Santifican a ''mártires'' de Al Qaeda
Miles de creyentes llegan a un cementerio en Kandahar
en busca de polvos para curar sus males
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Se les adora como a santos. Bajo los grises montículos
de tierra y lodo seco yacen los ''mártires'' de Al Qaeda.
Aquí, entre 150 tumbas, están los tres hombres
que resistieron hasta el final en el hospital de Mirweis; que siguieron
disparando contra los estadunidenses y sus aliados afganos hasta que murieron
en medio de aguas negras y sus propios excrementos. Esta misma tierra oculta
los cuerpos de los seguidores de Osama Bin Laden que libraron en el aeropuerto
de Kandahar la última batalla antes de la caída del talibán.
Hay
árabes, paquistaníes, chechenos, kazajos y cachemiros, y
todos ellos -si se da crédito a la propaganda- eran odiados y despreciados
por la población pashtún nativa de Kandahar.
No es verdad. Porque mientras las fuerzas especiales estadunidenses
recorren en sus vehículos las calles de esta amargada y caliente
ciudad, los pobladores de Kandahar visitan su sombrío cementerio
con la reverencia de los creyentes. Cuidan los cientos de tumbas. Los viernes
vienen por miles, que llegan después de haber viajado cientos de
kilómetros.
Traen a sus enfermos y moribundos, porque se dice que
visitar un cementerio de los muertos de Bin Laden cura las enfermedades
y la peste. Como si se arrodillaran ante tumbas de santos, ancianas lavan
cuidadosamente el lodo reseco al sol que cubre los sepulcros y besan esa
tierra. Mientras rezan, miran las deshilachadas banderas que se sacuden
en la tolvanera. El Kubrestan Kandahar, el lugar en que se encuentran las
tumbas, es una lección tanto política como religiosa para
cualquiera que venga aquí.
"Se aconseja a los extranjeros no acercarse al cementerio
de Al Qaeda", me advierte ceremoniosamente un trabajador humanitario occidental:
"podría usted estarse arriesgando."
Pero cuando visité el último lugar de reposo
de los hombres de Al Qaeda, lo único temible era el viento cargado
de arena rasposa. Se me metía en los ojos, en la nariz, en la boca,
en las orejas. Muchos de los hombres que rodeaban las tumbas se cubrían
la cara con pañoletas y sus ojos oscuros escudriñaban a este
extranjero que se encontraba entre ellos.
Las autoridades afganas han asignado en este lugar a dos
soldados para vigilar a las multitudes, pero lo único que hacen
estos hombres es observar a los visitantes, que colocan tazones de sal
sobre las tumbas, de las que después recogen trozos de lodo que
tocan con la lengua.
Estaba ahí un hombre de Helmand. Colocaba piedras,
sal y lodo sobre los sepulcros; me estrechó la mano y tenía
sal en los dedos. Vino porque está enfermo. ''Tengo dolor en la
rodilla y padezco polio. Oí que si venía aquí me curaría'',
me dijo. ''Puse sal y grano sobre las tumbas. Después recogí
el grano y me comí la sal. Voy a llevarme el lodo a mi casa.'' Los
pashtunes llaman khurda a este rito de llevar sal a las tumbas de
los santos.
Había otro hombre que vino desde Uruzgan con su
madre. ''Mi madre sufre dolores en las piernas y la espalda y la traje
a Kandahar para que la vieran los médicos. Pero después escuché
las historias sobre las tumbas de estos mártires que podían
curarla, y decidí traerla aquí. Ella es más feliz
aquí que viendo a médicos."
Vi a su anciana madre arrodillada, rascando la tierra
sobre las tumbas de lodo, rezando y llorando.
Los dos soldados parecen haber caído en el mismo
trance visionario de quienes practican este culto. ''Yo mismo he sido testigo
de personas que se han curado aquí'', me dice sonriente el joven
sin barba que lleva un rifle Kalashnikov al hombro. ''Es verdad. La gente
sana después de visitar las tumbas. He visto a sordos volver a oír
y a mudos hablar. Se curaron.''.
No es el momento oportuno -y definitivamente no es el
lugar apropiado- para contradecir esta convicción. La arena azota
el cementerio con una crueldad digna de Osama Bin Laden. El camposanto
de la ciudad es mucho mayor; lo conforman varios kilómetros cuadrados
de panteones tribales. Pero son los muertos de Al Qaeda los que atraen
al mayor número de dolientes. ¿Qué los atrae, se pregunta
el extranjero? ¿Acaso los rumores y leyendas de la sanación?
¿O los atrae la idea de que estos hombres resistieron hasta el final
a los extranjeros; que prefirieron morir antes que rendirse? ¿Que
los ''mártires'' no afganos lucharon como afganos?
Tal vez sea mejor que los muchachos de las fuerzas especiales
estadunidenses en Afganistán no visiten estos rumbos. Es posible
que vieran algo que podría -y debería- preocuparlos.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca