Pero ahí estaba, y eso no evitó
el naufragio, como tampoco evitó el dinero el naufragio de los otros
proyectos que mencionamos. Tampoco la fuerza pública ni otros recursos.
Es muy importante que se tome en cuenta esa experiencia,
porque algo similar se está haciendo con el Plan Puebla-Panamá.
La industrialización del sureste mexicano, que sería una
de las vertientes de ese plan, podría tener numerosos efectos positivos.
Por ejemplo, al dar empleo al margen de las escasas fuentes de trabajo
ligadas al caciquismo, debilitarían a este último; podrían
reducir el desempleo, aumentar el nivel de vida de la población
local, aumentar la cohesión social con fuentes de trabajo comunes,
etcétera. Claro, para esto, sería necesario que el primer
consenso se buscara con la población local. Y de ahí se derivaría
un tipo de proyecto intensivo en mano de obra y empleando ante todo a trabajadores
locales. Un tipo de proyecto orientado a satisfacer necesidades tal vez
nacionales pero también locales.
No es eso lo que se ha hecho. Se ha buscado, primero,
a inversionistas. Se han visto los proyectos, ante todo, como oportunidades
de inversión y como formas de atraer la inversión, sobre
todo extranjera. De ahí se han desprendido proyectos intensivos
en capital, vistos como grandes negocios. Y esta concepción ha cerrado
la posibilidad de un apoyo local a los proyectos.
Inversionistas hay muchos y en todo el mundo. Pero, dado
un proyecto y su ubicación, la población local es una sola.
Llegar a acuerdos primero con la población local permite buscar,
no sólo inversionistas, sino en general fuentes de financiamiento,
en cualquier lugar del país o del mundo, a la medida de estos acuerdos
con la población local. En cambio, hacer lo contrario enajena del
proyecto a la única población del lugar en cuestión.
Lo hace inviable.
Entonces, se ha engañado una y otra vez a los inversionistas.
Se les ofreció privatizar la electricidad, cuando que eso no estaba
en las manos del gobierno federal. Se les ofreció el nuevo aeropuerto.
Se les ofrecen contratos de servicios múltiples en la industria
petrolera, y en particular en el gas natural, pese a que están expresamente
prohibidos en la Constitución. ¿Cuántas veces más
les van a creer esos inversionistas?
Como vemos, hay aquí experiencias de las que hay
mucho que aprender.